Usted está aquí: miércoles 14 de mayo de 2008 Política El derecho a la libertad teológica

Bernardo Barranco V.

El derecho a la libertad teológica

Actualmente la reflexión teológica está atada a la disciplina y la censura de Roma. Desde los años 80, los teólogos de la curia determinaban lo permitido y lo prohibido en el pensamiento católico. El propio cardenal Ratzinger como prefecto, encabezó un movimiento centralizador, mediante numerosas encíclicas, cartas y mensajes del papa Juan Pablo II que construía la ortopraxis y delimitaba las fronteras de lo permitido en materia de pensamiento y producción intelectual de la Iglesia. Por otra parte, la disciplina del Vaticano se impuso bajo amenazas, condenas e implantación de miedos que indiscutiblemente empobreció la calidad y la pertinencia de la reflexión creyente sobre el mundo, pese a la oposición de cientos de teólogos y teólogas estadunidenses, europeos y latinoamericanos. Si bien la teología es un concepto que indica una disertación sobre Dios, en términos generales la teología es una reflexión sobre Dios que intenta conocer y comprender la fe a partir de la experiencia, la razón en los diferentes contextos donde se desenvuelve dicho razonamiento. La teología en el cristianismo surge como consecuencia de un histórico encuentro entre la antropología hebrea y la filosofía griega. Así, el cristianismo, según historiadores, conseguirá penetrar en las diferentes culturas, ser recibido, entendido e interactuar en los diferentes contextos culturales.

Particularmente en los años 60 la Iglesia católica gozó como nunca de espacios de libertad para su discernimiento. El 68 simboliza nuevos movimientos culturales de época como el pacifista, el antirracista, la liberación de la mujer, la revolución sexual, entre otros. La Iglesia católica no fue ajena a este clima, fruto en parte de los milagros económicos de la posguerra; de hecho, durante el Concilio Vaticano segundo, manifiesta un deseo impetuoso de dialogar con el mundo y la cultura moderna. Los padres conciliares parecían abandonar la eclesiastés medieval y la dogmática revanchista del autoritarismo eclesiástico que parecía petrificado y obsoleto. El concilio introduce un inesperado vuelco hacia lo antropológico, el ser humano se convierte en el centro de su atención en la perspectiva de la historia de la salvación y con osadía el concilio llamó volver a los orígenes del cristianismo, a remirar las sagradas escrituras, a que la Iglesia se solidarice con las angustias y carencias del pueblo de Dios. La Iglesia en 1968 tuvo también sus contrastes: en agosto se inician las sesiones de la segunda conferencia general del episcopado latinoamericano, en Medellín, Colombia, que opta por una línea social siguiendo a la encíclica Populorum progressio. Sin embargo, en julio de ese mismo año el papa Paulo VI publica la Humanae vitae, en la que condena el uso de anticonceptivos, abriendo un ciclo de agrias confrontaciones ontológicas con la cultura contemporánea que perduran después de 40 años.

Sin Medellín la teología latinoamericana no se explica. La Iglesia en nuestro continente da un salto, deja de ser subsidiaria y pasiva consumidora de las directrices europeas para convertirse en una Iglesia protagónica, es decir, generadora de líneas pastorales y de reflexiones propias que tendrán indudable influencia en otras iglesias del tercer mundo, particularmente en Asia y África. Para la teóloga María Clara Lucchetti Bingemer, sucesora de la cátedra de Leonardo Boff en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Medellín se extiende hasta Puebla (1979) y señala que: “se articulan tres ejes que serían vitales también después en las décadas siguientes: a) la propagación de la fe inseparable de la lucha por la justicia que será la opción preferencial por los pobres; b) la articulación de las bases comunitarias alrededor de la palabra de Dios creando un nuevo hecho eclesial, las Comunidades Eclesiales de Base; c) un nuevo modo de hacer teología, que parte de la realidad y la piensa a la luz de la Escritura, posteriormente llamado Teología de la Liberación. La teología hecha en América Latina ganó mundo y fue discutida favorable o negativamente, aunque siempre con interés. Provocó respeto en Europa y Estados Unidos. Y aquí en el continente ganó credibilidad junto a las bases, a los movimientos populares, a otras fuerzas que no siendo eclesiales encontraban lenguaje e ideales comunes al comprometerse con las luchas de los más pobres. No fue, sin embargo, aprobada unánimemente. Suscitó oposición, sospecha y desconfianza, que se agudizaron en los años 80, con la caída del muro de Berlín”. (Una nueva teología, en www.miradaglobal.com). El mundo ha cambiado desde entonces, en términos religiosos se advierte una tendencia personalista e individual para vivir la fe, el notable ascenso de nuevas alternativas religiosas determinan inesperados equilibrios de pluralidad, diversidad y tolerancia religiosa; en suma, la hegemonía católica se ha ido perdiendo en la región latinoamericana. La Iglesia está amenazada no sólo por un entorno acechante de mayor diversidad de lo sagrado, sino por ella misma. Su propio modelo está a punto del colapso, así lo dejan entrever las preocupaciones de Aparecida 2007.

En una región crecientemente empobrecida, la Iglesia debería retomar su talante por la justicia, dejar de verse a ella misma de manera obsesiva y permitirse sensibilizar por la población. La teología latinoamérica ya no tiene los canales de expresión ni los vehículos comunicativos que gozó en décadas pasadas, algunas veces raya en la clandestinidad o en espacios alternativos a la propia Iglesia. Sin embargo, ha incorporado temas como género, raza especialmente indigenidad, migración, ecología, plurirreligiosidad, altermundismo y, sobre todo, contribuye al diálogo interreligioso para aportar a la construcción de una nueva ética mundial en la que participan, entre otros, un teólogo que fue sancionado por Roma: Hans Kung. Sin embargo, queda en el aire la pregunta sobre la libertad religiosa de los teólogos a pensar, expresar, investigar y discernir sobre Dios y la práctica de la fe, sin ataduras el pensamiento único impuesto desde la curia.

 
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