DIRECTORA GENERAL: CARMEN LIRA SAADE
DIRECTOR FUNDADOR: CARLOS PAYAN VELVER
SUPLEMENTO MENSUAL  DIRECTOR: IVAN RESTREPO  
EDICIÓN: LAURA ANGULO   LUNES 26 DE MAYO 2008 
NUMERO ESPECIAL


Portada

Un patrimonio de la humanidad

Islas del noroeste de México
Horacio de la Cueva

Las islas sirven para caminar
Pedro P. Garcillán

Oportunidades para la investigación científica
José Alfredo Castillo Guerrero y Miguel Ángel Guevara Medina

Las islas y las aves marinas
María Félix Lizárraga

Un refugio natural de aves
Ulises Trinidad Angulo Gastélum y Erick González Medina

Animales exóticos y la restauración de las islas mexicanas
Luciana Luna Mendoza

El complejo insular Espíritu Santo, golfo de California
Antonio Ortiz Alcaraz

La feliz convivencia de aves y pescadores en isla Isabel
Mónica González Jaramillo

La Nebulosa o isla de Cedros
María Concepción García Aguilar


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Las islas sirven para caminar

Pedro P. Garcillán

Cuando Ulises, tras mirar por última vez Ítaca, se aleja de ella e inicia su largo camino de regreso, está convirtiendo en mito imperecedero la relación del ser humano con las islas. El hombre siempre ha sentido fascinación por las islas, y con frecuencia, las islas, como los deseos, nos han habitado antes de alcanzarlas. Nuestra imaginación llega a la orilla antes que nuestros pies, y cuando al fin tocamos tierra, lo hacemos ya habitados por la isla.

Su carácter de espacio más allá, de otredad, de incógnita, nos ha imantado poderosamente. En islas imaginarias hemos construido geografías externas, viajes interiores, sueños, un archipiélago inacabado de búsquedas. Ítaca proyecta el viaje interior del héroe. Atlántida, continente-isla que Platón saca momentáneamente de la bruma del horizonte y deja entre nosotros para siempre. Utopía, la isla no-lugar donde Tomás Moro sueña una sociedad real.

California, aquella isla a la mano derecha de las Indias habitada sólo por mujeres, abundante en riquezas, que a fuerza de deseo se hace realidad, aunque se queda en península. Barataria, modesta ínsula cuyo gobierno anhela el buen Sancho. O la península ibérica, cuya inacabada insularidad completa José Saramago convirtiéndola en flotante balsa de piedra.

Pero las islas físicamente reales nos han subyugado con no menos intensidad. Los naturalistas se han sentido continuamente atraídos por las islas. La existencia de límites definidos que facilitan el análisis del sistema, la simplificación relativa de la complejidad ecológica presente en el continente, una mayor perceptibilidad del resultado de los procesos evolutivos, entre otras características, han propiciado que las islas estén íntimamente asociadas a algunas de las más estimulantes ideas de la biología.

Las islas Galápagos, con su pléyade de pinzones, estimularon en el siglo XIX a Charles Darwin a desarrollar la teoría de la selección natural, misma que es inspirada en el extremo opuesto del Pacífico en Alfred R. Wallace por el archipiélago Malayo.

En los años veinte del siglo pasado, Olof Arrhenius sistematiza, a partir de sus estudios de distribución y riqueza de plantas en un archipiélago de Suecia, una de las regularidades más debatidas de la ecología desde entonces: la relación entre el número de especies presentes en un área dada y el tamaño de ésta.

La biogeografía también acumula deudas insulares. El ejemplo más paradigmático sería la Teoría del Equilibrio de la Biogeografía de Islas. Propuesta en 1967 por Robert MacArthur y Edward Wilson para explicar los factores que determinan la riqueza de especies en islas, se convirtió una de las teorías biogeográficas que, a pesar de su simplicidad o quizá por ello, más debate e investigación ha provocado.

O, finalmente, el concepto de insularidad más abstracto que inspiró a partir de la década de los sesenta a Simon Levin e Ikka Hanski, entre otros, la conceptualización insular de las poblaciones biológicas, que equivaldría a considerar a éstas como un gran archipiélago de poblaciones-isla interconectadas entre sí.

En definitiva, las islas imaginadas o reales, han ejercido en el ser humano la función que Eduardo Galeano atribuía magistralmente en un breve relato a la utopía. En él describía cómo por más que uno caminara hacia la utopía, ésta siempre estaba un poco más lejos. Ante ello se preguntaba para qué servía entonces la inalcanzable utopía. Para caminar, sirve para caminar, se respondía.

De igual manera, las islas, esas utopías que nos habitan dentro y fuera de nosotros desde largo tiempo, nos han estimulado a caminar, siempre un poco más allá.

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