Usted está aquí: domingo 1 de junio de 2008 Opinión Corazones sí sabemos

Bárbara Jacobs

Corazones sí sabemos

En el puerto de Barcelona está el Museo de Historia de Cataluña. Tiene vista al mar, a los barcos, los yates y los veleros; a las barcas, las garzas, las lanchas y al skyline de la ciudad. Está rodeado de cafés al aire libre y, en el paseo marítimo, interrumpido por bancas de madera, procesiones y persecuciones de esbeltos vendedores ambulantes indo-africanos con sus mercancías envueltas en voluminosos atados a la espalda, de día y de noche está animado por grupos o solistas de música latinoamericana, clásica, oriental, africana o jazz que alternan o distancian respetuosamente sus respectivos espectáculos ante imparables paseantes de múltiples nacionalidades que se detienen un rato, breve o extenso, a escucharlos y bailar desinhibidos y contentos antes de seguir camino hasta perderse tras la línea del horizonte del espacio y del tiempo.

En el museo visité la muestra fotográfica de Pilar Aymerich Resistents: La cultura com a defensa, de retratos de algunos de los artistas, científicos, pensadores, poetas y escritores catalanes que encabezaron la resistencia cultural de Cataluña durante el franquismo, entre 1939 y 1975.

Al guardar silencio en honor de cada uno de los Resistentes retratados en algún momento de ese lapso de casi cuatro décadas, no pude impedir cuestionar la validez del refrán, “Caras vemos, corazones no sabemos”, porque cada una de las fotografías en blanco y negro enmarcadas y colgadas en los muros, me definía y me calificaba el alma de cada uno de los fotografiados, observación que, por otra parte, no hace más que confirmar en qué consiste el arte del retrato.

¿Cómo te describirías a ti mismo para que tu cita te pudiera identificar en un primer encuentro? Aunque haya incontables maneras de hacerlo, quizá ninguna supere en eficacia la de anunciarte mediante la insuperable contraseña del retrato fotográfico.

Sin embargo, es tan eficaz que inhibe. Y en ocasiones la timidez, o la vanidad, te hacen optar por formas, aunque menos irrebatibles que la de la fotografía, más protectoras, más solapadas, más sagaces y cautelosas, por más que en cualquier caso menos efectivas. Por ejemplo, autorretratarte en palabras: Soy una mujer blanca, sesentona, delgada, de estatura media, de rasgos judeo-árabes, pelo corto, más negro que cano, más escaso que abundante, ondulado; de actitudes, lenguaje, expresión, maneras y aspecto general educado; de persona de recursos; de postura no encorvada, de vestimenta discreta y de movimientos con gracia pero reservados; de ineludible tipo de intelectual crítico de todo sistema que, salvo cuando es vencida por el mal genio, lo que es frecuente, sonríe, con o sin anteojos bifocales y rara vez oscuros.

Otra manera de autodefinirte sería anunciarte, aún sin las respectivas dosis, mediante la lista de medicinas que hoy en día tomas o te aplicas con fijada periodicidad: Propanolol, Amlodipino, Lozartán Hidroclorotiziada, Levotiroxina sódica, Estradiol, Teragrán y Minerales, Calcio, Omeprazol, Paracetamol, Idalprem, Ibuprofano, Hidroxizina diclorhidrato, Interferón, Ribavirina… Tu dieta es de tantas calorías combinadas para prediabéticos, baja en grasa, azúcar, sal; aun si no fumas ni bebes, debes nadar veinte minutos diarios y beber dos litros de agua a lo largo de las 24 horas de cada día.

Aunque limitado, plano y material, el retrato de Raimon en la muestra de Aymerich transmite al público más el alma del cantautor valenciano que su físico interno y externo por más precisos que fueran. La calidad de un retrato fotográfico reside en la medida en que comunica físicamente lo ilimitado, lo profundo y lo inmaterial de la vida que retrata. La valentía que significó que, durante el mundial y mítico 1968, en plena represión franquista, en la Universidad Complutense de Madrid y ante seis mil asistentes, Raimon cantara en una lengua prohibida por el régimen, es el principio regidor del conmovedoramente vibrante retrato de Raimon de Pilar Aymerich.

 
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