Usted está aquí: domingo 13 de abril de 2008 Opinión Almacenes modernos

Ángeles González Gamio
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Almacenes modernos

Los albores del siglo XX en la ciudad de México vieron nacer los grandes “almacenes modernos” que asombraron a nuestros abuelos, entre otras cosas, por la novedad de los precios fijos y desde luego por la maravilla de poder adquirir en un solo lugar una diversidad de mercancías. Alguna vez comentamos que la mayoría de estos establecimientos los fundaron los llamados Barcelonnetes, por proceder de esa zona de Francia.

Así nacieron El Correo Francés, El Centro Mercantil, La Ciudad de Londres, La Sorpresa y Primavera Unidas, La Francia Marítima, El Puerto de Liverpool, El Puerto de Veracruz, y El Palacio de Hierro, entre varios otros. Los más impresionantes eran el Palacio de Hierro y el Centro Mercantil, este último hoy convertido en el Gran Hotel de la Ciudad de México.

Recientemente renovado, ahora sí corresponde al lujo que le imponía su impresionante plafón, realizado en Francia por Jacques Gruber a fines del siglo XIX, con un emplomado de finos vidrios en tonos azules, rojos y amarillos, que semejan gemas preciosas apresadas por la fina estructura de hierro de formas caprichosas, que en el centro forma tres medallones, una extraordinaria muestra del estilo art noveau, última expresión de la Belle Epoque, que antecedió en el viejo continente a las guerras mundiales y a México llegó triunfante a inaugurar el siglo XX. El ondulante estilo continúa en los barandales que protegen los pasillos de los pisos altos y en los preciosos elevadores de jaula, que expuestos a la vista suben y bajan luciendo el encaje de hierro.

El edificio se construyó en 1895 con los sistemas más avanzados, como la técnica de emparrillado de viguetas de fierro ahogado en concreto, de la llamada Chicago School, que se uso para la cimentación.

Situado en una esquina, con sus fachadas estilo francés, con columnas de mármol, la que da al Zócalo fue modificada en los años 40 del siglo XX, cuando los edificios que rodean la plaza fueron remodelados al estilo neocolonial, recubriéndolos de tezontle, con lo que el antiguo almacén quedó con dos frentes totalmente disímbolos, que mirándolos desde la acera de enfrente dan la idea de una máscara azteca con medio rostro descarnado.

Por su parte, El Palacio de Hierro no se quedó atrás en novedades constructivas; su estructura de fierro y chiluca fue diseñada en París, de donde se trajeron parte de los materiales. Abarcando una superficie de mil metros cuadrados, era el edificio más alto de la ciudad. En sus tres primeros pisos vendía toda clase de mercancías nacionales e importadas. Las crónicas de la época reseñaban: “en los dos últimos pisos viven los empleados en una serie de vastas y espaciosas recámaras, muy confortables y mantenidas con limpieza, ni aire ni sol hacen falta. Las comidas las realizan en un enorme y alegre comedor, como hay pocos en México”.

Este almacén continúa vivo y con varios “hijos” por toda la ciudad y conserva muchos de los atributos que tanta fama le dieron. Uno de ellos son sus dos grandes y bellísimos plafones de vidrio emplomado en tonos predominantes de lila y amarillo, desde luego hechos en Francia. También tiene el “enorme comedor” ahora convertido en restaurante, desde donde se puede apreciar el hermoso plafón.

Otras opción gastronómica en las cercanías se encuentra en Villa Victoria, ubicada en Venustiano Carranza casi esquina con Isabel la Católica, que unió varios inmuebles de casi media manzana, para crear un centro comercial que ofrece artesanías de todo el país; una especie de mall autóctono, que incluye un Centro Telmex, una sucursal de Sanborns y un restaurante El Taquito, con las especialidades que le dieron fama al establecimiento original de la calle del Carmen, que fue sitio de encuentro de toreros, políticos y artistas en los años 50 del pasado siglo: la sopa de médula, los machitos de carnero y las criadillas de toro.

 
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