Usted está aquí: miércoles 28 de mayo de 2008 Opinión “Saber material” y “saber moral”

Arnoldo Kraus

“Saber material” y “saber moral”

No hay duda, sobre todo en las áreas de la tecnología, de que el conocimiento, tanto en sus bonanzas como en sus cuestionamientos, crece en forma exponencial. Entre más se sabe más se crea. Entre más se crea más preguntas surgen. Si bien solemos deslumbrarnos por el “saber material” –teléfonos celulares, resonancias magnéticas– poco se cavila en el “saber moral”: ¿es lícito utilizar el conocimiento en guerras bacteriológicas?, ¿qué hacer para evitar que mueran millones de personas por tuberculosis o síndrome de inmunodeficiencia adquirida?

El “saber material” es glamoroso porque genera dinero y fama; el “saber moral” es incómodo porque siembra preguntas. Es obligatorio protestar por los desastres generados por los usos inadecuados de la tecnología en general –contaminación ambiental, pérdida de las praderas marinas– y reflexionar acerca de los peligros que pueden surgir por el mal uso de biotecnología.

La sordera de los líderes mundiales que poco hacen para reducir la contaminación y otras lacras ha hecho que la batalla en favor de la ecología se pierda; pesa más el afán desmedido de lucro de las naciones que la amenaza ambiental que se cierne sobre el planeta. Lo mismo debe decirse ante el avasallador avance de las ciencias médicas, no siempre ético, no siempre justo; si bien es obvio que el conocimiento y la investigación no deben detenerse lo es también que el “saber material” debería siempre dialogar con el “saber moral”. Dos argumentos para cavilar.

En algunas poblaciones asiáticas, enterarse del sexo in útero puede incrementar el número de abortos si el producto de la concepción es femenino, ya que, en algunas circunstancias, “las necesidades” de los progenitores suelen inclinarse por hombres, pues, se afirma, entre otras cosas, que éstos trabajan la tierra con destrezas diferentes, que son más fuertes, que mantienen a las casas y a los progenitores, y que las hijas suelen ser más onerosas. La decisión de abortar por esas razones conlleva muchas implicaciones morales, e incluso es probable que en el futuro tenga repercusiones negativas por el posible “desequilibrio artificial” entre hombres y mujeres.

El segundo ejemplo empieza a ser real y es más complejo: ya es posible, por medio del análisis de la saliva, estudiar el perfil genético para conocer las probabilidades de desarrollar enfermedades, como Alzheimer, algunos tipos de cáncer o patologías cardiacas. Existe al menos una empresa dedicada a informar sobre el perfil genético; el laboratorio ya tiene oficinas en Estados Unidos y en Islandia, país sede del consorcio; el costo de la prueba es de 985 dólares. La utilidad, según los promotores, es que al conocerse los riesgos de contraer determinadas enfermedades las personas tendrían la posibilidad de solicitar ayuda médica o modificar algunas de sus conductas.

Por ahora, la prueba sólo puede sugerir, pero no afirmar, la probabilidad de que se desarrollen algunas de las 29 enfermedades de las que existen datos genéticos y que son las que se diagnostican por medio del estudio del ácido desoxirribonucleico contenido en la saliva. Si bien suele ser cierto que en medicina prevenir es mejor que curar, el examen conlleva algunos riesgos y no pocas preguntas.

Aunque en medicina la confidencialidad debería ser prioridad, cada vez se viola más este principio. A las compañías aseguradoras que ofrecen protección médica o seguros de vida les conviene tener el mayor número de datos del contratante con la finalidad de aumentar las primas o simplemente no suministrar el servicio, pues, entre más enfermo el solicitante, mayor el negocio. En el mismo rubro, ¿qué sucederá cuando patrones o empresas exijan datos genéticos de sus empleados o de quienes solicitan trabajo? La respuesta es obvia: seguramente no emplearán a aquellos que tengan el riesgo de padecer, en el futuro mediato, enfermedades como Alzheimer, cáncer de mama u otras patologías.

Asimismo, muchos de los datos ofrecidos por el estudio genético pueden ser, en la actualidad, inútiles, ya que para algunas de las enfermedades detectadas –esclerosis múltiple, Alzheimer– no hay ni prevención ni cura. Problema aparte es el posible daño sicológico que en algunas personas deviene enterarse de la susceptibilidad para desarrollar enfermedades. Por último, subrayando la creciente mercantilización de la medicina y el poco apego a la ética de muchos galenos, ¿qué ocurrirá con los pacientes hipocondriacos a quienes se les informe, por ejemplo, que tienen la posibilidad de desarrollar cáncer de colon?, ¿se aceptará la sugerencia del enfermo de someterse cada año a una colonoscopia?, ¿y si se tiene la mala suerte de que durante el estudio se dañe al enfermo?

La riqueza del “saber material” es enorme y la necesidad del “saber moral” es cada vez mayor. La tarea que debe hacerse es acoplar ambos conocimientos. No debería haber conflicto entre ellas. El quid radica en que ambas caminen al unísono para impedir que el “saber material” se convierta en una empresa que lucre sin pensar en los daños que pueden emanar del conocimiento mal enfocado.

 
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