Usted está aquí: sábado 28 de junio de 2008 Opinión Rascón Banda, académico

Carlos Montemayor

Rascón Banda, académico

Dice Víctor Hugo Rascón Banda que si los plenos de la Suprema Corte, del Congreso de la Unión y de los partidos políticos sesionaran con el clima de cordialidad y respeto con que se conducen las reuniones de trabajo de nuestra Academia Mexicana de la Lengua, otro sería este país. No sé si tenga razón; puedo asegurar, en cambio, que la Academia es la única institución cultural de México que a lo largo de más de 130 años ha logrado sobrevivir, increíblemente, al margen de los recursos presupuestales del gobierno. La autonomía e independencia de la Academia no le han aportado bonanza, pero sí dignidad ante muchas orientaciones científicas y sociales en los cambios de la revolución y de las burocracias políticas. Ello se refleja en las destacadas generaciones de sus académicos provenientes de muchas regiones del país. Comenzaré esta respuesta con uno de los muchos recuentos que podrían hacerse de estas presencias regionales.

No ha sido ininterrumpida la aportación de Chihuahua a los trabajos de la Academia Mexicana, pero en algunos momentos podríamos sugerir que ha sido dramática o incluso novelable. La sesión inaugural de nuestra Academia ocurrió el 11 de septiembre de 1875, ciertamente. Pero cinco años antes, el 24 de noviembre de 1870, en Madrid, la Real Academia de la Lengua Española había determinado crear Academias Correspondientes en nuestro continente para que se ocuparan de cuidar la pureza de la lengua castellana en nuestras tierras. Con ese motivo, y para el caso de nuestro país, fueron designados miembros correspondientes de la Academia Española 10 ilustres mexicanos. Entre ellos una figura sobresaliente de Chihuahua, el historiador, jurista y diplomático parralense (para algunos resultará lógico que la primera aportación chihuahuense proviniera de Parral) don José Fernando Ramírez. Por los años de su formación y de su fecunda labor en Durango, nuestros vecinos lo han considerado como hijo de ese estado, lo que refuerza los lazos fraternos e históricos entre las regiones que en el extremo septentrional formaron la provincia de la Nueva Vizcaya: Durango y Chihuahua. Esta simbiosis se evidencia en otro caso relevante, no de las letras, sino de las armas: todos saben que Doroteo Arango nació en San Juan del Río, Durango; también, paralelamente, se sabe que la figura histórica Pancho Villa nació en Parral, Chihuahua.

Hombre notable, de gran inteligencia y probidad, José Fernando Ramírez es una figura que padeció un aislamiento históricamente explicable; empiezan a revalorarse sus aportaciones y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha publicado, en 2001, en cinco volúmenes coordinados por el relevante académico Ernesto de la Torre Villar, sus obras históricas en la colección Nueva Biblioteca Mexicana, que dirige nuestro también emeritísimo colega Miguel León-Portilla. Su grandeza se oscureció por lo que liberales de la última parte del siglo XIX consideraron un error político: aceptó la invitación de Maximiliano para convertirse en el canciller del Imperio mexicano. Una vez restaurada la República, se trasladó a Alemania; ahí, en Bonn, falleció el 4 de marzo de 1871, cuatro años antes de que esta Academia iniciara sus labores. Por tal razón, aparece en nuestro Anuario en la relación de mexicanos que pertenecieron a la Real Academia Española sin jamás haber sido miembros de la Academia Mexicana.

Once años después de iniciadas las labores de la Academia, todavía en el siglo XIX, el 16 de marzo de 1896, el chihuahuense Porfirio Parra ocupó la silla III, que encabezó por vez primera don Joaquín García Icazbalceta, amigo cercanísimo de Ramírez. A la muerte de Parra, el sitial fue ocupado por colegas tan insignes como Antonio Caso, Antonio Médiz Bolio y José Luis Martínez.

Fue hasta 1954 cuando ingresó en la Academia, para una fecunda estancia de más de 20 años, el tercer bárbaro chihuahuense, don Martín Luis Guzmán, una de las cumbres cimeras que nuestro continente ha aportado a la lengua española. En un momento de tensas relaciones con la Academia Española, consecuencia de la ruptura de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de México y de España, Guzmán fue un factor determinante en el surgimiento y conformación de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que imprimió un giro de 180 grados en la coordinación de las tareas comunes de las Academias de España e Hispanoamérica.

