Usted está aquí: viernes 18 de abril de 2008 Opinión En defensa de la UNAM y de la libertad en México

Adolfo Gilly

En defensa de la UNAM y de la libertad en México

Ampliar la imagen El rector José Narro Robles durante la inauguración de la Feria de Cómputo UNAM 2008, en Ciudad Universitaria. Lo acompañan Héctor Slim Seade, director de Telmex (izquierda), y Juan Alberto González, director de Microsoft México El rector José Narro Robles durante la inauguración de la Feria de Cómputo UNAM 2008, en Ciudad Universitaria. Lo acompañan Héctor Slim Seade, director de Telmex (izquierda), y Juan Alberto González, director de Microsoft México Foto: Carlos Cisneros

“La UNAM exige a Uribe respeto a la memoria de los estudiantes mexicanos fallecidos en Ecuador, condena las amenazas implícitas en sus aseveraciones, rechaza sus generalizaciones sobre los universitarios y lamenta la torpeza de su actuación”, dice el enérgico comunicado de la casa de estudios del día de ayer, en respuesta a las declaraciones de Álvaro Uribe, presidente de la República de Colombia, que, en territorio de México, en visita oficial y en presencia del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Felipe Calderón, vino a insultar con el mote de “terroristas” la memoria de los jóvenes estudiantes mexicanos que él mismo mandó matar en territorio ecuatoriano.

Fue la UNAM, ante la evasiva actitud del presidente de México, la institución que tuvo que salir a defender la dignidad de esta República y de su territorio frente a la insolencia del visitante: “Los señalamientos de Álvaro Uribe carecen de mínimo sentido de solidaridad, están llenos de rencor y en ellos no existe pudor alguno por un bombardeo que mereció la condena internacional, y por las consecuencias del mismo que causaron, entre otras, la muerte de cuatro mexicanos y lesiones graves a una más”, expresa el comunicado.

¿Pero adónde creyó llegar Álvaro Uribe, que parece escapado del reparto secundario de Los piratas del Caribe? ¿En cuál colonia del imperio norteamericano creyó que estaba hablando? ¿Es que las categorías clasificatorias delirantes del presidente George W. Bush se van a hacer también lenguaje común en territorio mexicano sin que el gobierno de este país abra la boca? Este mismo gobierno, cuya Procuraduría General de la República pretende investigar a los muertos y no a sus asesinos, y que con pretextos varios va militarizando el país entero, disolviendo la Cocopa, entregando el subsuelo a los privados y al imperio, ¿qué nos está preparando?

Y además, después de dejarse insultar en casa propia por Álvaro Uribe, ¿cree que eso que prepara podrá hacerlo?

Este país no nació ayer, por si hay quienes piensan que, en el arrastre del gigante remolino financiero y en la sumisión de los políticos y los gobernantes, pueden cambiarle a México su índole y su historia.

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Allá por noviembre de 1910, el embajador de Porfirio Díaz en Estados Unidos, Francisco León de la Barra, escribía apremiantes cartas al Departamento de Estado de Washington, diciendo que en el territorio estadunidense se encontraba Francisco I. Madero haciendo acopio de armas, introduciéndolas en México y conspirando contra el gobierno mexicano. Lo cual, por supuesto, era verdad, pues eso hacía el “apóstol de la democracia”; si no no hubiera habido revolución de 1910 ni caída de la dictadura ni todo lo que después vino. Pero el gobierno del norte dejó correr: cosas de las repúblicas de aquellos tiempos.

Allá por los años 20 del siglo pasado, después de la revolución, bajo Obregón y bajo Calles, México era tierra de asilo para el peruano Víctor Manuel Haya de la Torre, el cubano Julio Antonio Mella, el nicaragüense Augusto César Sandino y muchos otros latinoamericanos que preparaban las armas y el regreso y hoy son figuras de las historias de sus países.

