Usted está aquí: lunes 28 de abril de 2008 Opinión Agflación

León Bendesky
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Agflación

En el último año los precios de los alimentos se han incrementado alrededor de 60 por ciento, según indican los índices calculados por el Banco Mundial. A este fenómeno suele referirse ahora como agflación. El presidente de ese organismo, Robert Zoellick, ha dicho que se está creando una “tormenta perfecta” que vincula el alza de los precios del petróleo y la energía, la creciente producción de biocombustibles y la mayor demanda de comida en varios países en desarrollo, notablemente China e India. Estima, además, que la agflación podría empujar a una mayor pobreza a 100 millones de personas.

Para prevenir conflictos sociales derivados de la escasez que genera el incremento de los ingresos asociados con el rápido crecimiento económico, países productores de arroz, como India y Pakistán, han impuesto restricciones a la exportación del grano. Por otro lado, cada vez hay más protestas en contra del alza de los precios en lugares como Bengal occidental, Mauritania, Senegal y Yemen, y se extienden a otros lugares.

De modo sorprendente, el efecto del alza de los precios se da también en Estados Unidos, donde la semana pasada se racionó en algunas localidades la venta de arroz para evitar el acaparamiento. Ese país disfrutó de una inflación muy baja en los alimentos durante más de 20 años, pero ahora suben los precios del pan, la leche, los huevos y otros. El impacto que esto tiene puede medirse por el hecho de que la comida representa 13 por ciento del gasto promedio de las familias, mientras la gasolina sólo 4 por ciento. Se estima hoy que el movimiento al alza de los precios continúe cuando menos un par de años.

Si se concibe la globalización como la tendencia a convertir al mundo en una unidad de actividades interconectadas con cada vez menos restricciones impuestas por fronteras locales, puede advertirse que las distorsiones en la producción y los precios agrícolas es de carácter global.

Pero hay contrapesos relevantes a esa tendencia global. Así, la restricción a exportar productos agrícolas es una clara medida de protección para asegurar la oferta interna, mantener los precios bajos y evitar fricciones sociales internas. Sin embargo, de esa forma se exporta el conflicto político. Las fronteras siguen existiendo y operan de modo efectivo.

Los países importadores reaccionan, a su vez, con el uso de controles de precios, de subsidios a los productos del campo y con cambios en las políticas agrícolas con el fin de estimular la oferta, abatir los precios a los consumidores y evitar, igualmente, las protestas sociales.

En México, que aparece en el mapa de la turbulencia social asociada con el alza de los precios de los alimentos, se fijaron controles al precio de la tortilla el año pasado y se removieron las cuotas y tarifas a la importación de leche, maíz y azúcar. El gobierno anunció que permitirá la siembra experimental de granos modificados genéticamente y que intenta reducir el precio de los fertilizantes, esto último incluso vinculado con la propuesta de reforma energética que se debatirá en el Congreso.

En todo caso al agflación no está ausente en el mercado nacional, ya que entre marzo de 2007 y marzo de 2008 aumentaron los precios del arroz en 12 por ciento; de los aceites y grasas vegetales, 33.3; del huevo, 23.5; y del pollo entero, 11.9 por ciento. Se estima que los precios de los alimentos contribuyen entre una cuarta parte y la mitad del aumento general de la inflación.

La agflación se genera por una serie de procesos económicos y se suma a la inestabilidad prevaleciente en el terreno financiero. Obedece también a la naturaleza desigual del crecimiento del producto y de la distribución del ingreso en el mundo. No puede dejarse de lado la repercusión del cambio climático sobre las condiciones de la producción agrícola en el planeta. El caso de la sequía en Australia es ilustrativo.

Una parte del fenómeno tiene que ver con el muy debatido asunto de los biocombustibles, en particular el uso del maíz, que desvía la oferta del consumo humano y para forraje, lo que provoca tanto carestía de forma directa como indirecta, es decir, derivada del efecto sobre productos como la carne. En el Departamento de Agricultura de Estados Unidos calculan que 31 por ciento del total de la producción interna de maíz se destinará a producir etanol en la temporada 2008-09, cifra que se compara con 5 por ciento usado para ese fin en 1995-96, o bien, 10 por ciento en 2003-04. La disyuntiva que plantea la producción de alimento o de combustibles está abierta y ya es fuente de confrontación económica y social.

Este proceso de encarecimiento de los alimentos ya está en marcha y avanza rápidamente. Es imprescindible que la política agropecuaria en México atienda la situación prontamente, buscando las formas en que el alza de los precios se vuelva una oportunidad para los productores, no sólo para los más grandes. Se trata de que aumente a tiempo el abasto interno y se evite la escasez y la carestía que pueden abatirse sobre los grupos más vulnerables de la población. Una reacción tardía provocará un obstáculo adicional al magro crecimiento del producto que ni la renta petrolera podrá contener.

 
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