Al año siguiente del ingreso de Martín Luis Guzmán, el 11 de noviembre de 1955, recibieron el nombramiento de miembros de esta Academia dos historiadores chihuahuenses: Francisco Almada, de Chínipas, y el también novelista y dramaturgo José Fuentes Mares, quien nació en la ciudad de Chihuahua y, al igual que Guzmán, en la calle Libertad, porque, como decían las viejas familias todavía en la época de mi niñez, todos nacieron a finales del siglo XIX en esa calle porque era la única con que contaba la ciudad.

El 9 de octubre de 1970, la Academia eligió como académico de número a otro ilustre chihuahuense, Rafael F. Muñoz. Infortunadamente, como en el caso de Ramírez, el autor de ¡Vámonos con Pancho Villa! falleció antes de tomar posesión, en julio de 1972. Y si bien Guzmán falleció en diciembre de 1976, la Academia no quedó del todo abandonada por los chihuahuenses, si consideramos que Almada y Fuentes Mares vivieron hasta muy avanzada la década de los 80.

A los nueve años de la desaparición de Guzmán, ingresó en esta Academia como miembro de número el parralense que les habla. Por tanto, como se ve, nunca han estado en la mesa de trabajo de esta venerable institución más de un chihuahuense a la vez, privilegio que sí han tenido académicos de Jalisco, Michoacán, Sinaloa, estado de México o el DF. Debieron transcurrir más de 20 años desde mi ingreso, y más de 130 años desde el nacimiento de esta Academia, para que yo tuviera el honor de recibir a otro bárbaro chihuahuense y compartir en sillas contiguas los trabajos de nuestra Academia. Hemos escuchado el mensaje de Rascón Banda, comprendido su evolución como ser humano y artista. Permítanme insistir en algunos rasgos de la excelencia de su trayectoria como dramaturgo y mexicano sobresaliente.

Me remontaré a poco menos de 30 años, a 1979, cuando su obra Voces en el umbral recibió diploma de honor en el Concurso de Teatro organizado por la Sociedad General de Escritores de México, Sogem (que ahora él preside) y fue finalista en el Premio Tirso de Molina de España con el título Valquiria tarahumara. En ese año se estrenó su obra Los ilegales, dirigida por Martha Luna y producida por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), que estuvo en la terna de la mejor obra de autor nacional, y su obra La maestra Teresa obtuvo el premio Ramón López Velarde otorgado por el Fondo Nacional de Actividades Sociales (Fonapas) y el gobierno de Zacatecas.

Dos años después, en mayo de 1981, las universidades de Sinaloa y Puebla le concedieron el Premio Internacional de Teatro Nuestra América por su obra Tina Modotti, dirigida por Ignacio Retes y estrenada en 1982 en la UNAM. El mismo año se estrenó Armas blancas, dirigida por Julio Castillo en la UNAM, obra que representó a México en el Festival Internacional de Caracas y obtuvo un heraldo y dos premios de la crítica. Ese año El baile de los montañeses obtuvo el primer Premio Ramón López Velarde de Fonapas y el gobierno de Zacatecas y el primer Premio del X Festival Internacional Cervantino. La obra fue dirigida por Luna, con la compañía de teatro de la Universidad Veracruzana (UV).

Máscara vs cabellera, dirigida por Enrique Pineda, se estrenó en 1985 con la Compañía de Teatro de la UV y representó a México en el Festival Internacional de Manizales, Colombia; La fiera del Ajusco, dirigida por Luna y Manos arriba, dirigida por Rafael López Miarnau, estrenadas en 1985 y 1986, recibieron varios premios de la crítica. Manos arriba se estrenó también ese último año en Puerto Rico.

¡Cierren las puertas...! se estrenó en agosto de 1988 en Jalapa y se representó en Colombia, Costa Rica, Guanajuato, ciudad de México, Miami y Chicago; recibió dos premios.

