Usted está aquí: miércoles 18 de junio de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ Silenciar, estrategia panista

■ Obstáculo tras obstáculo al GDF

Siempre que una acción se convierte en hecho reiterado, deja de ser, aun en el ámbito de lo político, una casualidad, y entonces requiere cuando menos de la reflexión para poderlo explicar.

Una y otra vez, desde los diferentes escalones del poder de derecha que ahora ocupa Los Pinos, se ha tratado de impedir el accionar del gobierno de la ciudad, así sea para el beneficio de estudiantes sin recursos económicos. Funcionarios de la Secretaría de Educación Pública han dejado en reiteradas ocasiones a los enviados del gobierno capitalino a las puertas de diferentes escuelas públicas, sin permitirles ingresar en los planteles para repartir, por ejemplo, libros gratuitos.

Prohibir, por ese hecho, la posibilidad de que alguien tenga acceso a mejores o más instrumentos que permitan una mejor interpretación de la realidad, debería ser juzgado y castigado dado que resulta contrario a los derechos fundamentales, no sólo de los niños, sino de cualquier individuo.

Además del sesgo político que adquieren este tipo de acciones, y que deben tomarse en cuenta dado que son un elemento de análisis preponderante, no debe echarse en saco roto que, para la derecha, la educación que ordena la Constitución de este país, laica y gratuita, la educación en general, es un bien del que sólo deben disfrutar unos cuantos.

Quienes nutren los ejércitos del poder, como el que ahora ocupa Los Pinos, son casi siempre aquellos a quienes se les ha negado la posibilidad de tener una educación que les permita ejercer el libre albedrío y se les impone, como única opción, la voz de la radio o la televisión, que repite triunfante las falacias del poder, para que piensen por ellos. Esa es la estrategia.

En pocas palabras, silenciarlos. Ese es el sello de la casa. Por eso, sea cual sea la explicación burocrática que pretenda ofrecer el gobierno federal para desviar la razón principal al no haber permitido que el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, se expresara en un foro sindical donde se discutiría el futuro de la industria petrolera en el país, no resulta creíble.

Más aún si sabemos que todos los requisitos que impone el Instituto Nacional de Antropología e Historia, que depende la SEP, para celebrar el encuentro en el Castillo de Chapultepec, fueron cumplidos por la dirigencia sindical, incluyendo, desde luego, la fecha y la hora para efectuar el foro, y se les autorizó, hasta que se supo que Marcelo Ebrard hablaría en esa reunión.

La idea, una vez más, fue impedir que allí, en el Castillo de Chapultepec, se dijeran verdades inconvenientes, educadoras, para las intenciones de Felipe Calderón, es decir, el silencio como factor esencial, pero también, quién lo puede negar, político.

Ya el 23 de mayo de 2007, en la secundaria 260, ubicada en la colonia Pensil, las autoridades federales de educación impidieron la entrada de Ebrard a ese plantel, donde haría entrega de vales que se canjearían más tarde por uniformes para los alumnos. La única explicación que podría darse para aquella aberración es, sin duda, política.

Por eso hoy no debe sorprender a nadie que se quiera silenciar una voz que pueda dar elementos de reflexión sobre el futuro petrolero, empeñado por Calderón a la iniciativa privada nacional y extranjera. Por eso nadie tiene que ver en ese hecho otra cosa que no sea la estrategia del PAN-gobierno por impedir la expresión ciudadana libre en una consulta popular al respecto. Por eso no se busca, por más que se diga, educar, sino todo lo contrario: silenciar.

De pasadita

Mientras en este mundo global el momento de la muerte no sea un bien comercial, el poder de la naturaleza seguirá mandando y la vida terminará siempre de manera dolorosa e inoportuna. Desde aquí, vaya mi agradecimiento por su solidaridad a la dirección de este diario, a mis compañeros y amigos y quienes así lo entienden.

 
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