Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de junio de 2008 Num: 692

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Entre grulleros te veas
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Poesía trágica
TEÓFILO D. FRANGÓPOULOS

Un oficio que se aprende
EUGENIO FERNÁNDEZ VÁZQUEZ

Fichas para (des)ubicar a Heriberto Yépez
EVODIO ESCALANTE

Diálogo alrededor de Sergéi Esenin
ROBINSON QUINTERO OSSA Y JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

Esculturas con Eros
RICARDO VENEGAS Entrevista con CARLOS CAMPOS CAMPOS

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

MONSIVÁIS HOMENAJEADO

Carlos Monsiváis ha recibido el doctorado honoris causas perdidas por la Universidad de la Ciudad de México (institución que tiene por costumbre convertir en una causa perdida cualquier intento de cobrar una cantidad ridícula por concepto de honorarios). Se lo merece con creces, pues Carlos es una de las mentes más lúcidas y honestas de nuestra pobre realidad sociopolítica. No hay causa legítima, justiciera y noble que no haga suya, y no estoy tratando de canonizarlo. Ninguna Iglesia aceptaría llevarlo a sus altares, pues como estaría muerto de risa, los feligreses perderían la poca devoción que en este mundo de gobernadores zafios y cardenales prehistóricos apenas se hace notar, salvo en las peregrinaciones y en los aspectos esotéricos y curativos de los distintos cultos.

Carlos es muchas cosas a la vez (me salió en verso), pero, fundamentalmente, es un crítico insobornable de la vida pública de un país que, de las manos autoritarias y astutas del otrora partidazo, pasó a las manos sucias, torpes y chapuceras de los personeros de una derecha que considera al Estado laico como una manifestación demoníaca, y que no ha logrado entregarnos del todo a los cardenales trentinos gracias a un Congreso donde no le alcanzan los porcentajes para aprobar sus “reformas morales”.

Carlos, en sus mocedades, jugó el juego de la “onda”, desde su muy personal y comprometido punto de vista sobre la historia y la sociedad. No niego que a veces se comportó con su muy especial frivolidad (sería insoportable que así no lo hiciera. Wilde y Novo no se lo perdonarían). Más tarde se comprometió valientemente en el movimiento del '68 y se vio obligado a poner tierra de por medio. Recaló en Londres en los tiempos en los que vivíamos en la capital del neorromanticismo muchos escritores latinoamericanos. Dio clases en Essex y pasó sus fines de semana en nuestra casa familiar de Paddington. Mucho le aprendí durante los días londinenses. Me enseñó literatura, cine, artes plásticas y, sobre todo, la ciencia de mirar la realidad de nuestro país desde una perspectiva critica y amorosa. Recuerdo nuestras frecuentes lecturas de Novedad de la patria, de López Velarde, nuestras memorizaciones de poemas y la lectura de la prensa mexicana que, entre otras muchas cosas útiles, nos enseñó que don Octaviano Campos Salas (personaje poco favorecido por la madre naturaleza) había recibido el Premio Sacerdotisa de la belleza. De esas sanas lecturas brotó su columna Por mi madre, bohemios, que para nuestra fortuna sigue vivita, citando y coleando.

La obra literaria de Carlos es grande y valiosa. La crónica y el ensayo son sus géneros por excelencia, pero también ha escrito alguna narración y, de joven, escribió poemas que nunca quiso publicar. Su inquietud intelectual, su memoria de milagrería, su afilada y, a veces bífida lengua, y su prodigiosa inteligencia (perdón por los adjetivos; no pude evitarlos), lo han convertido en una figura pública admirada por todas las clases sociales. Me consta que los ricachones buscan su compañía y que los pobres lo saludan con veneración civil y le agradecen sus luchas a favor de las clases populares.

Escritor, figura pública, indispensable presencia en nuestros avatares culturales, crítico de la sociedad, defensor del laicismo y del respeto a todos los credos y a todas las preferencias, es normal que se le rindan homenajes. El más sólido de esos parabienes consiste en la lectura de su obra y en el aprecio por su clara posición civil. Su presencia y su obra son civilizatorios. Ahora, con sus 170 años, figura al lado de Prieto, Riva Palacio, Zarco, Juárez, Ignacio Ramírez y Melchor Ocampo, en la galería de personajes de la que fue y, gracias a su continuador, sigue siendo la más brillante de las generaciones culturales y políticas de nuestro país, ahora expuesto a que le privaticen hasta las mentadas de madre. ¡Salve, maestro, y que esta patria suave, novedosa, terrible, sucia, violenta y miserable agradezca los esfuerzos que usted ha hecho para mejorarla!

A pesar de tantos homenajes, betificaciones, medallas y estatuas, estoy seguro de que seguirá siendo irreverente, pues, como decía Mark Twain, usted sabe que la irreverencia es la mejor defensora de la libertad.

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