Usted está aquí: lunes 2 de junio de 2008 Opinión Fragmentación y orden constitucional

Editorial

Fragmentación y orden constitucional

Ayer, durante la celebración del Día de la Marina, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, defendió por enésima ocasión su cuestionada estrategia contra la delincuencia organizada y ensayó una figura tranquilizante para el grupo en el poder: “por muy abundantes que sean los recursos de la delincuencia, los recursos del Estado son superiores”, dijo, en referencia a los efectivos y armamentos de las fuerzas armadas y el conjunto de las corporaciones policiales de los tres niveles de gobierno. Momentos antes se quejó, sin embargo, porque “la policía mexicana, siendo superior en número (a los sicarios del narcotráfico), está totalmente fragmentada y dispersa en miles de alcaldías y en las policías estatales”.

Resulta inquietante, en ese contexto discursivo, la mención a una entidad legalmente inexistente, como “la policía mexicana”, y el adjetivo “fragmentada” para referirse a un conjunto de instituciones autónomas que nunca han formado parte de una entidad única. Los cuerpos policiales de los estados responden a una elemental lógica federalista, en tanto que los municipales obedecen al principio del municipio libre, claramente establecido en los artículos 21 y 115 de la Constitución; el segundo, en su inciso III, párrafo h, señala específicamente que los ayuntamientos tendrán a su cargo la seguridad pública y la policía preventiva municipal y de tránsito.

Es cierto que, en el contexto del combate a la delincuencia, los cuerpos del orden municipales y estatales suelen ser los eslabones más débiles ante el poder de fuego y ante la capacidad económica que poseen las organizaciones criminales; por lo demás, el conjunto de corporaciones policiales del país, incluidas las federales –la Agencia Federal de Investigación (AFI), dependiente de la Procuraduría General de la República, y la Policía Federal Preventiva (PFP), adscrita a la Secretaría de Seguridad Pública federal (SSP)– requieren de labores urgentes de profesionalización, saneamiento y depuración, y tales tareas deben realizarse en estricto respeto al pacto federal y a las atribuciones constitucionales de los municipios. Pretender otra cosa sería violar la legalidad en nombre del fortalecimiento del estado de derecho.

En el momento actual, los cuerpos policiales del país padecen, además, grados alarmantes de descomposición e infiltración, y una severa descoordinación, cuya responsabilidad recae en buena medida, por cierto, en las instancias federales. Pero llamar desde el poder presidencial “fragmentación” a lo que es, en rigor, una forma de organización institucional específica y consagrada en las leyes podría ser indicativo de una tentación de centralizar en el Ejecutivo federal atribuciones que no le corresponden y de fusionar en una sola institución la totalidad de las fuerzas del orden público del país.

Resulta inevitable recordar, ante la declaración referida, los alegatos de Ernesto Zedillo que dieron origen a la actual PFP, en el sentido de que la Presidencia debía disponer de un cuerpo policial nacional para prevenir el delito. Se alertó entonces sobre el riesgo de que el organismo en ciernes fuera usado en tareas represivas ajenas a la prevención y el combate a la delincuencia y, significativamente, el bautismo de fuego de la nueva corporación fue la toma de Ciudad Universitaria, en febrero de 2000; luego, en las postrimerías del foxismo, los contingentes de la PFP desempeñaron una tarea central en la represión de los movimientos sociales de San Salvador Atenco y de Oaxaca, en los que se cometieron graves atropellos y violaciones a los derechos humanos cuyos responsables siguen aún, en su gran mayoría, impunes.

En suma, la conformación de una supercorporación policiaca en manos del Ejecutivo federal, como pareciera sugerirlo el señalamiento calderonista, no conduciría a mayores grados de eficiencia en el combate al crimen organizado, sino a un Estado policial, y tal perspectiva es inadmisible.

Para despejar tal horizonte ominoso, sería pertinente y necesario que se aclarara y afinara el sentido de la expresión comentada.

 
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