Usted está aquí: miércoles 4 de junio de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ Consulta sobre la reforma energética

■ El PAN por su boca muere

Para valorar más o menos la negativa del gobierno federal, de los miembros de algunos partidos políticos y algunas organizaciones a la consulta que propuso el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, adecuadamente es necesario tener en cuenta que la oposición a ese ejercicio ciudadano no es solamente un asunto de mirar la política de diferente maneras, es decir, de un pensamiento de izquierdas o derechas. Va mucho más allá, nos anuncia sin ambages el camino, supuestamente rebasado, de la intolerancia.

La queja panista contra las administraciones priístas fue casi siempre la misma: el gobierno totalitario dejó de escuchar las voces de sus gobernados, y luego, por la misma razón, se condenó a esa forma de gobierno que al final de cuentas entregó el poder a lo más parecido a ellos mismos, a lo que pudiera proteger sus intereses: la derecha.

Hubo quienes creyeron que con la llegada de Acción Nacional al gobierno el rumbo de la vida de los habitantes del país habría de cambiar. La venda que tapó sus ojos se les ha ido cayendo a pedazos. La realidad sólo acusa desastres y las gotas de paciencia con la que regaron el mesiánico cambio se acabaron, ya no mojan sus esperanzas.

Por eso, cuando Ebrard se arma con la razón de la gente, el poder se niega a la consulta, y en la población se la mira como el instrumento necesario para devolverle un poco de la ciudadanía que se les roba día con día, que les implica obligaciones, pero que les niega derechos.

No es llamar la atención, entonces, que hasta el Instituto Federal Electoral pretenda obstaculizar el derecho de los ciudadanos a expresar su opinión sobre una de las acciones de gobierno que con mayor fuerza puede impactar sobre su vida futura.

Sí, es muy difícil torcer el camino de la intolerancia, pero muy probablemente esta vez se logre. En el Instituto Electoral del Distrito Federal más que tener la técnica prevista lista para enfrentar una de las consultas de mayor calado, y muy probablemente de mayor participación en la capital de México, existe la voluntad política de dar a los ciudadanos del DF la oportunidad de eso: ser ciudadanos.

En 2006 se instalaron en toda la ciudad poco más de 12 mil casillas electorales y el costo de la elección fue, como ya se sabe, muy elevado, además se requeriría cuando menos de cuatro meses para la organización total, según dicen algunos técnicos, y el plazo que dio el jefe de Gobierno es de apenas dos, lo cual complica, pero no inhabilita, al Instituto Electoral local a hacer un trabajo que corresponda al interés e importancia del asunto petrolero.

Aunado a ello, la campaña, o las campañas de difusión que inviten al voto deberán ser precisas e informativas para dar a la ciudadanía la confianza que requiere la consulta para no ser descalificada –que ya lo es– por los partidarios de la intolerancia, que son muchos y tienen en su poder a los medios de mercado, que no tardarán en cantar el sonsonete de los intereses de sus patrones.

Así, responder a este reto de mayores dimensiones empeña la labor política de todos los que se involucren en ella, porque sólo tiene un afán, incomprensible para la intolerancia: dar voz a quienes han sido silenciados. Vale la pena.

De pasadita

Si algo pudiera manchar el trabajo titánico de levantar la consulta sobre el futuro del petróleo en nuestro país sería la participación directa, en su organización, del PRD, que de ninguna manera puede conciliar la confianza del elector. ¡Cuidado! Los afanes de la dirección impuesta en ese partido apuntan hacia otra trampa. La búsqueda de organizadores de la consulta fuera del IEDF no es más que el desconocimiento del organismo, que el chuchinero azul pretendió decapitar. Ojo, mucho ojo.

 
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