Usted está aquí: viernes 2 de mayo de 2008 Política El poder divisivo de la Iglesia católica

Soledad Loaeza

El poder divisivo de la Iglesia católica

Solamente una visión estrecha de la fe en Dios llevó al secretario Mouriño a comprometer a los obispos mexicanos en la defensa de la reforma energética. Tendría que saber que las iglesias institucionales han perdido mucha de la fuerza que tenían en el pasado, y que la religión es percibida por la mayoría de los mexicanos como un asunto privadísimo. De manera que atraer a los obispos al debate petrolero sólo puede exacerbar la creciente fragmentación política que nos aqueja.

Recurrir al Episcopado para promover apoyo a la iniciativa gubernamental parte de la vieja idea de que la Iglesia católica es vínculo de unión entre los mexicanos, a pesar de que la historia da numerosos ejemplos de lo contrario, aquí como en India, en Medio Oriente y en muchas sociedades desgarradas por creencias religiosas adversarias. En el siglo XIX el conflicto entre el Estado y la Iglesia estuvo en el origen de la fractura más importante de la sociedad política de la época, así como de guerras civiles y, más en general, de la inestabilidad que fue el azote de ese siglo. Durante y después de la Revolución de 1910 las diferencias entre quienes defendían los intereses de la Iglesia y quienes querían limitar su influencia en la sociedad también acarrearon tensiones políticas y, desde luego, el conflicto cristero que se inició en 1926 y que a lo largo de tres años desgarró el centro del país, provocó la muerte de decenas de miles de mexicanos. El gobernador de Jalisco, Emilio González, ha expresado bien los rencores y el espíritu revanchista que todavía genera esa historia.

El secretario Mouriño, y probablemente el presidente Calderón, parecen creer –con la militancia ultra de los católicos del pasado– que esos conflictos eran enfrentamientos artificiales en los que la minoría en el gobierno desafiaba a “98.8 por ciento de los mexicanos”, como se titulaba un folletín que circulaba en los años 50 para promover la reforma al artículo130 de la Constitución. Si es así, Calderón y Mouriño se equivocan. Primero, la sociedad mexicana está más secularizada de lo que imaginan, y segundo, la pluralización religiosa es un vigoroso proceso en marcha. Una de las peores lecturas que se pueden hacer de la llegada de Acción Nacional al poder es la que entiende este suceso como una reivindicación católica, una interpretación que habría sublevado a más de un viejo panista ilustrado.

Una y otra vez diferentes encuestas han demostrado que la mayoría de los mexicanos repudia la participación de la Iglesia en asuntos políticos; peor todavía, no son pocos los feligreses que ya desde los años 40 denunciaban ante la arquidiócesis metropolitana a los párrocos que durante la homilía pronunciaban discursos políticos. Así que los obispos también se equivocan cuando intervienen en asuntos que no son de su competencia, porque hasta donde sabemos ninguno de ellos es ingeniero petrolero y, en lugar de contribuir a aliviar la crispación política por la que atraviesa el país, añaden un factor de división: el debate a propósito de su intervencionismo.

Este asunto se ha visto agravado por tres hechos: el narcolío en que se metió el obispo Aguiar cuando llamó a la absolución de los narcotraficantes porque son asesinos reincidentes, pero muy devotos, pues dan generosas limosnas para la construcción de iglesias. El uso de los recursos públicos por parte del gobernador de Jalisco para comprar el perdón de sus pecados –sus actitudes autoritarias, el gusto jalisquillo por el tequila, y la debilidad propia y la del cardenal Sandoval Íñiguez por la fiesta– y su ingreso al cielo; y por último, las torpes declaraciones de este mismo Príncipe de la Iglesia en relación con que todos los ricos son ladrones. (Expresiones que, aun avaladas por San Agustín, explican por qué las pretensiones papales del dicho cardenal eran una verdadera vacilada.)

Vicente Fox quiso utilizar las creencias religiosas para acrecentar su capital político. Esta estrategia le fue severamente reprochada por panistas y no panistas. Ahora, en cambio, Felipe Calderón, a través de su secretario Mouriño, pretende utilizar a la Iglesia, es decir, a la institución, para impulsar una iniciativa que es muy divisiva. No se entiende muy bien por qué echan mano de un actor también divisivo y de una estrategia que sólo puede incrementar sus problemas, a menos de que lo hayan hecho asesorados por algún consultor estadunidense, cuyas recomendaciones se fundan en viejos prejuicios protestantes a propósito de México, “un país católico”. Otra explicación posible es que ellos mismos desconozcan las transformaciones que ha experimentado el catolicismo mexicano. De ser así, se están metiendo en un catolío.

 
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