Allá al inicio de los años 30, en abril de 1931 para ser precisos, los gobernantes mexicanos celebraban el establecimiento de la República en España y a mitad de ese año estaban apoyando la expedición del venezolano Carlos León para tratar de derribar al tirano Juan Vicente Gómez. Tratando de aquellos días, en mi libro El cardenismo: una utopía mexicana pude anotar:

“Eran aquellos los años en que desde México se apoyaba a la guerra nacional de Sandino en Nicaragua, al gobierno nacionalista de Ramón Grau San Martín y Antonio Guiteras en Cuba, a la efímera República Socialista del coronel Marmaduke Grove en Chile, al APRA de Víctor Manuel Haya de la Torre en Perú, y en que exiliados y revolucionarios del Caribe y de América Latina iban y venían por el territorio mexicano. Los gobernantes de México eran los militares salidos de la revolución y tanto por razones de afinidad como por estrictas razones de Estado en cuanto a la zona de influencia mexicana, muchos de ellos no veían con disgusto ni recelo esa efervescencia de los conspiradores latinoamericanos.”

Esa zona no sólo la disputó desde siempre Estados Unidos; ahora la quiere disputar también su vasallo, el presente gobernante de Colombia.

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Que nadie diga que se trata de historia antigua, porque esta peculiar República Mexicana que hace un siglo nació de la conspiración armada de Francisco I. Madero y de sus secuelas, se empeñó en persistir, tenaz y como pudo, a lo largo del siglo.

En los años cincuenta, aquí encontraron asilo y protección para preparar su regreso a Cuba Fidel y Raúl Castro, Ernesto Guevara, Juan Almeida y muchos otros. Aquí tuvieron asilo y apoyo Jacobo Arbenz, el presidente de Guatemala derribado desde Estados Unidos en 1954; Juan José Arévalo, el coronel Carlos Paz Tejada –que trabajó con el general Cárdenas en la cuenca del Balsas– y otros guatemaltecos y centroamericanos perseguidos en sus países.

En los años sesenta, en México prepararon sus luchas libertarias los jóvenes militares del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre guatemalteco, los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y Luis Augusto Turcios Lima y sus compañeros, con la silenciosa solidaridad del general Cárdenas, de Arbenz, de Paz Tejada.

En los años setenta aquí encontraron refugio contra las dictaduras y apoyo para su revolución los nicaragüenses del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); y en los años ochenta México era territorio de paz, retaguardia y asilo para los movimientos de liberación de El Salvador, cuyo carácter beligerante reconoció el gobierno de México por iniciativa del canciller de entonces, don Jorge Castañeda (padre).

México siempre se negó a romper relaciones con Cuba y, como es notorio, en esta tierra hallaron refugio, trabajo y hogar los exiliados de las dictaduras militares latinoamericanas: brasileños, chilenos, uruguayos, argentinos, bolivianos, peruanos...

Durante casi todo el siglo XX América Latina entera –en sus vastos pueblos, digo, no en sus mezquinos señores– no dejó de mirar hacia México, casi diría como un hermano mayor que velaba por todos en la frontera con Estados Unidos. Ya sé, dirán que exagero. Pero no, ése fue mi siglo y sé de lo que hablo: México era un mito latinoamericano.

¿Y ahora qué? ¿Viene cualquier presidente, que acaba de matar a mansalva a cuatro mexicanos en territorio de un país vecino, insulta a los muertos en su propia tierra, prohíbe a nuestros estudiantes pensar como quieran, y la canciller y su presidente callan ante la afrenta o miran para otro lado?

Como en los años oscuros de Gustavo Díaz Ordaz, la UNAM hizo lo que tenía que hacer. Toca defenderla en su totalidad, con la pluralidad de ideas y corrientes de pensamiento que viven y se entrecruzan en su seno, toca protegerla y fortalecerla ante los innobles ataques que le lanzan y ante las amenazas que le esperan.

Dos precisiones últimas y necesarias:

Ni por sus ideas ni por sus métodos atroces tengo el menor acuerdo o simpatía con la organización de las FARC, ni tampoco respeto por la aventura del campamento en Sucumbíos al cual llevaron a los estudiantes después asesinados.

Espero una declaración sobre este grave tema que provenga de quien declara ser el “presidente legítimo” o al menos de su canciller, que no es inexperto en estas cuestiones. Pues si se trata de asumirse como “gobierno” y defender el petróleo, no se puede sólo hablar del petróleo, uniformar a las propias huestes y callar sobre los muertos y las afrentas.

 
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