Usted está aquí: miércoles 14 de mayo de 2008 Opinión La imposible definición de Monsiváis

Javier Aranda Luna

La imposible definición de Monsiváis

Cuáquero, masón, excomunista, misógino militante en favor del feminismo, “abajo firmante” de cualquier causa a condición de que sea una causa perdida, come curas crónico, coleccionista de suéteres de cashemere, llama, alpaca para que en esa fina lana afilen sus garras una trouppe de gatos insurrectos o Montessori con nombres que dan fe de sus filias y sus fobias –Miau Tsetung, Ansia de Militancia, La Monja Desmecatada, Carmelita Romero Rubio de Díaz, Rosa Luxemburg, Miss Soginia y Miss Antropía–, conocedor de esa alta cultura que muy pocos cultos conocen y de la cultura popular que viven sin conocer miles de jóvenes desarrapados, disidente de las disidencias, concursante en los certámenes de Glostora Líquida cuyo equivalente hoy sería la grasa Roshfrans para los motores, único personaje que desoyó un consejo de Carlos Slim para hacer un negocio que a quienes sí le hicieron caso les permitió cuadruplicar su capital en un par de semanas, Cisen del Cisen, espadachín del Teatro Blanquita con daga de plástico, amigo de María Félix y su frivolidad expansiva (“es tan mala actriz que resulta buena”), de Lezama Lima y su concentrado barroquismo, actor extra en la cinta Los Caifanes vestido de Santa Claus, personaje del fotógrafo Héctor García quien lo retrató como cura, figura central en un video de Luis Miguel, primer escucha de los éxitos de Juan Gabriel y Gloria Trevi, sabio reconocido desde los 17 años, BASP según las siglas que Carlos Fuentes le endilgó para tratar de definirlo hace medio siglo (Black Aztec Singular Protestant según unas versiones y otras la S correspondería a la palabra Sexual), poeta de clóset, cronista por entregas de la interminable ciudad de México, defensor del uso de la memoria “por mera flojera, es más fácil memorizar que cargar libros”, fanático del futbol como lo demuestra su afición por su equipo favorito “los Dodgers”, feligrés de la catedral neoyorquina Virgin Tower y de las capillas Barnes & Noble que la circundan, único sostén posible da la Plaza del Ángel y el Tianguis del Chopo por su frenética adquisición de libros, grabados, discos, fotos, amigo de la única princesa real que existe en México y se apellida Poniatowska y del único príncipe indocumentado pero creador de carnavales literarios apellidado Pitol, personaje antitelevisivo que aparece más en televisión que muchos suspirantes de los reflectores de la pantalla chica, amigo de sus amigos aunque los plante de manera sistemática, Archivo General de la Pasión cinematográfica, beneficiario UNO de la clase política mexicana que no ve en sus chistes e ironías escritas con bilis y rabia agresión alguna sino como decía uno de sus clásicos “todo lo contrario”, el hombre mejor informado que no usa celular ni automóvil (para qué, Nico, si mis amigos pasan por mí y me prestan su teléfono), intelectual que tiene una zona de “Noes” muy identificados (no a la educación religiosa, no a los crímenes de odio, no a la impunidad, no a la intolerancia religiosa que expulsa de escuelas públicas a niños evangélicos, no a los toros), invitado inolvidable a un restaurante de Nueva York, el mejor, especializado en langosta que pide para comer scrambled eggs pese al azoro de quien lo invita y del mesero, visitante distinguido de los mercados de plomería, o de iglesias protestantes en Semana Santa sólo para escuchar el Mesías de Haendel o para recordar quizá antes o después de los conciertos alguno de los versículos de los 150 salmos que se sabe de memoria, lector asiduo de publicaciones como Desde la Fe y de todos los panfletos de esa izquierda que nunca termina de dividirse o de los ilegibles informes de los presidentes de México, que Daniel Cosío Villegas compiló y que sólo nuestro aludido se atrevió a leer en su totalidad, adversario político al que sus contrincantes invitan para que les haga el caldo gordo o justifique su existencia, polemista de Octavio Paz, Amigo de Octavio Paz, amigo de sus amigos para quien la reflexión no tiene horario porque puede llamarles a la una de la mañana para consultarlos sobre “lo último” del día que sólo él conoce, o para ver películas que sólo se encuentran en su videoteca que tiene bajo llave y no es metáfora, intelectual a quien le deprime hasta el insomnio la suerte del país, encarnación del adolescente a que aún sueña con sopes y hamburguesas, Ebenezer Scrooge de todos los días que no puede decirle no a nadie, conferenciante en congresos de médicos Veterinarios, niñófobo que terminó financiando uno de los mejores museos para niños de todo el mundo, modelo de Cuevas y Tamayo, cronista superior a muchos novelistas balines que atiborran las librerías y mañana serán polvo, usuario individual de Telmex que paga servicios como un corporativo (cuando nadie contesta en su casa durante una hora su buzón acumula más de 70 llamadas), lector de un libro por día o dos y de una película por lo menos, imitador de una tía que no tuvo pero que vive con él desde siempre y sobrino real de su tía María y primo real de Bety sin quienes el mundo práctico lo devoraría, cumpleañero a quien su amiga Marie Jo le canta las mañanitas maullando porque comparten una felinofilia que da miedo, traductor de los cómics de Superman, lector de Mad, abstemio con una multitud de amigos alcohólicos, escritor que se niega a definirse con una palabra como pretende que yo lo haga una reportera y a quien le respondí algo parecido a esto: cuáquero, masón, ex comunista, misógino militante en favor del feminismo, “abajo firmante” de cualquier causa a condición de que sea una causa perdida…”

 
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