Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de junio de 2008 Num: 694

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Entre la carretera y la beatitud
ALEJANDRO MICHELENA

Jesús
DIMITRIS DOÚKARIS

Entre colillas y restos de comida
ARACELY R. BERNY

Contra el olvido injusto
CHRISTIAN BARRAGÁN
Entrevista con RAFAEL VARGAS

Fragmentos de Bahía 1860 (esbozos de viaje)
MAXIMILIANO DE HABSBURGO

¿César Vallejo ha muerto?
RODOLFO ALONSO

Sentándome a comer con la pereza
MIGUEL SANTOS

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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LOS GUARDIAS PERMANENTES

ANNA PI I MURUGÓ


Mil cretinos,
Quim Monzó,
Editorial Anagrama,
Barcelona, 2008.

El mundo que dibuja Quim Monzó en su nuevo libro Mil cretinos tiene como temas principales la enfermedad, la vejez y la decadencia, experiencias vividas por el autor y contadas a través de diecinueve relatos. Todos ellos cargados de ironía, humor negro y grandes dosis de claridad y perfección estilística que caracterizan a este escritor, traductor y periodista catalán que ha publicado novelas y cuentos, ha sido traducido a más de veinte idiomas y ha ganado diversos premios literarios, además de colaborar en diversos periódicos (actualmente publica cada día una columna diaria en La Vanguardia).

Monzó reconoce que Mil cretinos está condicionado y nació de la experiencia de haber acompañado durante largo tiempo a sus padres en el tramo final de sus vidas. Una etapa de decadencia en la que su trabajo de periodista y el humor negro le ayudaron a no caer en la depresión. Esta vivencia, que ha sido el centro de su vida durante cinco años, ha obligado a un paréntesis de seis para la publicación del último libro. Éste, tal como comentó el autor en la presentación, como ante un nuevo proyecto, le hizo cuestionarse insistentemente sobre el posible interés que podrían despertar sus historias, y tuvieron que ser sus amigos los que le animaran a seguir adelante. Hecho que agradecemos todos los lectores.

Monzó ha explicado también que el contundente título de Mil cretinos nace de uno de los personajes de sus cuentos, una mujer que habla de los cretinos de un geriátrico. Y que él amplía “a los muchos cretinos que viven de la política, porque a pesar de que existen cretinos en todos los ámbitos, es en la política donde se ven más´… Los cretinos siempre son los mismos, son ejércitos de personas que se mueven en turnos organizados y garantizando guardias permanentes para que no falte ninguno”.

El libro se divide en dos partes, la primera contiene los cuentos más tristes y tienen una estructura más compleja, mientras que la segunda sigue el estilo característico de Monzó y la forma es la clásica.

Existen ciertos paralelismos entre un texto anterior del autor, El porqué de las cosas (1994), y Mil cretinos, ya que en ambos se hacen preguntas parecidas y el primero fue fruto de un descalabro emocional de carácter amoroso, y este último surgió al afrontar de manera próxima la decadencia física y vital de familiares cercanos. Experiencias para nada agradables, pero sí sus consecuencias: dos libros muy recomendables.

Según el autor, gracias a una libreta que lleva siempre consigo y en la cual apunta todo, sus cuentos, cargados de crudeza y vida, en los que mezcla registros opuestos de manera admirable (el realismo con el lirismo, lo fantástico y lo grotesco con la vida y situaciones de los más cotidianas), son una crónica personalizada y una lectura concisa y puntual de una época que no nos puede dejar indiferentes.


MONSIVÁIS, UNA MALA COSTUMBRE DE CIUDAD DE MÉXICO

GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE


En orden de aparición,
Catálogo del Museo del Estanquillo,
Colecciones de Carlos Monsiváis,
GDF-UNAM, 2007.

Visitar el Museo del Estanquillo es, sin duda, volver a vivir. Por mucho que esto suene a lugar común, pocos sitios como éste ofrecen al visitante tal cantidad de recuerdos variados y tantas posibilidades de conocer otros puntos de vista sobre una Ciudad de México que ya se fue.

El nombre quizá es suficiente para imaginar en qué tipo de viaje se va a embarcar el visitante: esos estanquillos, hoy casi extintos, fueron durante muchísimos años los centros vitales de los pueblos y de las colonias de las ciudades, que no sólo ofrecían cualquier tipo de mercancía necesaria para subsistir, sino que también eran el punto de reunión de los vecinos, la “emisora” de las noticias locales, lugar donde se podía encontrar los productos modernos junto con los que ya eran costumbre o tradición.

