Usted está aquí: martes 6 de mayo de 2008 Opinión El PRD, Salinas y lo que vino

Marco Rascón
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El PRD, Salinas y lo que vino

En medio de la devaluación, Ernesto Zedillo llegó a la presidencia en diciembre de 1994 con una propuesta a la dirección del PRD: dejar atrás la confrontación entre Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas, ir a un pacto de unidad nacional, que sería una “transición pactada” contra la disputa de 1988 a 1994, los extremos irreconciliables del país. Zedillo propuso al PRD el cambio político, la alternancia, por la aceptación plena de la política económica neoliberal y la integración.

Ante esa oferta, el PRD, desde las fracciones de diputados y senadores, hasta la dirección del partido y las corrientes, se convirtió en una carrera por ver quién llegaba primero a Los Pinos y se convertía en el “interlocutor” de la transición pactada. Había prisa por deshacerse del pasado y en ese momento nacieron los nuevos protagonistas del país; surgieron el lopezobradorismo, el foxismo, el voto útil y la plena integración a la América del Norte. A cambio, ese PRD, esa izquierda pragmática, sería integrado plenamente a la clase política, con derecho a promocionarse en la radio y la televisión (previo pago de espots), nacerían las encuestas como eje rector de las elecciones y la alternancia política, sin cambios en la doctrina económica. De esta manera, México entraría a la democracia, con todas las fuerzas políticas, desde la derecha hasta la izquierda construida por ellos, bajo los criterios del consenso de Washington.

Los llamados errores de diciembre y las devaluaciones de finales de 1994 y principios de 1995 sólo fueron la punta del iceberg de una fractura más profunda dentro del proyecto neoliberal. Carlos Salinas rompe con su sucesor, no por su hermano Raúl, sino por la presión de que la economía, su poder, se abriera. Salinas hizo trampa doctrinaria: privatizó, pero no abrió lo privatizado, sino que con ello formó su propio grupo oligárquico local y protegido. Del monopolio estatal en áreas estratégicas, como telecomunicaciones, red de concesiones de radio y televisión, maíz, cemento, minerales y banca, construyó un nicho de economía protegida y esto lo han cubierto con la bandera mexicana y un nacionalismo de pantomima que disfraza sus intereses como si fueran los de la nación.

Ernesto Zedillo llega a la presidencia rompiendo con la continuidad de los intereses creados por Carlos Salinas y porque Luis Donaldo Colosio era la continuidad de ese proteccionismo. ¡Privatización e integración era la consigna! Logra unirse en torno a Zedillo lo más extremo del neoliberalismo con lo más atrasado del priísmo para destruir la identidad de la izquierda y romper, con los monopolios trasnacionales, los monopolios locales creados por Salinas. Zedillo antes, durante la presidencia y como ahora, siempre ha sido un empleado del exterior y a su servicio. La tarea era abrir los intereses de su antecesor y eso fue el núcleo de la ruptura entre sus dos gobiernos. Carlos Salinas es el constructor de la nueva oligarquía dueña de los monopolios privados, que se refugian y gozan tanto del proteccionismo nacional como de las condiciones del mundo global; que se benefician tanto de las ruinas del vetusto régimen priísta como de las debilidades del gobierno panista; que crean reformas que les sirven y usan el nacionalismo lopezobradorista para detener las que les perjudican.

Ése es el origen de la “década perdida” a la que se refiere Carlos Salinas y de la que se beneficiaron con la paralización y que condujo al peor de los destinos, pero al mejor de los mercados; es decir, al país sin reglas y regido por la oferta y la demanda de los poderosos locales y extranjeros.

A partir de 1996, bajo este pacto del lopezobradorismo con el zedillismo, contra la confrontación política y programática entre Cárdenas y Salinas, el PRD cambió su naturaleza y se dispuso a entrar en una lucha por el poder sin adjetivos ni contenidos. Si con Cárdenas se cerraban las puertas, con López Obrador se abrían; si con Cárdenas se construían reformas, con López Obrador se traducirían en presupuestos, prerrogativas y nóminas; si con Cárdenas se mantenían los colectivos y surgían dirigentes, con López Obrador desaparecían.

El PRD en estos 19 años tiene dos momentos: de 1989 a 1995, en que se modifica la correlación de fuerzas en la política, pues, a pesar de las maniobras salinistas, violentas y fraudulentas contra el PRD, éste sabía de la fuerza proyectada, cuyo peligro esencial era que se convirtiera en una vía nacional distinta a la propuesta por la oligarquía monopólica local o la apertura entreguista total.

La otra etapa es de 1996 hasta hoy, cuando el PRD pierde identidad ideológica y programática y, repudiando sus propios votos en las urnas, se convierte en el impulsor del viejo régimen priísta y su comisión de insultos para que el viejo PRI desde la tercera posición siguiera gobernando.

Construir esa vía distinta y propia es lo que no se ha planteado el PRD como tarea, y por ello su crisis de hoy es de esencia.

 
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