Usted está aquí: domingo 15 de junio de 2008 Cultura Fuensanta

Ramón López Velarde

Fuensanta

Hoy hace exaxtamente 120 años nació en Jerez, Zacatecas, uno de los más grandes poetas en lengua española, Ramón López Velarde. A manera de homenaje y en consonancia con esas grabaciones discográficas que recogen fragmentos de la tetralogía de Wagner, el Don Giovanni de Mozart entre las grandes epopeyas de la creación humana, presentamos un mural fragmentario de la obra de López, nuestro López Velarde. El material proviene de una antología breve que hilvanó hace nueve años el poeta Alí Chumacero para el Fondo de Cultura Económica en un librito diminuto en dimensiones físicas pero gigantesco por lo que leerán a continuación. Esta editorial, el FCE, ha publicado la casi totalidad de la obra lopezvelardeana

¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?

Aúlla un perro en la calma sepulcral.)

En las alas oscuras de la racha cortante
me das, al mismo tiempo, una pena y un goce:
algo como la helada virtud de un seno blando,
algo en que se confunden el cordial refrigerio
y el glacial desamparo de un lecho de doncella

Gemía el vals por ella,
y ella era un boceto
lánguido: unos pendientes
de ámbar, y un jazmín
en el pelo.

Fuensanta:
dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.
Hoy, como nunca, me
enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima,
yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces

Fuera de mí, la lluvia: dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un ciprés
que en una huerta conventual se contrista.

Me impongo la costosa penitencia
de no mirarte en días y días, porque en mis ojos,
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia
como si naufragasen en un golfo de púrpura,
de melodía y de vehemencia.

Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
En la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría
para llevarlo en triunfo a conocer el día,
la estola de violetas en los hombros del alba,
el cíngulo morado de los atardeceres,
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.

Tierra mojada de las tardes líquidas
en que la lluvia cuchichea
y en que se reblandecen las señoritas, bajo
el redoble del agua en la azotea...

Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando a un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;
tardes en que, oxidada
la voluntad, me siento
acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador...

alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria:
el gendarme que pita...

...Y una íntima tristeza reaccionaria.
¡Vírgenes fraternales: me consumo
en el álgido afán de ser el humo
que se alza en nuestro aceite
a la hora y a deshora,
y de encarnar vuestro primer deleite
cuando se filtra la modesta aurora,
por la jactancia de la bugambilia,
en las sábanas de vuestra vigilia!
Me asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.

Piernas de rana,
de ondina
y de aldeana;
en su vocabulario
se fascina
la caravana.

Amé los talles salameros
y el virginal sacrificio;
amé los ojos pendencieros
y las frentes en armisticio.
No tengo miedo de morir,
porque probé de todo un poco,
y el frenesí del pensamiento
todavía no me vuelve loco.

Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro,
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo,
para cortar a la epopeya un gajo.

 
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