Usted está aquí: viernes 2 de mayo de 2008 Política Viejo ritual cetemista, primer acto; reacomodos en la UNT, el epílogo

■ La víspera, Lozano justificó la defunción del Día del Trabajo

Viejo ritual cetemista, primer acto; reacomodos en la UNT, el epílogo

■ El secretario saludó a líderes y luego se aplicó crema antibacterial: empleados

Arturo Cano

Ampliar la imagen Aliado de la Unión Nacional de Trabajadores, a su llegada a la Plaza de la Constitución Aliado de la Unión Nacional de Trabajadores, a su llegada a la Plaza de la Constitución Foto: José Carlo González

La crema antibacterial se vende más cuando se acerca el Día del Trabajo. Es una pequeña compensación por lo que pierden los rotulistas pues, empobrecidas las concentraciones, se han dejado de hacer miles de mantas de esas que decían “¡Gracias, señor presidente!”

En Los Pinos, el secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón, despacha en cuatro minutos el asunto: “El gobierno federal ha determinado no encabezar acto oficial alguno, sino respetar que sean los trabajadores y sus organizaciones quienes decidan la mejor manera de conmemorar su día”.

La víspera, el titular del Trabajo se había reunido con las cabezas del sindicalismo nacional. Después de cada encuentro y de saludar de mano a los líderes, según cuentan trabajadores de servicios de la secretaría, Lozano se lava las manos y se unta ceremoniosamente crema antibacterial.

Desconocen esa práctica los trabajadores que desfilan en el Zócalo y agradecen la mano extendida y saludadora de Francisco Hernández Juárez, el ya eterno dirigente de los telefonistas.

Quizá Pancho tampoco sepa del ritual de Lozano, el Monk del gabinete calderonista, pianista, amante de la ópera y guerrero de los periodicazos, que esta mañana, mientras los trabajadores marchan, informa a la nación que el primer día de mayo es “una fecha de altísimo significado para el gobierno de la República, pero no una celebración oficial”. Pues sí, según el guión sugerido por Lozano, las organizaciones deciden irse cada una por su lado.

El músculo de la UNT

La marcha más nutrida, con mucho, corre a cargo de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) y el Frente Sindical Mexicano. Muestran el músculo el sindicato de telefonistas, los trabajadores del Seguro Social y los electricistas del SME.

Hay una pequeña representación del sindicato minero y es notoria la ausencia del grueso del STUNAM, emblema del sindicalismo universitario que anda en líos por su elección interna. “¡Charro, charro!”, “¡Fraude, fraude!”, grita un grupo de trabajadores encabezado por el candidato derrotado, José Castillo Labra.

Agustín Rodríguez, secretario general, no da la cara. Pero desde el templete, Carlos Galindo, secretario de Relaciones, les mienta la madre a señas a los disidentes, según denuncia entre risas una trabajadora.

El estridente equipo de sonido no impide que Castillo Labra insista en el fraude, ni que hable de una alianza entre Rodríguez, Nueva Izquierda y el PAN. “Lourdes Zea, quien va como secretaria de Organización, fue candidata panista en Coyoacán.”

A diferencia del dirigente universitario, sí se aparecen en el templete Hernández Juárez y Valdemar Gutiérrez, líder del sindicato del Seguro Social, con todo y que en días recientes ha amenazado con abandonar la UNT, por el “protagonismo” de otros dirigentes, aunque más bien con la vista puesta en los comicios del año venidero.

A pesar de los reacomodos, la marcha de la UNT y aliados es la más numerosa. La disciplina y los rituales de la CTM son ahora del alguna vez llamado sindicalismo independiente. Los otros dan pena ajena.

¿Quién le teme a la seteme?

El Congreso del Trabajo (CT), que llegó a presumir 3 millones de trabajadores en el Zócalo, no puede ni con la media plaza que le deja el Museo Nómada.

En las primeras filas, como siempre, están los miembros del sindicato ferrocarrilero, aunque su líder, el inefable Víctor Flores, no asoma la cabeza. Un orador anuncia que el sindicalismo responsable está dispuesto a rendir cuentas, aunque sólo frente a sus agremiados, “como siempre lo hemos hecho”.

Enseguida, intermedio musical: La vida es un carnaval alborota a algunos de los asistentes, pero no a la gerontocracia obrera, que ni siquiera lleva el ritmo con los dedos. ¿Cuántos años suman los dirigentes de CTM, CTC, COR y demás siglas subidos en el templete?

