Foto: Ernesto Raulio Gonçalves

 

Academia y contrainsurgencia en Chiapas

 

 

Rosaluz Pérez

 

 

La investigación de Marcos Estada Saavedra*, académico y funcionario del Colmex, se realizó, según él admite, en “tres comunidades zapatistas” con “importante población ex-zapatista”, y tres no zapatistas “con población zapatista decreciente”. El trabajo de campo fue en los ejidos Tabasco y Carmen Villa Flores. “El primero  participó con el EZLN; después de su ruptura con los rebeldes, una minoría guardó lealtad a los neozapatistas y habitó un terreno anexo”. “Por su parte, la comunidad Carmen Villa Flores, conformada por tojolabales evangélicos de diferentes denominaciones, no participó en absoluto con los insurrectos”. Éste es su universo.

Las comunidades donde Estrada y sus asistentes realizaron entrevistas ya existían mucho antes de 1994. La zona de conflicto ni antes ni después del levantamiento ha sido totalmente zapatista. Las comunidades cien por ciento zapatistas son los nuevos centros de población, que se establecieron en las tierras recuperadas tras el levantamiento armado. Pero el autor elige hacer su trabajo de campo sobre el zapatismo en comunidades donde no hay población zapatista y en comunidades mayoritariamente no lo son.

En la introducción el autor dice que su libro es “una contribución al conocimiento de la historia social y política de los tojolabales del municipio chiapaneco de Las Margaritas desde 1930 hasta 2005, siete décadas y media en las que este pueblo ha intentado conseguir por los más diferentes medios su liberación” Enfatiza que en particular ha estudiado “las bases de apoyo del EZLN”. Sin embargo el libro fue escrito con otro objetivo, que no menciona.

Para obtenerlo, elabora cuatro categorías para designar los procesos y sus promotores que han determinado cambios en “la vida colectiva tojolabal”: 1) La comunidad ejidal, debida a la política agraria de los años 30 y la colonización de la selva que derivó en la creación de ejidos en terrenos nacionales “gracias” a las políticas “ordenadas desde el centro del país”. 2) La civitas Christi, el “encuentro decisivo entre las comunidades tojolabales selváticas y los agentes de pastoral de la diócesis de San Cristóbal entre 1960 y 1974”, y la práctica teológica “liberacionista”. 3) La comunidad republicana de masas, o construcción de “uniones ejidales independientes” entre 1975 y 1987; de “espíritu republicano promovido por los ideólogos y activistas de izquierda social”. 4) La comunidad armada rebelde, el zapatismo en las cañadas tojolabales 1988-1996 y 1997-2005.

Es la historia lineal que promete contar. En cambio, despliega un tejido de entrevistas que no ayudan a la comprensión de la historia de los pueblos tojolabales, ni del zapatismo. Es la presentación de otro proyecto político detrás de lo que pomposamente nombra “la comunidad republicana de masas”, la viabilidad de este proyecto y la justificación “teórica” para un plan de desarticulación de la autonomía zapatista.

Para mostrar esta viabilidad como única, argumenta en contra del zapatismo, describiéndolo como el surgimiento oportunista de una guerrilla que crece de manera autoritaria y deshonesta. Califica como un fracaso el levantamiento armado del EZLN (su objetivo planteado desde el principio). Para Estrada Saavedra, en la actualidad no existe más como movimiento político y lo que queda se encuentra en el ámbito regional. Por su naturaleza militar, es un agente nocivo en las comunidades, y debido a su intolerancia, viola constantemente los derechos de los no zapatistas. Finalmente, cree posible una convivencia entre las diferentes organizaciones o agrupaciones, a excepción de los zapatistas.

Estrada dice “guerrilla” para hablar del proceso zapatista, y es de esta manera como lo analiza. Deja de lado su trayectoria política de más de una década y su repercusión nacional, global y local. Su término “guerrilla” tiene una connotación despectiva que le ayuda a resaltar el aspecto militar, sin hacer la diferencia con la construcción civil de la autonomía, que atribuye a una estrategia militar local cuando en la realidad esta construcción va en sentido totalmente opuesto.

