Usted está aquí: domingo 13 de abril de 2008 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

■ ¿Guerra contra Hezbolá, Siria o Irán, o los tres, o ninguno?

Ampliar la imagen George W. Bush ejerce presión sobre varios países de Medio Oriente para lograr una coalición contra Irán que le facilite una última guerra antes de dejar la Casa Blanca George W. Bush ejerce presión sobre varios países de Medio Oriente para lograr una coalición contra Irán que le facilite una última guerra antes de dejar la Casa Blanca Foto: Ap

En medio de la desintegración del sistema capitalista global (Bajo la Lupa, 30/III/08), la reciente gira del superbélico vicepresidente Dick Cheney al “Gran Medio-Oriente” (Bajo la Lupa, 23/III/08) ha exacerbado los tambores de “misteriosas guerras” (Stratford, 08/IV/08).

La mayor movilización de reservas militares y civiles en la historia de Israel, tildada de “punto de inflexión”, evoca tanto la alta probabilidad de una guerra de exterminio contra la guerrilla chiíta de Hezbolá en Líbano-Sur (con el fin de propinar una severa lección de revancha por la derrota militar israelí de agosto pasado), así como la nada descabellada guerra “limitada” contra Siria, para luego sentarse a negociar la devolución de las Alturas del Golán mediante un tratado de paz (periodista sirio Sami Moubayed, Asia Times, 10/IV/08).

Siria se encuentra en plena ebullición implosiva después del fracaso de la cumbre árabe en su capital, pero, más que nada, después del asesinato de Imad Mughniyé, el cerebro militar del Hezbolá libanés, en plena zona residencial de Damasco, que ha desembocado en el arresto domiciliario de Asef Shawkat, poderoso jefe de los siniestros servicios de inteligencia y cuñado del dinástico presidente vitalicio Bashar Assad (Al Mustaqbal, 06/IV/08).

La situación es sumamente fluida y los escenarios de guerra de Israel, con bendición anglosajona, tanto contra Hezbolá como contra Siria serían, en última instancia, de alcances “limitados” y no se comparan en absoluto con la apertura de un frente bélico en el Golfo Pérsico, en caso de un bombardeo aéreo contra Irán, que elevaría el precio del barril de petróleo a la estratosfera y que pudiera significar la detonación de una Tercera Guerra Mundial.

La presión de Estados Unidos ha sido brutal para detener el proyecto nuclear pacífico iraní; ahora prepara con sus aliados un proyecto de resolución punitiva en el Consejo de Seguridad de la ONU, que lamentablemente no llevará a la solución del contencioso nuclear iraní, sino –peor aún– que contribuirá a atizar el fuego y a aguijonear a las fuerzas radicales que afectan la cooperación de los países interesados en una salida negociada (v.gr., el BRIC: Brasil, Rusia, India y China).

Un grave perjuicio sería el descarrilamiento del Tratado de No Proliferación (TNP) de armas nucleares que le concede a Irán el derecho inalienable a desarrollar tecnologías nucleares con fines pacíficos. Las sanciones unilaterales, las maniobras militares de portaviones de Estados Unidos dotados de bombas atómicas en el Golfo Pérsico, y las amenazas de golpes militares con cambios de régimen en Teherán no facilitan el acceso de los inspectores de la AIEA, que magistralmente dirige el egipcio Muhamed Al-Baradei, a las plantas nucleares iraníes.

En tal contexto hostil, la demanda de Estados Unidos para un cese perentorio del enriquecimiento de uranio como “garantía” de la voluntad pacífica de Irán no es viable y equivaldría al suicidio a cambio de nada.

El régimen torturador bushiano ha intentado aislar a Irán y ejerce una vigorosa presión sobre varios países de la región para cesar su cooperación con la teocracia chiíta, por lo que intenta crear una coalición antiraní que facilite el inicio de la última guerra de Baby Bush antes de que abandone su aciago cargo. Washington ha desplegado, gracias al poderoso oligopolio de sus mendaces multimedia, una intensa “guerra sicológica” de desinformación que pone en relieve el supuesto apoyo iraní a las fuerzas del terrorismo internacional en los territorios palestinos ocupados (al grupo fundamentalista sunnita Hamas), a la guerrilla chiíta de Hezbolá, a la construcción de una planta nuclear en Siria, a las fuerzas anti-OTAN en Afganistán, y hasta su “participación” en el “mercado negro” de tecnologías y componentes de “armas de destrucción masiva”.

Cada vez abundan más las “filtraciones” de los multimedia israelí-anglosajones sobre los planes de Estados Unidos e Israel para emprender masivos ataques aéreos contra las instalaciones nucleares de Irán.

Las acusaciones peregrinas de Estados Unidos e Israel contra Irán, de desear construir en los próximos cinco años una bomba nuclear, juzgan pretendidas intenciones y no hechos tangibles hasta hoy sin demostrar, y se asemejan al montaje del régimen torturador bushiano contra Saddam Hussein previo a la invasión ilegal anglosajona a Iraq.

En caso de prosperar una vez más las guerras que Estados Unidos libra sin fundamento, no existirá en el futuro país alguno que se pueda escapar de sus imprecaciones bélicas, por lo que el “caso iraní” se ha convertido en la prueba mayúscula de los límites de la aplicación del orden y las leyes internacionales en vigor y rigor. Aquí, el papel de los países latinoamericanos en los foros internacionales será crucial para la preservación de la paz mundial con el fin de impedir que el fuego nuclear israelí-anglosajón incendiado en el Golfo Pérsico se expanda hasta las entrañas contaminadas y minadas de Latinoamérica.

Con poca probabilidad, alguien se podrá salvar de la lava pérsica. Difícilmente, los perniciosos intentos de una solución militar al contencioso nuclear iraní podrán conseguir sus objetivos aviesos y, por el contrario, desembocarían irremediablemente en el colapso regional habiendo echado a andar procesos irreversibles de destrucción en el mundo entero.

No hay que hacerse ilusiones: al “día después” de un ataque, quizá nuclear, contra Irán de parte de Estados Unidos y/o Israel –a menos de que tal sea el escenario buscado para encubrir la quiebra del capitalismo global–, uno de los daños colaterales (al inicio y que luego podría superar su fuego matricial), se centraría en Pakistán: un país sumamente inestable, además de violador del TNP gracias a la colusión de Estados Unidos, y dotado de más de 100 bombas atómicas que en un tal contexto de efervescencia “jihadista” pueden caer en manos de las huestes de Osama Bin Laden y/o los talibanes.

Tampoco se puede excluir el ominoso escenario de la incitación a una obligada colaboración subrepticia entre las pletóricas fuerzas antiestadunidenses y antisraelíes para adquirir el “know-how” nuclear de Pakistán en el famoso “mercado negro” y que, en medio del caos generalizado, haga incontrolable la utilización de la tecnología nuclear a una escala no vista desde el lanzamiento de las bombas atómicas de Estados Unidos sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki.

La curación que pretenden aplicar Estados Unidos e Israel habrá sido peor que la enfermedad. Lo mejor: la negociación civilizada con Irán.

 
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