Hilda Anderson, eterna dirigente femenil de la CTM, y quizá la persona que más años ha acumulado como diputada y senadora es, al fin, una anciana. Pero el discurso corre a cargo de uno de los pocos jóvenes, Antonio Reyes, del sindicato de Fonacot, emite frases de seda para el gobierno y rudas contra el lopezobradorismo. ¿O se refiere a otra cosa cuando habla de “elementos peligrosos que convocan a la confrontación”?

Luego de seis o siete minutos, comienzan los aprietos del jilguerillo. La raza le chifla, ávida del fin del acto para firmar, pasar lista e ir a seguirla (abundan los chambeadores cargados de botellas de licor desde esa temprana hora, pues no han dado ni las 10 de la mañana).

Termina el orador. Joaquín Gamboa Pascoe, líder de la CTM (o seteme, como le decía Fidel Velázquez), le concede un saludo desganado y de inmediato consulta su reloj. Quizá tiene que ir a supervisar el lavado de alguno de sus autos de lujo.

Pero falta un orador. Así que José Luis Mondragón, de la mexiquense –y gangsteril– Central de Trabajadores y Campesinos (CTC), hace un discurso de pastor adventista, salpicado de frases coloquiales: “Se está engordando el costal de la reclamación y ellos (el gobierno) lo ven pasar”.

Luego, pide a todos que levanten los brazos a manera de plegaria, y que lancen vivas a sí mismos, al movimiento obrero y a la patria. Y pues ya.

Abajo, dos solitarias mujeres sostienen un cartelón hecho a mano: “No a la Ley del ISSSTE”, dice. Son trabajadoras del Instituto Nacional de Pediatría y andan enojadas: “Nadie dice nada, es desesperante”, se queja una de ellas, Antonia Godínez.

Ambas permanecen largos minutos mezcladas con los ferrocarrileros. No les quitan el cartel, no las sacan. Será porque no vino Víctor Flores o porque los cetemistas se han vuelto tolerantes. Se ríen las mujeres: “Nomás nos silbaron fiu fiu”. Ya ni los charros son como antes.

Lucha petrolera sin petroleros

Véase el caso, para ilustrar la última frase, de la Confederación Regional Obrera Mexicana. No ha terminado el mitin del Congreso del Trabajo cuando los cromistas esperan entrar al Zócalo. Los detiene, de manera educada, una valla de policías desarmados (no hay los granaderos de otras épocas).

Al frente del contingente que abarca de la plaza al Eje Central, sobre la calle Madero, va una lujosa camioneta conducida por un hombretón rapado y cargado de gruesas medallas de oro. A su lado, un anciano: Ignacio Cuauhtémoc Paleta, dirigente eterno de la organización fundada por Luis N. Morones (por eso aseguraban que sus siglas, CROM, significaban Cómo Roba Oro Morones).

Radicales los cromistas, desde que salieron del CT hace un par de años con mineros y croquistas, gritan: “No somos uno no somos cien, pinche gobierno cuéntanos bien”.

Mientras los cuentan, los croquistas andan en tratos con Hernández Juárez, a ver si se incorporan a la UNT. Por eso se acercan, aunque no se revuelven. Se reacomodan, como se ve, centrales y sindicatos.

Quizá por eso los líderes de la CROC prefieren enviar el mensaje de que la clase obrera no va al paraíso, sino a la pachanga, y organizan un festival en el estadio Azteca. Quieren volver al CT, si los perdonan.

Será porque solos no valen mucho. O porque les preocupa el avance de la central sindical filopanista, que comenzó un crecimiento exponencial en el sexenio anterior impulsada por Carlos Abascal Carranza, quien ahora libra difícil batalla contra el cáncer.

Por ese lado, de la alianza sindical, coquetean varios gremios antes muy priístas. Algunos analistas consideran que ese flirteo explica la ausencia más destacable del día: la del sindicato de los petroleros.

Ni siquiera el rechazo a la reforma laboral –aún no presentada– ocupa más espacio que el tema del petróleo en mantas, carteles y discursos. Todo sin los petroleros, que andan midiendo cómo entrar al debate o de plano acercándose al panismo, con todo y reforma energética.

Los mineros sí andan acá, aunque sin líder. Se lanzan contra Germán Larrea y su Grupo México, con sus tres huelgas legales, y su congreso para relegir a Napoleón Gómez Urrutia en dos días. “¡Napo, Napo!”, gritan, cuando habla Carlos Pavón e invita al secretario del Trabajo a visitar personalmente las minas.

Otro primero de mayo con el conflicto minero sin solución, otro Día del Trabajo sin reforma laboral. La víspera, el secretario Lozano había dicho que la propuesta está terminada, pero que se entregará al Congreso “una vez que las condiciones estén dadas”. Cuando ese jaloneo comience, hará falta mucha crema antibacterial.

 
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