Usted está aquí: jueves 17 de abril de 2008 Cultura Andanada de “teatro terapéutico” para vencer el odio y trascender la soledad

■ Última función de El sueño sin fin, de Jodorowsky, en el festival del Centro Histórico

Andanada de “teatro terapéutico” para vencer el odio y trascender la soledad

Arturo Jiménez

Odio, rencor, maldad, miedo, dolor, frustración, esperanza, armonía, búsqueda. La búsqueda de dos “seres esenciales” llegados a la Tierra desde el espacio exterior, quienes en realidad son una sola alma que, así, desde un pensamiento de Platón, trascienden a la soledad y buscan incrustarse en el “sueño de la vida”.

Es un alma que decide dividirse en dos partes para poderse encarnar en varios personajes humanos y experimentar sus contradicciones, sufrimiento y errores, la existencia misma. Pero también para aprender a perdonar, a reconciliarse con la vida y sus contradicciones.

O para aprender a amar, como ha resumido Alejandro Jodorowsky, quien recuerda que todos buscamos la otra mitad nuestra que nos comprenda: intelectual, emocional y sexualmente.

Y es el propio sicomago que, desde una butaca del Teatro de la Ciudad, el mediodía del martes, dirigió los últimos detalles del estreno en México de El sueño sin fin, “teatro terapéutico” para sanar los males del espíritu y crear conciencia, fin fundamental de la vida en el universo, según Jodorowsky.

La puesta, cuyos múltiples personajes son protagonizados por su hijo Brontis y Eliana Cantone, mediante un ágil y sutil sistema para en el cambio de las caracterizaciones y del vestuario, se presentó el martes, el miércoles y hoy, como parte del Festival de México en el Centro Histórico.

Topos, reyes, viejas, cojos

En el escenario las actuaciones fluyen apoyadas en una depurada dramaturgia, creada por el propio director. Es una andanada sin descanso, de una hora y media, que busca sacudir al espectador y lo logra, pues lo lleva de la mano de la singular historia que se cuenta, nada realista, y a la vez le plantea una reflexión profunda tras otra.

Por ese escenario desfilan un hombre topo, rey de la basura, vendedor de vidrios porque casi todos se han roto, y una antagonista de visión más positiva. Hablan de un castillo que puede ser cárcel y crece hacia abajo.

Aparece un rey-parásito, atrapado por miedo en el castillo y en una silla de ruedas. Una vieja está a punto de morir llena de odio y odiada. Su esposo cojo resume todas las frustraciones y llora, pero ella le dice que no lo haga, que el espectáculo de la debilidad en un hombre le produce náuseas. Pero luego lo llama para que se recueste junto a ella y le dé calor.

El hijo de ambos, el rey en silla de ruedas, le dice a su madre: “este rencor que tengo debería alegrarte, porque es lo único que me ata a ti”. Y luego le ladra como un perro.

El dolor sería soportable si no viniera de nosotros mismos, dice otro personaje a su interlocutor. Y luego pide: perdóname, perdóname tú, como destellos de conciencia.

Y en medio de esa destilación constante de almas envenenadas, el rey se muestra enamorado. Aunque una vieja sabe que la muchacha padece un mal desconocido, que las bacterias le han devorado casi toda la carne, que pesa cuatro kilos y que, cuando el rey se acerque a ella, le comerá el corazón.

Un panadero muy saludable quiere que le hagan varias intervenciones quirúrgicas porque necesita tener cicatrices para que lo respeten. Luego dirá: he logrado que me acepten, pero he perdido la alegría.

La vieja lanza otro destello: ninguno quiere desprenderse de los motivos que los hacen llorar, conservan su insatisfacción como su más preciado tesoro.

Obsesionado con la puerta cerrada de un armario y con su amada enferma, el rey ofrece otra luz y sostiene que la vida tiene un solo sentido: el amor.

 
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