Usted está aquí: viernes 27 de junio de 2008 Opinión Sin cultura de protección civil

Jorge Carrillo Olea
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Sin cultura de protección civil

Tres han sido las desgracias que la ciudad de México ha sufrido por falta de una cultura de protección civil: en 1985 un juego de futbol en el estadio universitario que terminó en una tragedia en el túnel 29, las causas: sobrecupo y desorganización; un fuego desatado a media noche en un antro llamado Lobohombo, el 20 de octubre de 2000, con iguales resultados, y ahora la trágica tardeada del viernes 20 de junio. Todo esto para no hablar de los sismos de 1985 y seguramente de muchas desgracias más.

Aquellos sismos dieron lugar a la creación de una Comisión Nacional de Reconstrucción, que tuvo un comité de Prevención de Seguridad Civil para preparar un proyecto de plan maestro de protección civil desde todos los ángulos imaginables, esto se concretó en un documento llamado Bases para el establecimiento del Sistema Nacional de Protección Civil, que se hizo oficial y obligatorio mediante una ley sobre la materia.

Tres grandes méritos tuvo dicho esfuerzo: 1. Con el auxilio de Japón crear el Centro Nacional de Prevención de Desastres que venturosamente quedó insertado en la UNAM y no en el gobierno; 2. Hacer de uso y conocimiento común el término de protección civil y su expansión por todo el territorio, dejando a las fuerzas armadas exclusivamente aquello que contempla su Plan DN. III; 3. Incorporar a la sociedad a una tarea que le compete vitalmente y no sólo como sujeto pasivo, que es como había venido sucediendo.

Lo negativo de este esfuerzo se da cuando aparece ese fantasma nacional que es la simulación. En México creemos que con enunciar, ordenar o echar a andar un proyecto es suficiente. Su seguimiento, correcciones evidentemente necesarias, ajustes y culminación no están dentro de las preocupaciones tradicionales de los gobiernos y de los ciudadanos. Son estos últimos los que últimamente han venido reaccionando, convirtiéndose en una suerte de auditores del quehacer público.

Parte o motor de esta simulación, que es un verdadero fantasma nacional, es la corrupción. Se cumple a medias con la ley y sus reglamentos o no se cumple, en la medida que se engrasen los ejes de la autoridad. Sigue el policía de crucero extorsionando, sigue el inspector de cualquier establecimiento sacando mordidas por no exigir el cumplimiento de reglamentos, o el director de obras vendiendo sus permisos, sigue el alto funcionario subastando los grandes contratos y siguen las partidas secretas operando como siempre.

Y no pasa nada. Ejemplos recientes: el caso del gobernador Montiel, quien después de haberse robado millones de dólares ante los ojos de la nación entera, disfrutando de la protección de su delfín, el gobernador del estado de México, gozó y goza de total impunidad.

El otro caso es el del gobernador de Jalisco, que regala como si fueran suyos 30 millones de pesos a la Iglesia de su vocación y no pasó nada. Ninguna autoridad con responsabilidad de vigilancia del ejercicio presupuestal hizo valer sus facultades; fue la presión social la que finalmente obligó a la devolución de la generosa limosna, pero el gobernador, otra vez, quedó impune.

La protección civil se ve afectada por simulación y corrupción. Se simula por estados y municipios que existen planes preventivos y su reglamentación, y se corrompen al hacerse de la vista gorda para no exigirlo.

Seguramente el reciente y lamentable caso de News Divine fue provocado por la estupidez policiaca, de la que dicen sus jefes, otra vez simulando, que es ahora una policía profesional. A pesar de esta verdad incontrovertible, si se llegara a una averiguación como corresponde, se vería que el antro carecería de los elementos suficientes para eludir responsabilidades: sobrecupo, insuficientes salidas de emergencias, falta de equipo para combatir incendios o inexistencia de un servicio médico para emergencias.

La policía sigue siendo una aglomeración de ineptos, ignorantes, sin ninguna profesionalización, y la culpa finalmente no es de ellos, sino de quien así lo permite.

Mucha delicadeza deberá tener el procurador del Distrito Federal para no dejar sin castigo a quien lo merece, pero también para no castigar a quien no tiene una responsabilidad real, concreta y punible.

 
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