Usted está aquí: lunes 26 de mayo de 2008 Política Cuba sigue apostando fuerte a su industria turística

■ Consolida espacios y abre nuevas opciones para los visitantes

Cuba sigue apostando fuerte a su industria turística

Rosa Elvira Vargas (Enviada)

Ampliar la imagen El pasado 6 de mayo se inauguró la Feria Internacional de Turismo en el parque nacional Morro Cabañas, en la ciudad de La Habana El pasado 6 de mayo se inauguró la Feria Internacional de Turismo en el parque nacional Morro Cabañas, en la ciudad de La Habana Foto: José Carlo González

Ampliar la imagen El espectáculo del Tropicana continúa atrayendo gran número de paseantes El espectáculo del Tropicana continúa atrayendo gran número de paseantes Foto: José Carlo González

La Habana. Por su mera mención con fines turísticos, Cuba es obligada y placentera referencia a su transparente mar Caribe y a ese sol que de veras calienta. También a la admiración por el rescate tenaz de su legado arquitectónico colonial. Mover de pies y caderas con su música tropical y bullanguera. O saborear el refinamiento de su ron y habanos. Y hoy, producto de su evolución social, la inenarrable belleza de su ballet clásico y la exquisitez del jazz latino, por citar sólo dos.

De ese modo, la apuesta de Cuba por la industria turística sigue siendo alta. Cada año el Ministerio de Turismo organiza una feria para mostrar la consolidación de espacios y apertura de nuevos, con el fin de lograr mayor atracción de visitantes de todo el mundo.

Con ese propósito el gobierno no sólo convoca a prestadores de servicios turísticos y a potenciales inversionistas interesados en aprovechar el privilegiado paisaje cubano. También arma toda un programa para medios de comunicación, para obtener por esa vía la promoción de este destino.

Así, no obstante el limitado presupuesto destinado a su ya tradicional Feria Internacional de Turismo, las oficinas que para tal fin tiene Cuba en muchos países invitan a buen número de periodistas –190 en esta ocasión–, ya sea de China o Portugal, Chile o Italia, México o Canadá, a La Habana y otros puntos de interés, como Pinar del Río y Varadero, para ver, beber, comer, vivir y sentir esta perla del Caribe.

Dicho lo cual, en el paso a paso, el día a día de una semana disfrutable casi en todo momento por la reiteración de lo siempre sabido y el asombroso descubrimiento de nuevos rincones y creaciones cubanas, no pueden soslayarse los también recurrentes imponderables que, a pesar de la larga experiencia acumulada en la promoción turística de la isla, se han quedado, pareciera, como parte de un folclor no pocas veces molesto, desesperante.

Como ejemplos sueltos están los insufribles trámites migratorios y la demora en la entrega de equipaje en el Aeropuerto Internacional José Martí. Allí, la expectativa del viajero de insertarse cuando antes en la fiesta cubana se derrumba y deja paso al hastío, porque recoger las maletas puede tomar casi el mismo tiempo que dura el vuelo de la ciudad de México.

Nadie explica por qué ocurre esto. Algunos días después, de forma casual, se supo la razón. Se debe a que las autoridades cubanas aplican particular revisión a los aviones procedentes de México, Panamá y República Dominicana, entre otros, para evitar la introducción de drogas, dinero, armas o cualquier otro contrabando.

Pero ese mal momento pasa casi de inmediato –en el recorrido hacia el hotel–, cuando apenas se atisba el mar y el paisaje urbano de La Habana surge totalmente limpio de publicidad “espectacular” y de cualquier otro tipo.

Durante el hospedaje empiezan a derrumbarse buenas impresiones de otros tiempos. El hotel Sol Meliá Cohiba, de capital español, tiene deficiente administración, servicio y mantenimiento a sus instalaciones, en franco contraste –se vería después– con el nuevo all inclusive Princesa del Mar de Varadero, de la misma cadena.

“La sonrisa de La Habana”, como aquí llaman al malecón, sigue regalando sus incomparables puestas de sol y esos amaneceres que alucinan. Ahí mismo, además, los cancioneros que en solitario o trío renuevan el invariable misterio de nunca equivocarse cuando identifican a algún mexicano. Aquí, en este bello mirador de unos cinco kilómetros, diseñado caprichosamente en paralelo a la irregular línea costera, podría decirse que empieza y termina todo. La vida habanera discurre, sin duda, en y a partir del malecón.

Enseguida, la Habana Vieja. El trabajo de Eusebio Leal, el historiador y restaurador del centro histórico de la capital cubana, merece capítulo especial, por el empeño y cuidado puestos en el rescate de ese patrimonio de la humanidad, que ha ido abriendo uno a uno –en la medida de su restauración– los sitios de su historia.

Imán y hechizo. Eso es hoy la Habana Vieja. Y mientras se esté en la ciudad, prácticamente no hay un momento del día en que el turista “necesite” volver a ella: la plaza, la catedral, algún restaurante, el Floridita o simplemente vagar por sus angostas y sinuosas calles es, literalmente, un lujo merecido.

La vida nocturna tiene, a su vez, muchas opciones. Pero ciertamente hoy todo apunta a que la Casa de la Música y el Tropicana no conservan aquel sabor que les dio fama y prosapia, sobre todo al segundo.

Así, en la Casa de la Música, sólo por consignar, urge un ingeniero de sonido, que salve la música del ruido infernal en que se convierte por efectos de un pésimo manejo de ecualización. En el Tropicana –al menos en la sede de Matanzas– el espectáculo, salvo algunos momentos memorables y la voz de sus solistas, acusa una especie de burocratismo y falta de entusiasmo y salero de sus bailarinas, lo cual, definitivamente, lo aleja de la fama de ser la capital del son y la salsa en la isla.

El repaso debe incluir, necesariamente, a Varadero. Lugar al que, por lo menos en esta crónica, no hay nada que objetarle y sí, como acreditan su paisaje, mar, sol y, sobre todo, atardeceres, continúa siendo el lugar adonde no ir resulta imperdonable.

Ahí está Cuba, el país que está a dos horas en avión y a muchos mojitos de placer.

 
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