Usted está aquí: sábado 21 de junio de 2008 Cultura Cristina Ortiz en el ciclo En blanco y negro

Juan Arturo Brennan

Cristina Ortiz en el ciclo En blanco y negro

Si bien es cierto que el ciclo pianístico En blanco y negro (el más importante de su tipo en el país) ha tenido altibajos en años recientes, es claro que el programa de este año representa un importante repunte, tanto en su elenco como en sus programas.

Por ello, y considerando que el piano es el instrumento que más seguidores convoca a este tipo de ciclos, no me explico la magra entrada registrada en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes para la presentación de la notable pianista brasileña Cristina Ortiz.

Las excusas de siempre ya me suenan huecas, considerando que en fechas cercanas hubo tiempo, recursos y vialidad para llenar Bellas Artes (dos veces) para los convencionales y rutinarios conciertos de la Filarmónica de Israel, y llenar la Sala Nezahualcóyotl cuatro veces para Carmina Burana, y llenar el Auditorio Nacional para el concierto de otro brasileño, evidentemente mucho más famoso: ¡Roberto Carlos!

Para su participación en el ciclo, Cristina Ortiz propuso dos mitades de programa dedicadas a sendas cúspides del pianismo y del repertorio: Debussy y Chopin.

En la primera mitad, su versión de la Suite bergamasque destacó por lo bien delineado de su fraseo y por un buen equilibrio entre el concepto líquido y sinuoso que suele aplicarse a Debussy, y una articulación más sólida, sin llegar a perder el continuum del flujo sonoro.

Dicho de otra manera, la pianista brasileña no cayó (como suelen caer otros pianistas) en la tentación de hacer de la música de Debussy una especie de espectro gelatinoso, amorfo y sin esqueleto.

Al buen resultado ayudó también su manejo de los tiempos y las resonancias para permitir el indispensable fundido de unos acordes en otros. Al interior de la suite, Ortiz hizo una versión muy singular del Claro de luna, aplicando a esta hermosa pieza una cuota de languidez menor que lo usual.

Para su ejecución de los Arabescos, de Debussy, la pianista optó por una especie de poética objetiva, sin excesos ni manierismos, y sin asomo de laboriosidad en el tejido de estas complejas y expresivas piezas pianísticas.

La sección Debussy del recital concluyó con las tres Estampas, interpretadas por Cristina Ortiz con las mismas líneas de conducta aplicadas a la Suite bergamasque, destacando las interesantes libertades rítmicas que se tomó para perfilar con claridad el vaivén de habanera morisca que habita en La noche en Granada.

La segunda mitad del recital inició con tres nocturnos de Chopin, tomados de distintos Opus e interpretados con fina atención a sus distintos estados de ánimo. Una vez más, se hace necesario aplaudir a una pianista que, teniendo técnica y experiencia de sobra, evita convertir la música de Chopin en una caricatura almibarada, como lo hacen frecuentemente otros pianistas en cuyas manos Chopin termina por ser más rubato que música. La misma sensibilidad hacia la música de Chopin fue mostrada por Cristina Ortiz en su ejecución de cuatro Estudios Op. 25, en los que la adecuada resolución de los problemas técnicos planteados no se quedó en un mero ejercicio de dedos, sino que extrajo de ellos numerosos momentos de música muy expresiva.

Fuera de programa, la intérprete brasileña se acercó (y permitió al público acercarse) a la música que le es más natural y propia, haciendo una expansiva versión de la Valsa da dor, de Heitor Villa-Lobos, y resolviendo con elegancia los laberintos rítmicos de la Danza de negros, de Frutuoso Viana. Y después de la música brasileña, un luminoso final con una ejecución cristalina y de inteligentes perfiles melódicos a uno de los Impromptus de Schubert.

Si este sólido recital de Ortiz puede ser tomado como muestra de lo que puede esperarse del ciclo En blanco y negro de 2008, es evidente que hay que acercarse al auditorio Blas Galindo para escuchar los programas restantes.

Por lo pronto, hoy a las 19 horas se presenta Alberto Cruzprieto con un atractivo programa que incluye música de Fauré, Mignone, Ginastera, Debussy y Gershwin.

 
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