Estrada omite bastante información histórica, omite las políticas económico-sociales de contrainsurgencia y el cerco militar en el que se encuentran las comunidades. Reduce el enfoque a un proceso local e induce la conclusión de que “la comunidad republicana de masas” es el proyecto legítimo y modernizante de las “uniones ejidales” independientes (como Unión de Ejidos de la Selva, Lucha Campesina, Tierra y Libertad, la Asociación Rural de Interés Colectivo Unión de Uniones y la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos; aunque el libro se enfoca sólo en las tres primeras, todas configurarían esta “comunidad republicana de masas”). Argumenta que estas organizaciones con “treinta años de experiencia de democratización”, se han convertido en “actores colectivos capaces de establecer relaciones con las instituciones en su propio beneficio”.

 

 

La propuesta contrainsurgente. El punto central del proyecto político que avala Estrada es la relación con el Estado a través de la institucionalización de las organizaciones campesinas. Recuerda la vieja fórmula del pri, donde las organizaciones campesinas se­rían el actor social en relación con el Estado. Quedan fuera la autonomía zapatista y su proyecto político de reconocimiento a los pueblos indígenas, su participación en las decisiones nacionales y de los pueblos originarios.

Es decir, la relación de una organización campesina con el Estado es económico-social, donde no figura una relación político-cultural. No tiene cabida un gobierno autónomo que imparte justicia, decide sus planes de desarrollo y vigila los recursos naturales en su territorio. En cambio, ofrece “sugerencias” de lo que podría ser “la salida al conflicto en Chiapas” a través de los argumentos que van en dirección similar al llamado Plan Chiapas.

En 2000 circuló un documento en la secretaría de Gobernación, titulado Plan Chiapas, en el que aparecían propuestas para la desarticulación del movimiento zapatista (Carlos Fazio, La Jornada, 12 de diciembre de 2000). Estas propuestas iban encaminadas a lo que se propone Estrada: afirmar que las organizaciones campesinas son los interlocutores adecuados para la relación con el Estado; negar el conflicto agrario en Chiapas como uno de los puntos que dieron origen al levantamiento; deslegitimar la recuperación de tierras en 1994, así como la existencia de un territorio zapatista; reducir las reivindicaciones de los pueblos a demandas de carácter económico social, y en ese sentido entiende la autonomía, como si el problema fuera la pobreza, dejando de lado el reconocimiento político-cultural a escala nacional.

Esto implicaría la desarticulación de los municipios autónomos y los Caracoles, la desarticulación del trabajo diocesano de carácter político, y reactivar las órdenes de aprehensión contra la dirigencia zapatista.

 

 

Las armas de su crítica. Para el autor, la “comunidad republicana de masas” es el proyecto que debió extenderse en las comunidades de Chiapas y no el zapatismo, que no sólo obstruyó sino que “capitalizó” lo que era mérito de otros y ha implicado un retroceso en el proceso de “liberación de los pueblos”. La red de relaciones, el proceso, los actores y el contexto, entre otros factores, hacen de las comunidades una realidad muy compleja que no se puede analizar a la simple vista de la ausencia o presencia de un actor.

Para demostrar su hipótesis sobre el EZLN, presenta declaraciones de los entrevistados u opiniones suyas. Para el lector lejano a los procesos en Chiapas no resultará claro que la realidad dista mucho de como la presenta el autor. En la presentación de datos existen omisiones, información tendenciosa y contradictoria, no se cotejan ni analizan las declaraciones de sus entrevistas. De esta manera presenta de una forma simplista sus críticas hacia el zapatismo.

