Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de junio de 2008 Num: 693

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El palimpsesto de
Marcel Schwob

ARTURO GÓMEZ-LAMADRID

Diálogos de utopía
MARCEL SCHWOB

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Hugo Gutiérrez Vega

DOS FECHAS

Consigno aquí dos fechas misteriosamente enlazadas: 16 de marzo de 1880, el nacimiento de Josefa de los Ríos (la Fuensanta “resucitada y con sus guantes negros” en el aire dramático del Valle de México) y el 15 de junio de 1888, el nacimiento de Ramón López Velarde, “un hombre débil, un espontáneo que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo”. Sus “mustios corazones” nunca estuvieron “en la tierra juntos”, pero el varón soñó en la culminación de un amor que cimentara “la fábrica de los universos”, un amor santificante de la persona amada, “periférica y central”, como los de Catulo, Dante, Petrarca, Garcilaso, Lope, Bécquer, Lesbia, Beatriz, Laura, las pastoras, Lucinda y la desconocida de las manos en la ventana.

“Me arrancaré, mujer, el imposible amor de melancólica plegaria”, dice el primer poema que publicó cuando ya estudiaba en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes, aprobando las disciplinas científicas y siendo reprobado en literatura por un dómine tan perspicaz como el burocratillo obtuso que reprobó a Gilberto Owen cuando presentó en la Secretaría de Relaciones Exteriores su examen de redacción castellana.

Como nadie es perfecto, y había que hacer carrera (todos los interesados en las humanidades sólo tenían para encauzar su inquietud la carrera de Derecho), fue a San Luis para estudiar en el Instituto Científico y Literario, casa positivista que más tarde regresó a la tradición universitaria. Muere su padre (en 1915, al evocar la Plaza de Armas del “edén subvertido”, habla del “lúcido hogar en que nacieron y murieron los míos”), regresa al pueblo por unos días y, de nuevo, a San Luis Potosí y los estudios jurídicos. Publica por aquí y por allá sus primeros poemas, artículos políticos y ensayos. La amistad con Eduardo v. Correa lo hace conocer la oposición al viejo dictador “ilustrado” de su muy propia manera y rodeado de científicos de la Iglesia positivista, y los primeros esfuerzos maderistas a los que se une, militando con entusiasmo. Juan José Arreola publicó un estudio sobre el revolucionarismo de nuestro poeta, enfrentando así los nuevos lugares comunes sobre sus supuestas tendencias reaccionarias. Estas tonterías siempre ignoraron la prosa del poeta y, sobre todo, el luminoso ensayo que tituló “Novedad de la patria .” Por otra parte, su actitud frente a la tradición era el producto de su catolicismo, es cierto, pero también la concebía como un capitel y no como una lápida, al contrario de la posición reaccionaria inmovilizadora en el tiempo... para que no se muevan esos privilegios a los que, pomposa y tramposamente, llama “valores morales”. No se sabe a ciencia cierta si López Velarde participó en la redacción del Plan de San Luis. En todo caso, lo apoyó al acreditarse como abogado defensor de Madero. Se me ocurre que el aspecto más revolucionario de su pensamiento político se expresa en ese ensayo. De una manera virgiliana y originalísima nos dice (y esta afirmación adquiere una actualidad sobrecogedora en estos momentos de discordia, violencia, crueldad neoliberal e insensatez civil): “Miramos a la patria hecha para la vida de cada uno. Individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal. Casi la confundimos con la tierra.” El pensamiento del poeta se hermana con el anarquismo; da a la noción de patria su sentido más humano, inmediato y entrañable; combate la pomposidad de los demagogos y alienta a los reformadores y a los defensores de la solidaridad. Libertario y religioso, cristiano de la más profunda de las maneras, el poeta maderista comprendió que el momento dorado de la elección y el breve gobierno del más puro e idealista de nuestros políticos (casi “a la altura del arte” como el último emperador azteca), tenía, como afirma Schiller, una eminente calidad estética. Maderista convencido, mantuvo intocada su capacidad crítica. Al no coincidir con alguna posición política, expone su punto de vista, pero advierte: “Lo juzgo honrado como siempre.”

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