Usted está aquí: sábado 10 de mayo de 2008 Opinión Tumbando Caña

Tumbando Caña

Ernesto Márquez
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■ Fuerza bruta

Ampliar la imagen Entre los actos más vistosos de Fuerza bruta, está el de la pecera que cuelga con cuatro mujeres que se mueven "sinuosamente en aletargadas coreografías que motivan a soñar con sílfides y sirenas" Entre los actos más vistosos de Fuerza bruta, está el de la pecera que cuelga con cuatro mujeres que se mueven “sinuosamente en aletargadas coreografías que motivan a soñar con sílfides y sirenas” Foto: Marco Peláez

Imaginen salir con la idea de que van a ver una obra de teatro y al llegar le conducen a un salón en donde no hay escenario ni nada, sólo gente, mucha gente de pie y en lo oscurito, y de repente empieza a escucharse una música frenética y comienzan a caer personas, papeles, monedas y un fino rocío, voltean al cielo y ven en la oscuridad una inmensa pecera transparente, donde cuerpos femeninos se agitan, mientras abajo un hombre se impacta y atraviesa una serie de paredes a gran velocidad y a su alrededor la gente enardecida baila … ¿Qué es esto? se preguntarán: ¿teatro, circo, una disco-animada o un rave?

Bueno, pues eso y algo más es Fuerza bruta, espectáculo-síntesis de disciplinas escénicas (teatro y danza), deportes extremos, habilidades circenses, arquitectura, ingeniería, música electrónica, y multimedia, cuyo debut se dio la noche del miércoles en la Carpa Santa Fe, espacio en el que hará breve temporada.

El espectáculo, nacido en Argentina y perfeccionado en Europa, está dividido en cinco escenas siendo la más llamativa la enorme pecera que cuelga en lo alto y en la que cuatro cuerpos femeninos se mueven sinuosamente en aletargadas coreografías que motivan a soñar con sílfides y sirenas. La iluminación es correcta, tonos magenta, violáceos, azules…, que ayudan al efecto de seducción en el público que viaja de asombro en asombro.

Todo empieza con un personaje masculino que camina sobre una banda móvil que lo conduce a ninguna parte, y que en su trayecto va abandonando o tirando personas y objetos. De mirada vehemente, su andar es constante y rítmico, pronto apresurará el paso hasta llegar a una carrera desaforada que le obliga a subir paredes y empinadas cuestas. La música va al ritmo de su marcha.

Luego, aparecen personas colgadas de arneses que vuelan o brotan de mantos metálicos que se deslizan entre la gente que los toca, acaricia y eleva.

No bien transcurrida esa escena surge de la nada un rombo con más gente que grita, baila, y motiva a que el público los siga. Este es el punto cumbre de la euforia. Todos gritan, saltan y se contonean al compás de la música que marcan dos diyeis en la oscuridad; mientras en otro momento se perfila el viaje de un actor que se impacta contra un muro de unicel que estalla en mil pedazos proyectando un polvillo aromático y una suerte de esquirlas ígneas.

Hay muchos efectos visuales y electrónicos, pero en Fuerza bruta todo es real y todo se hace al instante. Un ejército de técnicos-ayudantes marcan los espacios en donde aparecen y desaparecen los escenarios. El público colabora obedeciendo las indicaciones mientras se colocan las piezas, se tensan cables y se está atento a cualquier incidente inoportuno.

Ya lo dijimos, en la obra no hay nada, así que durante los 60 minutos el público permanece de pie y en activo. Hay quienes están animados a subir con los actores y a volar por lo alto, desafiando la gravedad u otros que desean nadar entre las ninfas que flotan en las alturas, se conforman con bailar.

Esta es una fiesta del cuerpo, del espíritu, de la imaginación; plena de dinamismo corporal y de vibrante música con despliegues escénicos en que se incorporan las nuevas tecnologías, que deben de ser vistas en vivo para creerlas.

Salidos del asombro, que ya es un decir, el público que abarrotó la carpa no tiene una respuesta para explicar lo vivido.

En el bar, porque la obra, aunque se representa en una carpa, tiene su bar, un espacio estilo lounge con alfombras persas y sillones cómodos donde el que guste puede tomar alguna bebida mientras espera su turno para entrar, o bien, si lo prefiere hacerlo al salir, platico con algunas personas que coinciden en señalar que se llevaron la sensación de algo “realmente excitante y maravilloso”.

Otros me lo explican como una metáfora de la vida contemporánea, porque refleja “de manera poética” esa ansiedad de tiempo por vivir, la sensación de liviandad, la violencia urbana, la alegría sintética…

En realidad, dice Óscar López, el productor, “es como un festival de sentidos donde todo es posible”.

Fuerza bruta no describe nada ni encierra ningún mensaje, comenta su director Dique James, “es tan sólo una manifestación de emociones en que todo lo que se muestra es lo que es. Una puerta es una puerta, no significa ni más ni menos que eso. La luz roja es solamente eso: una simple luz roja, cada quien da el significado que quiere darle a las cosas”.

Por mi parte, después de presenciarlo y con ánimo de resumir, diré que Fuerza bruta es un cóctel afrodisiaco que se bebe con todos los sentidos, porque, amén de mirarlo y escucharlo, se toca, se huele y se saborea.

Falta su opinión, aunque el costo de entrada para esta obra puede que no esté accesible para todos los bolsillos (550 pesillos por persona), se la recomendamos. Se presenta en la Carpa Santa Fe: Vasco de Quiroga sin número, colonia Santa Fe.

 
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