Usted está aquí: martes 22 de abril de 2008 Opinión Artistas mujeres en el Marco

Teresa del Conde/ II y última

Artistas mujeres en el Marco

Ampliar la imagen Cuadro de María de la O, incluido en la colectiva de 57 mujeres artistas que se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo, en Monterrey Cuadro de María de la O, incluido en la colectiva de 57 mujeres artistas que se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo, en Monterrey

Las artistas que integran la exposición cuyo comentario inicié en mi pasada nota suman 57, cada una representada con dos o más trabajos, cosa que en buen medida correspondió a la posibilidad de obtener préstamos. La exposición “de género” resulta de sumo interés porque ofrece un panorama de las principales vertientes del arte del siglo XX en México, incluyendo instalaciones (como la de Perla Krauze), el excelente biombo de Silvia Gruner, que pertenece a Cotsco, la intervención 1995 en un muro de Betsabeé Romero en estructura de alambre y rosas secas, un poco manida en cuanto a selección de un versículo de Gertrude Stein tomado por pléyade de artistas: “A rose is a rose is a rose is a rose” o las delicadas piezas en papel de arroz, pelo y sangre de la tapatía Paula Santiago (1999).

No puede afirmarse que están todas las artistas vivas de México, autoras de contribuciones importantes, pero sí un buen número de las muy reconocidas y alguna que resulta revelación: María de la O, cuyo “descubrimiento” si de eso se trata, se debe a Miguel Cervantes, uno de los dos curadores, y posiblemente a sus coleccionistas: los hispanistas y antropólogos Daría Deraga y Rodolfo Fernández, expertos en literatura femenina. No hay datos sobre la pintora, cuyas dos piezas, reminiscentes de la brasileña Tarsilia do Amaral, datan de 1933 y no parecieran de realización mexicana, aunque lo son. Para colmo de males, la famosa canción gitana María de la O abarca prácticamente todas las posibilidades de la red. En este rubro pudo incluirse tal vez a la pintora nayarita Emilia Ortiz Pero no se trata de aludir a lo que falta, sino a lo que sí está.

Las corrientes principales del siglo XX en México están representadas, excepto tal vez, las incursiones expresionistas, sólo insinuadas en algunos grabados de Angelina Beloff, que cuenta con excelente representación en pintura y grabado, destacando entre todos el realizado en madera de pie con tema de maternidad, que se exhibe “sin fecha”, declaro que es de su etapa parisina y data de 1920.

El realizado a dos tintas, La fábrica (colección Museo Dolores Olmedo), es posterior a 1932 y puede cotejarse en el acervo de Erasto Cortés Juárez, en Puebla.

Los tres tapices bordados a máquina de Lola Velázquez Cueto están entre las obras más sui generis, señaladamente la tehuana de 1924 que va a suscitar deseos de posesión, tanto por museos que por coleccionistas privados. Pertenecen a la colección de Mireya Cueto, nieta o bisnieta de Germán. También hay obras de Rosa Roland, además de la consabida presencia de Frida Kahlo a través de Los cocos del Museo de Arte Moderno y de la prueba litográfica numero 11 del aborto, prestada por Rina Lazo, quien por ser guatemalteca, no se encuentra incluida.

Al apartado nacionalista, en el que se incluye a Celia Calderón, sigue el rubro vinculado con el surrealismo, que resulta nutrido, con piezas importantes de Remedios Varo, Leonora Carrington, Alice Rahon y Bridget Tichenor, cuya pieza más relevante es una construcción de madera tipo torre: Los encarcelados (1965).

El apartado modernista se inicia con Cordelia Urueta en su vertiente semiabstracta, para seguir con Lilia Carrillo, autora de una de las obras más esplendorosas del conjunto: La ciudad de Andrómeda (1957), pues su tríptico de gran formato Principio y fin (1969) ofrece demasiados ecos no tanto de Manuel Felguérez, como de Fernando García Ponce.

De Lucinda Urrusti, quien está amalgamada al contexto de Ruptura, hay dos preciosas (y preciosistas) composiciones en óleo sobre lino respectivamente de 1959 y 1971. Habría que pensar en Lucinda, de quien conocemos obras aquí y allá, para una muestra individual. Ella está museografiada cerca de Joy Laville, a quien le sientan mejor los formatos medianos o pequeños que los grandes, cosa evidente al contemplar su retrato de Jorge Ibargüengoitia jugando ajedrez, un pastel de 1977.

El apartado de artistas abstractas posruptura (Irma Palacios, Rosario Guajardo, Susana Sierra) se conjuga con representaciones figurativas. Entre estas destaca Paisaje con lluvia (1999), de Manuela Generali, así como las cerámicas de Miriam Medrez.

El apartado sobre fotografía merecería nota aparte, dado el interés que provoca. Muy atinado el apartado dedicado a Mónica Mayer y Maris Bustamante. Ojalá esta exposición cuente con alguna sede en nuestra ciudad. Podría quizá alterarse o ampliarse, pero el conjunto tal como está resulta válido.

 
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