Usted está aquí: sábado 7 de junio de 2008 Cultura He aquí el futuro

Disquero

He aquí el futuro

Pablo Espinosa ([email protected])

El Disquero está de fiesta porque en los estantes de novedades discográficas esplende una auténtica Fiesta, título inmejorable del nuevo disco que es producto de un milagro cultural: el sistema bolivariano de orquestas infantiles y juveniles de Venezuela.

Como no existen las casualidades, esta Fiesta prolonga el festejo que nos embarga desde hace semanas, cuando este proyecto cultural fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias. Prolonga también la fiesta que vivimos hace pocos meses en el Palacio de Bellas Artes, donde la felicidad inundó el máximo escenario cultural mexicano con algunas de las partituras que contiene este nuevo disco que es un tesoro, editado por los alemanes hiperexigentes y rigurosos del sello Deutsche Grammophon.

La portada reproduce el momento de felicidad que suele significar el instante final de los conciertos de esta orquesta de niños y jóvenes hermosos de cuerpo, alma y espíritu. Es el momento en que bailan en sus asientos, se levantan algunos y no dejan de tocar, siempre con un nivel de excelencia que debería abochornar a muchos burócratas del atril. La partitura que suena es el Mambo, proveniente de una partitura mayor: West Side Story, de Lenny Bernstein, a quien Gustavo Dudamel rinde homenaje gozoso bailando sobre el podio, batuta en mano, de manera similar a como lo hacían sus maestros Lenny, Eduardo Mata, Carlos Kleiber, et al.

El contenido de este disco, Fiesta, es todo un ágape: partituras de América Latina, con énfasis en México y Venezuela. Inicia con Sensemayá, de Silvestre Revueltas. Una versión continente de volcanes. Su valía se equipara a la mejor grabación existente a la fecha, la que realizó Eduardo Mata. La que ahora aparece como la mejor grabación disponible es la que realiza esta fabulosa Orquesta Simón Bolívar, con Dudamel a la batuta, del ya clásico Danzón número 2, de Arturo Márquez. Sencillamente insuperable.

Si otros países, empezando por el nuestro, pusieran en práctica este sistema social y cultural venezolano, dejaríamos de vislumbrar el apocalipsis a diario y veríamos, como sucede cada vez que suenan los instrumentos de los 2 mil 800 niños y jóvenes que tienen sembrado Venezuela de orquestas, la luz de la concordia. Cada vez que hacen música estos niños y jóvenes suena el futuro. Palpamos la esperanza. ¡Larga vida al sistema bolivariano de orquestas!

 
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