Usted está aquí: martes 20 de mayo de 2008 Opinión La siniestra mexicana

Marco Rascón
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La siniestra mexicana

Como una sombra, la izquierda política tiene una siniestra. En italiano y español izquierda y siniestra son sinónimos. Siniestro significa también avieso, malintencionado, propenso o inclinado a lo malo; resabio, vicio o dañada costumbre que tienen el hombre o la bestia. Siniestro es aciago, funesto, infeliz.

En ese sentido, la parte oscura de la izquierda política es la siniestra que busca llenar la representación de ésta, ocupando su espacio, sus símbolos, su historia y hasta sus consignas. No obstante, la diferencia central es que mientras la izquierda construye para transformar, la siniestra revienta, se considera un fin en sí misma y busca destruir no al adversario, sino lo más cercano. La siniestra crece a la sombra de la izquierda para destruirla, enfrentarla entre sí, dividirla.

La izquierda mexicana ha tenido en el México contemporáneo la importancia de haber luchado por el respeto a las garantías individuales como ninguna fuerza política lo hizo. En medio del sistema corporativo y clientelar, el espíritu izquierdista del movimiento estudiantil de 1968 levantó en su programa de seis puntos del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga (CNH), la demanda de libertad de reunión y manifestación, expresión e información y contra el delito de disolución social que se aplicaba a los opositores al régimen. El movimiento de 1968 reivindica el derecho a la información y la crítica, como derechos constitucionales a los cuales el gobierno respondió una y otra vez con la represión ilegal.

Intrínsecamente, la izquierda retomó las banderas del liberalismo y las de la República y luchó por la legalidad, la ética y contra la corrupción sistemática del régimen priísta. Cuestionó radicalmente la demagogia sobre la cual se asentaba la llamada unidad nacional que hizo del sistema político un sistema de partido de Estado basado a su vez en el presidencialismo, el autoritarismo y el centralismo que subordinaba todo a la sola voz del presidente y su larga sombra.

La izquierda mexicana contra toda amenaza y resistencia, llena de dificultades y fragmentada en pequeños y grandes programas, fue construyéndose desde la imperfección y ganando espacios, desde las plazas, en las urnas y creando una gran riqueza en las ciencias, las artes, la educación, el ejercicio de los derechos, la defensa de los explotados. Todo ello bajo la demanda de respeto a la legalidad y exigiendo comportamiento ético en la política.

El viejo régimen priísta en su proceso histórico, y como heredero único de la Revolución Mexicana, se la acabó en los discursos. En nombre de los muertos y los héroes, a lo largo de décadas, nutrió el nacionalismo revolucionario con corrupción, demagogia, ilegalidad, represión. Grandes decisiones como la expropiación petrolera, la educación o el reparto agrario de la época cardenista en los sexenios posteriores fueron vulneradas por la mala administración, las triquiñuelas legales surgidas entre terratenientes y gobernantes y la construcción de oligarquías locales al amparo de los subsidios financieros y fiscales.

Si al priísmo eso le tardó décadas, a la siniestra que llegó a ocupar la historia y la credibilidad de la izquierda le llevó sólo ocho años.

Hoy la siniestra mexicana, al amparo de la izquierda, puso las condiciones para demostrar que su punto no era la transformación, sino el poder como único objetivo. La siniestra se hizo movimiento de un solo hombre que dicta, acusa, se mueve entre generalidades y todo lo que toca o apoya lo destruye y lo desprestigia. Gracias a la siniestra la izquierda es cuestionada como una fuerza sin ética, corrompida al igual que los que acusa, que ejerce la ilegalidad, que miente deliberadamente, que se legitima diciéndose acosada y que no tiene más objetivo que regresar a las viejas formas del régimen priísta.

La siniestra, en nombre de la izquierda, se ha convertido en la comisión de insultos del priísmo que, ahora desde la tercera fuerza electoral, tiene la suerte de crear una oposición inútil sin proyecto alternativo propio y que desprecia los espacios de poder ganados por voluntad de los ciudadanos, no sólo en las plazas y las calles, sino en las urnas. La siniestra se convirtió en el perro guardián del pasado político de México, en títere de los políticos cuya fuerza es el arreglo y que saben que lo que resiste apoya.

La siniestra es cólerica, sin el menor sentido del humor, y es incapaz de ejercer la autocrítica verdadera. Su discurso es avieso y mal intencionado. Polariza al país y luego sus intestinos; tiene un discurso funesto, con referencias al amor sólo para ocultar su irresponsabilidad política.

La siniestra hace el trabajo perfecto que la derecha política necesita y es haber creado una sombra de la izquierda, un lado oscuro del esfuerzo colectivo e histórico, que usa el nombre de los muertos y que rehizo la historia en beneficio de los tránsfugas y malabaristas.

Ésos no son la izquierda, son la siniestra mexicana, y ésta siembra la decadencia.

 
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