Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de abril de 2008 Num: 685

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

¿Qué es la privatización?
Los “fierros” y la privatización
JORGE EDUARDO NAVARRETE
El agravio
LUIS JAVIER GARRIDO
Algunos de los retrocesos Petroleros
ANTONIO GERSHENSON
La renovación de PEMEX
ARNALDO CÓRDOVA
Inmoralidad de la privatización
LAURA ESQUIVEL
PEMEX y la justicia
CARLOS PELLICER LÓPEZ
El petróleo es la sangre de México
El corazón de la disputa
LORENZO MEYER
PEMEX
ELENA PONIATOWSKA
La privatización de PEMEX:
Un crimen de lesa Patria

GRUPO SUR
Calderón y su contrarreforma
LUIS LINARES ZAPATA

Conversando con Rafael Escalona
MARCO ANTONIO CAMPOS

Leer

Columnas:
Galería
RICARDO BADA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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INMORALIDAD DE LA PRIVATIZACIÓN

LAURA ESQUIVEL

No va a ser una novedad que les haga notar que la Historia de México es, al mismo tiempo, una colección de hechos llenos de grandeza y dignidad y de episodios de extrema pequeñez y vergüenza. Baste pensar como muestra en el espíritu que inspiró la construcción de los grandes centros ceremoniales prehispánicos con la clara conciencia de que somos uno con el todo, o recordar los monumentos literarios de Sor Juana Inés de la Cruz o la delicada sutileza de un Pedro Páramo con toda su carga de inmortalidad, o hacer memoria de la fundación casi milagrosa de la Ciudad-laguna México-Tenochtitlan, o rememorar la conciencia solidaria que con sus propias manos logró sacar a sus muertos de los restos del terremoto de 1985. Estos escasos ejemplos son imagen de la grandeza a la que nuestra cultura ha podido llegar y seguirá llegando. Sin embargo, junto a sus alcances excepcionales se encuentran también los que nos hablan de la pequeñez humana. Baste nombrar la destrucción sistemática de nuestra integridad territorial, de nuestras tradiciones culturales, de nuestra riqueza patrimonial, desde la destrucción del convento de San Francisco hasta el desmembramiento de la biblioteca de Sor Juana Inés de la Cruz; desde la “venta” descarada de la mitad de nuestro territorio, hasta la desvergüenza, las mentiras, los robos, el cinismo y la corrupción del pri durante más de cincuenta años: desde el sistemático abuso y desprecio contra las poblaciones más desprotegidas (las etnias indígenas, los ancianos pobres, las madres solteras o los campesinos despojados de toda esperanza de supervivencia a menos que ésta sea a costa de venderse casi como esclavos al patrón estadunidense), hasta los escandalosos abusos de una banca o de un sistema carretero “rescatado” una y otra vez a costa del bienestar de generaciones y generaciones de mexicanos. Nuestra historia, pues, es un compendio bien ilustrado de esfuerzos comunitarios, ennoblecedores y constructivos, y un muestrario de bajezas debidas en gran parte al abuso de un pequeño grupo y al descuido y la ignorancia de muchos.

Nuevamente estamos ante una encrucijada en nuestra Historia. Es el momento de hacer conciencia no sólo de lo que significa la privatización (o como la quieran disfrazar) de una empresa pública, sino de la forma en que opera un grupo de bribones consumados. Esa camarilla de sinvergüenzas –los de siempre– pretende una vez más engañar a la mayoría, apelando a un infantilismo ofensivo y asumiendo que el pueblo de México no ha conseguido la mayoría de edad a lo largo de su complicada Historia patria, y que por lo tanto no puede participar en las decisiones fundamentales que a todos conciernen. Pretenden actuar de espaldas a la nación –sacando, claro está, toda la ventaja posible en el proceso– para que las decisiones sean verdaderamente “provechosas”.

La discusión aquí no es solamente PEMEX, el verdadero problema, el grave, consiste en que un ciudadano que se ostenta como presidente del país, cuya legitimidad radica en un proceso manchado por la du da y el engaño deliberado –y ahora vemos cuál era la urgencia del fraude: estaban en juego millones de dólares en contratos petroleros– ha nombrado a un operador político, un secretario de Gobernación, cuya ilegitimidad escandalosa debiera mantenerlo alejado de la vida pública, no sólo por exigencia de la ley sino por una mínima muestra de decencia (si la hubiera). Un presidente que no goza de cabal legitimidad y un secretario que se erige de facto en juez y parte es el verdadero problema de fondo en el tópico llamado PEMEX. La discusión no debería ser el estatus de la paraestatal –que debe darse mediante un debate nacional y en el contexto de una revisión exhaustiva y verdadera de las condiciones de la empresa– sino la nula calidad moral que tienen Calderón y Mouriño para manejar una decisión trascendente para el país. Permitirlo sería como consentir que el sospechoso de robo se acerque sin custodia al “tesoro” tan fuertemente cacareado, que el sospechoso confeso de engaño se haga cargo de negociar la venta de nuestro petróleo. Eso es inadmisible. ¿Haríamos responsables de garantizar el respeto a los derechos humanos a los asesinos de Tlatelolco? ¿Les daríamos la custodia de nuestros pocos edificios históricos conservados a los que decidieron fraccionar los terrenos y derribar la primera capilla construida en el Nuevo Mundo? ¿Les vamos a permitir disponer de PEMEX a los sospechosos de fraude electoral y comprobados delincuentes de la función pública, que son capaces de usurpar personalidades propias para conseguir sus propó sitos económicos y políticos únicamente en provecho personal y familiar? ¿Vamos a seguir permitiendo que en nuestro país se generen los hombres más ricos del mundo cuando la situación económica de los mexicanos es cada vez más injusta y poco equitativa?

Es el momento de poner una vez más a prueba la grandeza de nuestra sociedad civil, la que ha demostrado ser la única capaz de corregir el rumbo que los grupúsculos de poder suelen controlar irresponsablemente. Ha llegado la hora de demostrarnos que tenemos la edad y la dignidad suficiente para imponer un “hasta aquí” a los que han devastado y siguen queriendo devastar lo mucho de bueno que tiene nuestro País y nuestra Historia.