Usted está aquí: viernes 18 de abril de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ En el PRD-DF, sonar de tambores de una guerra que ya empezó

■ Cada tribu marcó su destino

Podríamos decir que lo que pasó este miércoles en el PRD del Distrito Federal puede pasar hasta en las mejores familias, pero esto no sería más que ignorar que debajo de su punta, el iceberg esconde una guerra que ya explotó.

Pronosticar un estallido de violencia entre las tribus perredistas en constante enfrentamiento verbal (hasta el miércoles), no era suerte de adivinos. Conforme los días y los sucesos se han venido dando, los ánimos se han crispado. Las posturas políticas, tanto de un lado como del otro, se fueron alejando por más que las coyunturas los quieran juntar.

Luego del fraude de 2006 –que el periodismo de mercado sigue negando–, las posturas se fueron alineando. Quienes, pese a la imposición, mostraron firmeza en sus convicciones, se ataron al proyecto de Andrés Manuel López Obrador para buscar un cambio real en la forma de gobernar y hacer política en el país.

Otros tomaron el hacha y golpearon el árbol que suponían a punto de caer. El periodismo de mercado los premió con horas y horas de presencia en televisión y radio, pero su fuerza no fue suficiente. Nada que les conviniera o estuviera dentro de su estrategia se manifestó como esperaban.

Y fue el repudio de la masa perredista lo que les llenó de sarpullido el cuerpo. Ninguno de ellos, por más entrevistas y comentarios que difundieran los medios masivos a su favor, contrarrestó el juicio de la plaza pública que los condenó. Dejaron de ser extraños en su partido para convertirse en enemigos de su militancia.

Luego, en un acto que muy pocos podrían imaginar, Marcelo Ebrard asistió, corriendo todos los riesgos políticos que ello implicaba, a la inauguración del nuevo edificio del Sindicato Mexicano de Electricistas, donde lo reconocieron como un político que lucha al lado de la izquierda, y él se situó, sin temores, en ese carril por donde se niega a transitar el grupo que privilegia el acuerdo vergonzante, el beneficio mínimo por la entrega toda.

Entonces ya no hubo vuelta atrás. Cada uno con su propio destino. Marcelo hizo más profundas las diferencias, quemó las naves. El golpe se sintió de inmediato en la Asamblea Legislativa de la capital, donde los representantes del entreguismo empezaron a hacer maletas para mudarse de partido, o cuando menos lanzar la amenaza de que lo harían.

Y ya con el escenario listo, cuando en el PRD del DF se quisieron contar los votos de la elección pasada para saber el número de consejeros y congresistas estatales, estalló la violencia, y fueron los pacíficos, los que niegan como estrategia la toma de las tribunas por considerarla violenta, los que se fueron a golpes en contra de quienes no se ajustan al gusto del periodismo de mercado para defender, por ejemplo, el petróleo en manos del Estado.

Un militante fue al hospital, el escándalo se hizo mayúsculo y mostró el grado de división, o ruptura, que existe en ese partido, donde no parece haber ninguna otra solución que no sea la salida de uno de los dos grupos en pugna de la organización.

Ahora lo que queda es saber quién se va a quedar con el PRD. Los que requieren de la fuerza pública para cuidarse hasta de su propia militancia y sólo se sienten seguros frente a un micrófono, o los que, sin importar los ataques mediáticos, buscan, por todos los frentes, impedir la injusticia. Eso, pronto se resolverá.

 
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