Reclama que en sus orígenes el EZLN infiltró las organizaciones de la “comunidad republicana de masas” para hacerse de base social, creó un espejismo y engañó a la gente, que al participar creyó que tras ganar la revolución “vivirían como los ricos de la ciudad”. Que el inicio de la guerra se debe a la presión del EZLN sobre sus bases para que se inclinaran por esta vía. Según Estrada, la pertenencia a las filas del EZLN fue un ejercicio voluntario, posteriormente se convirtió en obligación mediante amenazas.

Todo esto es dudoso. La decisión de dar la vida por un proyecto en el que probablemente no se alcanzarán a ver los frutos, como reiteradamente señalan los zapatistas de manera pública y en su relación cotidiana, refleja que su opción por la vía armada y posteriormente la política no es una decisión ingenua (“impuesta”), como quisiera Estrada.

El crecimiento del EZLN se debe, no a una “campaña de convencimiento”, sino haber sabido escuchar, entender y dar forma a las aspiraciones de los pueblos que se vieron reflejados en ese proyecto. Precisamente en los años 70 y 80 las demandas de los pueblos por la vía pacífica se habían agotado (Neil Harvey, La rebelión de Chiapas, era, México, 2000). De hecho, antes de que se votara la guerra, el EZLN advirtió de sus riesgos y peligros.

En la historia de Chiapas han existido otras rebeliones indígenas. Si el EZLN no hubiera participado en el proceso, posiblemente no se habría evitado una rebelión, un conflicto armado. Imperaban condiciones para la desesperación. En la actualidad no son pocas las ocasiones que el EZLN como organización debe fungir como contenedor y evitar confrontaciones desesperadas ante las provocaciones. Un ejemplo es la no respuesta ante las incursiones militares, sobre todo en 1997-1998, y actualmente las provocaciones efectuadas por los paramilitares de la Opddic.

Para Estrada, el EZLN no cumplió con lo que la revolución prometía: ser una lucha nacional. Respecto a la toma de tierra, acusa al EZLN de no hacer repartición de tierras y quedarse con lo que pertenece a los campesinos bases de apoyo. Otros autores han documentado, al contrario, que la toma de tierras fue una de las acciones más importantes del zapatismo, cuando el Estado había puesto fin al reparto agrario (Gemma Van der Haar, El movimiento Zapatista de Chiapas: Dimensiones de su Lucha, Labour Again Publications, 2005, y La campenización de la zona alta tojolabal: el remate zapatista”, 99-113, Transformaciones Rurales en Chiapas, UAM-Xochimilco, 1998). También ignora la existencia de nuevos centros de población. Señala que las comunidades se gobiernan con un sólo mando (Marcos) a través de una estructura que lo facilita a través de una relación clientelar con el CCRI.

Acusa al EZLN de sostenerse a costa de la precariedad de la gente, de matar a sus desertores y sobre todo a los “traidores”. Esto se menciona en dos entrevistas, sin aclarar el origen de la información, más parece opinión, rumor o prejuicio.

Acusa al EZLN de crear un espejismo con sus bases de apoyo de ser los defensores del pueblo y en situación de emergencia salir huyendo, como según él y uno de sus entrevistados “sucedió” en el enfrentamiento en Chavajeval en 1998. Es sobre todo en estos puntos donde el autor insiste en hacer creer que el EZLN funciona como guerrilla, omitiendo que, a pesar de ser un ejército que no ha negado su carácter vertical y militar (EZLN, 2005), desde 1994 mantiene una tregua militar, apostando a una vía política. Paralelamente ha creado las condiciones para que en las comunidades se construyan instancias y formas de organización civiles, donde las decisiones en la vida de los pueblos son tomadas por sus propios habitantes. Ser zapatista y participar del zapatismo es una elección individual; así como existen pueblos completos que han elegido serlo, hay familias en medio de pueblos con otra elección, o un sólo miembro en una familia con otra opción. Es una entre otras.

En la actualidad, los pueblos o personas en la zona de conflicto que eligen no ser zapatistas se convierten en capital político, recompensado con programas clientelares sin ninguna proyección a largo plazo (Progresa, Oportunidades, Vivienda Digna, Procampo).

