Usted está aquí: domingo 18 de mayo de 2008 Opinión Pata de perro

Ángeles González Gamio
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Pata de perro

Así suele llamarse popularmente a aquel que anda de un lado para otro, tentación irresistible en un país como el nuestro, que en todos lados guarda sitios maravillosos, por algo tiene 27 que han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es la nación que tiene más lugares en América y el sexto en el mundo.

Uno de ellos es el Centro Histórico de la ciudad de Querétaro, que fue inscrito en diciembre de 1996. La prodigiosa ciudad fue fundada alrededor de 1530, en una zona originalmente poblada por los otomíes. En ese entonces era fronteriza con el área chichimeca y servía como centro agrícola, ganadero y comercial, en la ruta hacia los centros mineros del norte del país.

La traza de la ciudad se realizó en la década de 1550, con el esquema de cuadrícula en la zona plana, al oeste y otro irregular, al este, en la parte alta, con mayores pendientes. Varias plazas le dan una atractiva imagen urbana, que se ve complementada con la hermosa arquitectura barroca, que se edificó en los siglos XVII, XVIII y la neoclásica y ecléctica del siglo XIX.

Una de las obras relevantes es un imponente acueducto, compuesto por 74 arcos, que alcanzan una altura promedio de 23 metros; se construyó en el siglo XVIII, con piedra rosada y está magníficamente conservado. Varios templos, antiguos conventos y mansiones notables, convierten a Querétaro en una de las ciudades virreinales con más riqueza arquitectónica.

Muchas de estas construcciones están dedicadas a actividades culturales y turísticas: museos, teatros, casas de cultura, librerías, hoteles y restaurantes. La arquitectura domestica en general es también de calidad y armoniza con las edificaciones suntuosas. Gran parte del Centro Histórico es peatonal, lo que permite una rica convivencia. Sobresale la limpieza de las calles y el cuidado de fuentes, jardines y plazas.

Es de llamar la atención el barroco queretano, ya que muchas edificaciones tienen una marcada influencia árabe, como la Casa de la Marquesa, soberbia mansión toda pintada en su interior con figuras geométricas y florales y formas ondulantes en los arcos. La mandó construir en 1756 el marqués de la Villa del Villar, al alarife queretano Cornelio y actualmente, sus descendientes la han convertido en un exclusivo hotel, que tiene el encanto de que cada una de las habitaciones está decorada de manera única. El restaurante está abierto al público, lo que permite disfrutar el lugar aunque no se esté alojado.

El exaltado barroco también se aprecia en algunos templos, de manera muy marcada en Santa Rosa de Viterbo, ya que desde el exterior nos sorprende toda pintada de colores y con los contrafuertes sostenidos por unas exageradas volutas, bien dicen que su vista nos introduce en una fábula.

El interior no se queda atrás, los retablos que realizó el maestro Francisco Martínez Gudiño entre 1766 y 1770, se consideran junto con los de Santa Clara, una de las culminaciones del arte religioso; sin exagerar, cimbran el espíritu. El púlpito de madera con incrustaciones de plata, carey y huesos, fue pieza especial en la exposición 300 siglos de esplendor, que deslumbró a los neoyorquinos hace un par de décadas.

La sacristía reserva otras sorpresas: los doce apóstoles, en tamaño natural, tallados en madera y policromados y el retrato de la bella Sor Ana María, de cuerpo entero, uno de los mejores cuadros virreinales.

Se necesitarían muchas crónicas para describir las maravillas que guarda el Centro Histórico de Querétaro, así es que lo mejor es una visita, por lo menos de un fin de semana, ya que también hay que degustar la gastronomia del lugar, comenzando por las afamadas enchiladas queretanas, con su bañito de adobo y aderezadas con crema, queso y verduras. ¡Riquísimas! Un buen lugar es El Arcángel, situado en el hermoso Jardín Guerrero, ofrece sabrosa comida a precios muy razonables; también hay que probar las pacholas.

 
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