Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de abril de 2008 Num: 685

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

¿Qué es la privatización?
Los “fierros” y la privatización
JORGE EDUARDO NAVARRETE
El agravio
LUIS JAVIER GARRIDO
Algunos de los retrocesos Petroleros
ANTONIO GERSHENSON
La renovación de PEMEX
ARNALDO CÓRDOVA
Inmoralidad de la privatización
LAURA ESQUIVEL
PEMEX y la justicia
CARLOS PELLICER LÓPEZ
El petróleo es la sangre de México
El corazón de la disputa
LORENZO MEYER
PEMEX
ELENA PONIATOWSKA
La privatización de PEMEX:
Un crimen de lesa Patria

GRUPO SUR
Calderón y su contrarreforma
LUIS LINARES ZAPATA

Conversando con Rafael Escalona
MARCO ANTONIO CAMPOS

Leer

Columnas:
Galería
RICARDO BADA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Conversando con Rafael Escalona

Marco Antonio Campos

a Josefina Castro

En noviembre de 2003 Eunice Sandoval, que trabajaba en el FONCA, me invitó a Bogotá para ser jurado por el lado mexicano para otorgar las becas literarias del mexicano que iría a Colombia y del colombiano que vendría a México por cuatro meses. Era entonces una magnífica época en la embajada mexicana con Luis Ortiz Monasterio, uno de nuestros mejores embajadores, y Eduardo Cruz, como activo agregado cultural, con su trío de diligentes colaboradoras: las jóvenes colombianas Olga Beltrán, Carolina Charry y Paola Cortés. No era ni de lejos el desastre cultural actual. Gracias a la encantadora Josefina Castro, alta funcionaria del ministerio de cultura colombiano, que organizó, para cerrar los trabajos, una cena-baile en el vasto restorán Andrés Carne de Res, en el norte bogotano, empezó a sonarme el vallenato. Pregunté quiénes eran los mejores del género. Poco a poco fui enterándome de los nombres de cantantes y compositores que más se repetían: Emiliano Zuleta, Leandro Díaz, Adolfo Pacheco, Juancho Polo Valencia, Tobías Enrique Pumarejo, Lorenzo Morales, Alejo Durán, Carlos Huerta, Calixto Ochoa; pero en un nombre coincidían todos como el más grande de los compositores: Rafael Escalona.

En los días sucesivos fui a las tiendas de discos y empecé a comprar los discos, y desde entonces pocos son los días que no oigo vallenatos y de los que oigo como cosa de encantamiento son los de Rafael Escalona. Admiro de Escalona sobre todo, por un lado, la facilidad para contar historias de hechizo con las pequeñas cosas de todos los días y con los personajes en los que poco se repara y, por otro, la poesía sencilla llena de frescura que contienen sus cantos.

Cada año voy a Colombia una o dos semanas. Desde hacía mucho quería entrevistarlo y Juan Manuel Roca buscó varias vías para que le hiciéramos juntos la entrevista. Inútilmente. En 2007 me invitaron a ser parte del jurado del Premio Nacional de Poesía; los otros dos eran el mismo Roca y Gonzalo Rojas. Nos reuniríamos a principios de noviembre. Al día siguiente de haber llegado a Bogotá fui al ministerio de Cultura, que está en un edificio precioso, a un costado de la casa presidencial. Para mi sorpresa me encontré con Josefina Castro y de nuevo toda su simpatía inmediata y desbordante. Fue entonces cuando supe que era de Valledupar. Le comenté que desde hacía años quería entrevistar a Escalona. En los pueblos chicos todos se conocen. “Pero si es gran amigo mío, muy cercano a mi familia, y colabora con nosotros en el ministerio.” Le telefoneó en ese instante, le dijo que había un escritor mexicano que lo admiraba enormemente, y con inusitada amabilidad, gracias a ella, Escalona se trasladó desde el profundo norte de la ciudad al centro de Bogotá para comer con Josefina Castro, su colaboradora Johanna Quintanilla y yo en un pequeño restorán. Escalona llegó con su inteligente y amable esposa Luz Marina, que conoce el último y mínimo detalle de la vida y las canciones de Escalona. Durante la comida yo le preguntaba a Escalona por personajes de sus paseos y merengues (la Maye, la Brasilera, Miguel Canales, Poncho Cote, Jaime Molina, el Tite Socarrás, la Vieja Sara, Pavajeau, el Cachaco Benavides, Sabita), y de pronto, con esa magia que tienen los prodigiosos contadores de historias del norte del país –como la tienen los cuenteros chiapanecos-, me iba revelando, con voz casi apagada, detalles chuscos o facetas insólitas de todos ellos, que los volvían más humanos y queribles. Me impresionó gratamente la entrañable sencillez de ese hombre de ochenta años. La cita para la entrevista quedó concertada para dos días después.

Desde que llegamos Roca y yo a su casa –arribarían poco después Josefina Castro, su marido Gabriel Ossa y el músico Pedro Krump-, el mismo Escalona, Luz Marina y su bella hija Carolina, nos recibieron con esa hospitalidad de la provincia tan perdida entre nosotros. Escalona nos contó a Roca y a mí en la entrevista cómo desde los trece años componía vallenatos, cómo surgían, cuáles eran los motivos y los personajes, de que para él el vallenato era la única música original colombiana, de la definitiva importancia del acordeón para dar vida a los cantos, del inigualable acordeonero Colacho Mendoza, del reconocimiento que le guardaba a su maestro Tobías Enrique Pumarejo, de su relación amistosa con grandes del vallenato como Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales, de cómo ayudó a elegir los personajes para la exitosa serie televisiva que lleva su nombre (Escalona). Nos hizo sonreír contándonos el contraste entre el Francisco el Hombre disminuido que conoció y la leyenda del hombre que venció al Diablo. Por ser poco previsores, el caset se nos terminó. Continuamos hablando, pero sentíamos el arrepentimiento de que eso no quedaría grabado. Quedamos en regresar para seguir la entrevista. “Da para un libro”, repetíamos. Sorpresivamente, cuando nos despedíamos, la cena ya estaba preparada.

Varios días insistí para continuar la entrevista, pero los compromisos de Escalona y después los míos no lo hicieron posible. Pero para mí haberlo conocido y haber conversado con él valió el año pasado el viaje a Bogotá.