En 1991, Voces en el umbral fue estrenada en San José de Costa Rica, dirigida por Ramberto Chávez, y obtuvo seis de los premios nacionales que otorga el gobierno de ese país, entre ellos el de la mejor obra del año.  También se representó en Montevideo, con El Galpón, y en San Diego, California, en inglés, con The Globe Company. El mismo 1991, en el contexto del tercer Gran Festival de la Ciudad de México, se estrenó Contrabando, dirigida por Pineda, que representó a México en los festivales internacionales de Cádiz, España, Costa Rica y Colombia. Esta obra obtuvo 12 nominaciones y siete premios. En octubre de 1992 se presentó una lectura dramatizada de esta obra con actores alemanes en la Feria del Libro de Frankfurt y después en Stuttgart.

En 1992 se estrenó La casa del español, dirigida por Pineda, en el cuarto Festival de la Ciudad de México; al año siguiente, todavía en cartelera en el Teatro Reforma, las Asociaciones de Críticos de Teatro le otorgaron en 1993 cuatro reconocimientos, entre ellos los premios Juan Ruiz de Alarcón y Rodolfo Usigli por la mejor obra de autor nacional. Se realizó una gira por España y se presentó en Madrid y en dos festivales internacionales.

En abril de 1993 se estrenaron en Los Ángeles, en inglés y en español, Contrabando, dirigida por Margarita Galván, y La fiera del Ajusco, por Rubén Amavizca en Los Angeles Center Theater y en el Teatro Nosotros, respectivamente. El 19 de junio de ese año se estrenó en inglés y en español, en Dallas, El caso Santos, dirigida por Cora Cardona, obra escrita por encargo del Teatro Dallas, sobre el asesinato de un niño chicano por la policía de esa ciudad. Una semana más tarde, el 24 de junio, se presentó en la Universidad de Riverside de California, en inglés, Voces en el umbral (primera versión de La casa del español), dirigida y traducida por el dramaturgo chicano Carlos Morton.

En la ciudad de México, la directora Jenny Ostrosky realizó el montaje de Sabor de engaño, obra premiada y editada por la Sogem, que se presentó en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz y en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM en 1993 y 1994. En marzo de 1995 el grupo Sinergia estrenó en inglés y en español, en Los Ángeles, El caso Santos, dirigida por Amavizca.

En 1996 se estrenó en la Casa del Teatro Los ejecutivos, obra dirigida por Luis de Tavira, sobre la crisis económica de México, que pasó posteriormente al Teatro El Granero y luego fue presentada en los festivales internacionales de Caracas y Cádiz, y después de su gira por varias ciudades de España tuvo corta temporada en Madrid.

En junio de 1999 se estrenó su obra La mujer que cayó del cielo en dos versiones, simultáneamente en México y Costa Rica. La versión mexicana la dirigió Bruno Bert, producida por la UNAM-UAM y estrenada en el Teatro del Museo del Carmen y posteriormente restrenada en la Casa de la Paz. La versión de Costa Rica fue dirigida por María Bonilla, producida por el Grupo UBU, de la Universidad de Costa Rica, y la Compañía Nacional de Teatro de ese país. Este montaje se presentó seis meses en Costa Rica y representó a ese país en el Festival Internacional de Puebla, presentándose también en las ciudades de México, Chihuahua y Ciudad Juárez. Asimismo, esta compañía realizó una gira con esta obra por Wisconsin y Kansas, y por Tijuana y Mexicali, en septiembre y octubre de 2001. En marzo de 2002 este montaje representó a Costa Rica en el Festival Internacional de Teatro Universitario de Bruselas, en Lieja. Esta obra fue estrenada también por el director Barckley Goldsmith en Tucson, Arizona, en junio de 2000.

El 8 de septiembre de 2003, los tres poderes de Chihuahua le otorgaron un reconocimiento a su trayectoria como escritor. Ese mismo año recibió el Premio Juan Ruiz de Alarcón, otorgado por el INBA y el gobierno de Guerrero, por su trayectoria. También ese año la comunidad teatral le rindió un homenaje con motivo de sus 25 años como dramaturgo, montando cuatro obras: De sazón, La mujer que cayó del cielo, Ahora y en la hora y El ausente. En mayo de 2004 el gobierno de Nuevo León, la Universidad de Nuevo León y el CNCA crearon el Premio Nacional de Dramaturgia Víctor Hugo Rascón Banda, que se otorga anualmente, y en agosto del mismo año, el gobierno de Quintana Roo creó dos galardones que llevan su nombre: premios nacionales de Monólogos y de Teatro Unipersonal.