Más bien habría que preguntarse otra cosa. Si ser zapatista es tener todo en contra, y no serlo es respaldado y premiado por el Estado ¿porqué sigue habiendo zapatistas? De hecho, más que en 1994 aunque la academia y la propaganda gubernamental insistan en lo contrario.

Las afirmaciones de Estrada son osadas. En la autonomía, dice, el EZLN tiene una política social de precariedad que conduce a su población al rezago de tres décadas atrás; las mujeres zapatistas se encuentra en un estado de subordinación; el EZLN es un obstáculo para el desarrollo y la autonomía de las comunidades, y debe su crecimiento al pragmatismo de los campesinos al establecer “relaciones estratégicas”. Los que nombra “filozapatistas” se relacionan de manera acrítica, romántica, con los zapatistas, y en ocasiones con “despotismo”. Acusa al EZLN de no tener el impacto nacional que esperaban sus bases. Y afirma tan tranquilo que los zapatistas amenazan de muerte a aquellos que salen de la organización, que existen “parias” y estigmatizados, y que impiden que los no zapatistas reciban apoyos gubernamentales. Para Estrada, las Juntas de Buen Gobierno (JBG) sólo sirven para que el EZLN controle las comunidades.

Estrada no se entera de que la autonomía en las comunidades, municipios y caracoles zapatistas es un proceso civil, construido con un trabajo cotidiano, mucho esfuerzo y tiempo por parte de las y los zapatistas de todas las edades. Que teniendo todo en contra y desde la nada han levantado sistemas de educación, salud, producción y otros, con o sin apoyos solidarios. Estas alternativas construidas por los pueblos han repercutido directamente en la calidad de vida, perspectivas y apropiación de sí. Es claro que sin la existencia del EZLN como marco de protección, sería imposible la construcción y existencia de este proceso de autodeterminación, atacado y negado por el Estado.

La existencia de las JBG ha generado el espacio de interrelación con los zapatistas a nivel local, nacional e internacional. Uno de los logros más significativos que da legitimidad en los hechos a las JBG es ser una instancia para resolver problemas, una alternativa en la que se tratan todo tipo de conflictos a la que principalmente acuden personas no zapatistas que encuentran en esta instancia una posibilidad de arreglar su problema. Por ejemplo, jóvenes priístas que desean divorciarse y se les obligaba a seguir casados, o presidentes municipales indígenas que se han entendido mejor para resolver, junto con las JBG, problemas locales que las oficinas centrales habían archivado. Este acierto se debe a que en las JBG se encuentran elementos propios del pueblo, con los que es más fácil resolver un conflicto.

 

 

El método de Estrada. En el gordo libro no se escucha la voz de los actores para entender, reflexionar y aportar en los vacíos. Se presentan como instrumentos para confirmar sus hipótesis y conclusiones predeterminadas aunque, citando a Touraine, sostenga que considera a los actores “sujetos autónomos”.

No aclara las circunstancias ni las formas en que las entrevistas fueron realizadas, ni el papel que han jugado los líderes entrevistados a lo largo del conflicto respecto a sus propias bases, a pesar de existir información sobre su corrupción.

Las conclusiones, deliberadamente localistas y con poco respeto a los diferentes actores, reducen un conflicto de dimensiones históricas a simple problema económico-social.

 

 

*Marco Estrada Saavedra: La comunidad Armada Rebelde y el EZLN.Un estudio histórico y sociológico sobre las bases de apoyo zapatistas en las cañadas tojolabales de la selva Lacandona (1930 -2005), 625 pp. El Colegio de México, 2007.

 

Rosaluz Pérez ha acompañado durante más de una década

los procesos civiles de las comunidades autónomas de Chiapas.

Actualmente es estudiante de Diploma en la École de Hautes Études en Sciences Sociales, París.