Usted está aquí: martes 17 de junio de 2008 Opinión Estado flaco, ciudadanos obesos

Marco Rascón
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Estado flaco, ciudadanos obesos

O viceversa: Estado obeso, ciudadanos flacos.

A 25 años de que nuestro país dio inicio al proceso de privatización, los resultados demuestran que de seguir la pauta mundial, México tomó un atajo para su modernización, pero por tan mal camino que hoy deja a la tercera parte de la población con sobrepeso y por ello mismo a cerca de 13 millones con diabetes, lo que deriva en el achicamiento del papel del Estado en lo referente a alimentación y salud.

El desempleo crónico, disfrazado de subempleo o categorizado dentro de la “economía informal”, donde al inicio de los años 80 el gobierno incitaba a que te “emplearas tú mismo”, siendo origen del proceso de changarrización, tuvo efectos notables en la salud general de la sociedad mexicana.

Hasta hace 25 años, las familias más pobres de México comían frijoles, chile, tortillas y agua de frutas. Eso en nuestros días podría considerarse una buena alimentación a diferencia de la actual, basada en el consumo de refrescos y comidas preparadas. En las escuelas públicas se venden bebidas y alimentos que deberían haberse prohibido dentro de los recintos, al mismo tiempo que los presupuestos para atender todas estas enfermedades por conducto del sistema de salud pública –como en todo el mundo– se achican.

Ya Patricia Jara nos reseñaba ayer los adelantos de la película La gran venta y lo que ha sucedido en el mundo tras el proceso de privatizaciones, iniciadas en Inglaterra por Margaret Thatcher y seguidas por el reaganismo en Estados Unidos y que nuestros gobernantes y empresarios tomaron como doctrina propia.

Aquí en México, con el argumento del pago de la deuda pública, principalmente la interna, se llevó a cabo este proceso de privatización arguyendo que había que acabar con el “Estado obeso”, y lo que resultó con el Estado flaco, paradójicamente, fueron ciudadanos obesos, malnutridos y enfermos, que cambiaron incluso la condición misma de la pobreza.

Este fenómenos se hizo global y lo mismo se vive en Estados Unidos, en Asia que en Europa, donde los pobres son obesos y los que tienen acceso a alimentación de buena calidad y a la salud privada mantienen su peso como privilegio de clase.

Los procesos de privatización que primero se fueron por las áreas más rentables de la economía generada por el Estado, que fueron las comunicaciones, los sistemas financieros y bancarios y las materias primas estratégicas, abarcaron los servicios de transporte y agua, encareciendo la vida urbana, expulsando a la población más pobre de los accesos a los servicios y reduciendo el valor del trabajo al mínimo.

Las ciudades en México y los gobiernos dieron todos los derechos a los automóviles, privilegiando el transporte privado sobre el público, acrecentando así los problemas de contaminación en todos los niveles. Junto a las privatizaciones, los indicadores señalan una caída vertiginosa de la calidad de vida y de las oportunidades para educarse y mantenerse sano.

En la parte ideológica, el proceso de privatización se ha asociado con el sinónimo de “modernizacón” tras los evidentes comportamientos de corrupción e ineficiencia que dejó también el estatismo en países como México.

Con la idea de aliviar la carga del Estado, se definió que la privatización se daba en pos del “sector social”, cuando en realidad fueron actos manipulados en favor de las viejas y nuevas oligarquías que habían ganado también con el estatismo, vía subsidios crediticios y fiscales; que ganaron durante las etapas de crisis y ajuste económico por la vía monetaria y la fuga de capitales y que luego estuvieron disfrazados de “sociedad” para privilegiarse con las privatizaciones que les fueron vendidas con el carácter de monopolios.

En lo ideológico resultó que los privatizadores eran “el cambio”, mientras las fuerzas políticas y los sectores afectados se convirtieron en “la resistencia”, dejando la percepción de que los conservadores eran los dueños del futuro y las fuerzas que promovían el cambio político y económico contra el viejo sistema estatista e ineficiente quedaron como defensores del pasado.

Hoy toca a la energía, y principalmente al petróleo, estar en la mira de la privatización, y lo que seguramente resultara será una sociedad sin luz y paralizada, de la misma manera que el Estado flaco dejó una sociedad obesa.

Frente al debate no puede aceptarse el proceso de privatización, pero tampoco puede quedarse como está en manos de la corrupción sindical y el reparto discrecional de los excedentes entre gobernadores.

Decir que el petróleo debe estar en manos de la nación significa eficiencia, el retiro de todos los popotes que lo absorben para beneficio particular y, por tanto, deben ser recursos etiquetados para financiar la educación, la renovación tecnológica; lo que nos hará tener vigencia en el futuro.

 
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