En 2005, la comunidad teatral de México le otorgó en San Luis Potosí el premio Xavier Villaurrutia en la Muestra Nacional de Teatro y el 1º de diciembre de 2006 el gobierno de Chihuahua inauguró en Ciudad Juárez un monumental teatro de mil 700 localidades que lleva su nombre.

Al año siguiente el Instituto Internacional de Teatro de la UNESCO le encomendó la escritura y lectura del mensaje que con motivo del Día Mundial del Teatro se leyó en París y en los países afiliados al organismo. En años anteriores, desde 1962, cuando la UNESCO estableció la efeméride, ese mensaje se ha pedido a autores y actores notables, como Jean Cocteau, Arthur Miller, Peter Brook, Luchino Visconti, Richard Burton, Eugene Ionesco, Edward Albee o Vaclav Havel. El 27 de marzo del 2006, Rascón Banda comenzó su mensaje así: “Todos los días deben ser días mundiales del teatro, porque en estos 20 siglos siempre ha estado encendida la llama del teatro en algún rincón de la Tierra”.

Custodio de esa llama encendida del teatro en varios países de nuestra lengua, ha iluminado con esa llama varias zonas del alma humana y de la geografía de sus montañas. Como la sierra de Chihuahua, que tiene acantilados, cataratas, ríos subterráneos, valles, minas, corrientes caudalosas o tranquilas que transportan como semillas el oro que los gambusinos recogen y criban; que contiene cultivos de flores refulgentes, pero clandestinas; contrabando de mercancías y seres que recrudece el dolor y la agitación de cada día; que esconde cuevas, orillas del mundo y hondonadas donde se ocultan y marginan pueblos e idiomas milenarios: así, su teatro ha iluminado los ríos subterráneos de los seres humanos, la distancia de recuerdos, edades, cuerpos, idiomas, culturas y esperanza; la pasión reconcentrada en los cuerpos femeninos solitarios o en cuerpos combatientes; el teatro vivo en los giros mortales del profundo teatro de la lucha y la muerte; ha llevado luz a la memoria inadvertida de individuos y pueblos, de niños, jóvenes, ancianos, montañeses que a veces por el polvo que levanta la danza de la vida y la muerte logran distinguir la frontera primigenia de la realidad y del deseo, de la lucha y el remordimiento, de la frescura, la resignación o la confesión; en sus obras el asombro y la conciencia llega y cubre los sitios recónditos de las montañas y valles del alma humana.

Desde esa luz con que ha iluminado las montañas natales y nuestra vida, ha defendido igualmente en México, y se ha empeñado en señalarlo y modificarlo, que la dramaturgia no es sólo, como estipula el Fonca, un episodio de las artes escénicas, sino de las letras. En efecto, el área de Literatura el Fonca no registra el teatro. ¿Por qué ese descuido fundacional? Imposible pensar en la literatura griega sin Esquilo o Sófocles, o en la inglesa sin Shakespeare o Marlowe, o en la española sin Fernando de Rojas, Lope de Vega o Calderón de la Barca.

Admirado y entrañable amigo Víctor Hugo Rascón Banda: por tu literatura, por tu dramaturgia en cuanto gran literatura, por tu sabia, apasionada e inteligente contribución artística a la dignidad del teatro en México, que te ha formado y que has engrandecido, llegas a esta Academia que ahora, por el arte, ocupa este escenario; llegas para iluminarla con la luz de la llama del teatro que se ha mantenido encendida en los pasados 20 siglos. Deseo que tu denuedo y fortaleza de voluntad te permitan mantener esa luz, entre nosotros, en esta tu nueva casa, por muchos años. ¡Bienvenido!

Respuesta del escritor a Víctor Hugo Rascón Banda en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua

 
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