Por supuesto, una característica inherente del tradicional estanquillo es su condición de producto de la cultura popular, no de la burguesa, la que a partir de 1958, año en que abrió el primer Aurrerá, se volcó al supermercado. Esa cultura popular que desde siempre ha apasionado a Carlos Monsiváis es la que se despliega en el museo y en su catálogo, que lleva por título una frase más propia del cine o la televisión que de la museografía tradicional: En orden de aparición.

“Hay personas y personajes, en el espacio de la cultura, que lo definen casi por sí solos durante épocas. En Ciudad de México, entre quienes más plenamente dotan de significado a dicho espacio, se encuentra sin duda el cronista Carlos Monsiváis, quien conoce como muy pocos Ciudad de México y ha sido testigo de sus acontecimientos más sobresalientes desde la década de los cincuenta”, dice Juan Ramón de la Fuente en la presentación que hace a este catálogo. Tiene toda la razón: el enorme número de fotografías, litografías, carteles y caricaturas originales, además de juguetes populares y otros objetos sui géneris es, como decíamos al principio, una verdadera cápsula del tiempo, una colección que, a decir de Marcelo Ebrard, refleja la identidad del capitalino.

Esta “ventana al estudio de los signos de identidad o identidades del mexicano”, como la llama Sergio Vela, habla, pues, de la visión de las costumbres y tradiciones culturales y de su confrontación (¿o más bien será una relación simbiótica?) con la cultura central y, sobre todo, con el momento histórico en el que se producen. Monsiváis lo explicaría muy bien: “Si la historia no es revisitable, sí que es coleccionable.”

¿Quién, que tenga una pasión por coleccionar algo, no se ha encontrado con ese discurso de familiares o amigos que se empeña en señalar la inutilidad de los objetos apreciados por el coleccionista? Sin embargo, como bien lo dice Rafael Barajas el Fisgón, quien fungió como curador de la colección del museo, coleccionar es una actividad fundamental y fundacional.

El Estanquillo es el mejor ejemplo: en las quinientas piezas ahí reunidas está la crónica visual de la transformación del artista popular y del mexicano: “en el siglo xix , los artistas viajeros primero y luego los litógrafos costumbristas nacionales, diversos artesanos, caricaturistas, fotógrafos y pintores” dejaron sus testimonios de las costumbres de la época, que con el paso del tiempo se enriquece hasta llegar, en el siglo xx , a los “moneros, fotorreporteros, compositores populares, actores, cineastas, performanceros y demás trabajadores de la cultura”.

En toda la exposición, sin embargo, la gran protagonista es la capital, cuyas cantinas igual aparecen en las maquetas en miniatura de Teresa Nava o de Teodoro Torres y Susana Navarro, como en las litografías de Claudio Linati lo hacen los ambulantes de la época: aguadores, leñadores o vendedores de pollos. Porque, para Monsiváis, son esos personajes los que realmente escriben la historia de este país, por eso considera que: “El fruto óptimo del Virreinato es el mestizaje, que elimina la odiosa distinción entre españoles e indios, mestizos, negros y mulatos. Ahora las razas se confunden, se convierte en patria el espíritu de los desheredados, se forma el alma nacional.”

Parecería, pues, que el alma nacional se construye a partir de causas perdidas o desesperadas, porque de los que se habla es de ellos, del “que padece la lepra de la pobreza”, que se convertiría después en el peladito, “aquel que no tiene nada, que carece de vestimenta”. “¿Será cierto que ya no nos regimos por un régimen de castas?”, pregunta el Fisgón en su texto “Escenas de impudicia y aliviane.”: “¿Cuándo dejamos de ser mulatos, mestizos, para convertirnos en chilangos o nacos?”

La historia la escriben los vencedores, dicen, pero para Monsiváis la historia interesante es la que escriben los habitantes “de a pie” de esta ciudad: “¿Es el mismo pueblo el que lucha por la independencia en 1810, el que lucha contra el invasor francés en 1865, contra la dictadura en 1910, contra el capital voraz en 1930, contra el autoritarismo en 1968, por la democracia en 1988, contra el desafuero en 2006?”, pregunta Barajas.

En orden de aparición es una visita a los santuarios de ese pueblo que igual se movilizó contra los franceses que contra mandatos judiciales de dudosa procedencia. Ese pueblo que tanto hace del arrabal una potencia cultural, como superpone al antro y al cabaret su tejido de clases sociales, y para quien “cada celebridad encarna una aspiración social”. Si, según el autor del Catecismo para indios remisos, “Cantinflas es el ascenso irresistible del paria que deja de serlo; María Félix feminiza a los conquistadores; Dolores del Río mantiene el sano equilibrio entre la belleza y el sufrimiento, y Salvador Novo es el certificado de licitud de lo prohibido si es inteligente y brillante”, habrá que ver qué representa el propio Carlos Monsiváis, a quien el Fisgón llama “una mala costumbre de Ciudad de México (y viceversa).