Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de junio de 2008 Num: 695

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos miradas hispanomexicanas
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR entrevista con CARLOS BLANCO AGUINAGA y FEDERICO PATÁN

Trece poetas grupo hispanomexicano

Criptografía cuántica: a prueba de espías
NORMA LETICIA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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DONDE YACEN LOS HUESOS DE LA MEMORIA

URSULA FUENTESBERAIN

 


Jardín de la memoria,
Luis Alberto de Cuenca,
Universidad de las Américas,
México, 2007.


Foto: José del Río Mons / cortesía de www.abretelibro.com

Si los poetas contemporáneos fueran alumnos de primaria y la poesía el patio de la escuela durante el recreo, probablemente Luis Alberto de Cuenca jugaría solo. Este filólogo se confiesa mal lector de poesía reciente, es un apasionado de los clásicos –ha traducido a Homero, Eurípides, Calímaco, Charles Nodier y Gérard de Nerval– y un entusiasta creyente de que su poesía gustará a todo aquel que no lea poesía.

Jardín de la memoria, antología más reciente del autor , sobresale por su lírica auténtica e inteligente, donde lo transitorio confluye con lo trascendental, donde la métrica tradicional y la métrica libre son grandes amigas, donde al levantarle la falda a las letras se sorprende al poeta, al hombre, al funcionario público, al apasionado de los cómics. De Cuenca (Madrid, 1950) fue director de la Biblioteca Nacional , secretario de Cultura del gobierno español, Premio de la Crítica por La caja de plata y Premio Nacional de Traducción por el Cantar de Valtario, lo que no impide que sea admirador de tebeos o historietas como Tintín, Sonja la Roja o Spiderman. En el Jardín de este poeta hay espacio para todos, ya se trate de Gilgamés o de Joker, el golden retriever de alguna novia pasada, no hay discriminación que valga; cualquier tema es lícito con tal de hacer brotar la emoción poética, misma que nace de la unión de cuatro elementos esenciales para de Cuenca: sinceridad, técnica, claridad y sensibilidad. Unión que se comprueba en el haiku “Contigo”: “Viajar a Marte/ o al cuarto de la plancha./ Pero contigo.”

Casi siempre epigramática, su poesía fluctúa entre el amor, el desamor y el recuerdo. De Cuenca dice: “Apagaste las luces y encendiste la noche” y crea microcosmos habitados por héroes homéricos, mujeres de su pasado y él mismo. Recurre a la ficción a menudo, quizá por considerarla más creíble que la realidad, y narra historias de dragones que se casan con princesas, reclaman el trono y prometen reformas fiscales. Sonetos atómicos, haikus interestelares y versos libres son casi siempre teñidos de un humor mordaz donde, por ejemplo, los protagonistas de la Ilíada son reducidos a personajes de telenovela, siendo el más cómico el metrosexual Paris que cambia el campo de batalla por el salón de belleza.

Sin embargo, y recordando lo que sucede con el Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, la comicidad es sólo la primera capa de tierra de este Jardín. Debajo de ella se adivina el amorío de De Cuenca con las letras, sobre todo con las empolvadas por el pasado. A lo lejos una voz clama: “ Vbi sunt? (¿Qué fue de aquello?)” y parece abanderar la causa de todo aquel que se hizo esa misma pregunta alguna vez. Su erudición como filólogo logra que el Cnoso minoico cobre vida, sin embargo, es inútil al tratar de salvar a su madre de una segunda muerte y opta por esparcir sus cenizas en el azul del mar Egeo, azul como los frescos minoicos que anidan en su mente.

La melancolía como condición humana parece ser la tesis de este Jardín, tal vez por eso De Cuenca juega solo, quizá no quiere que nadie esté presente cuando desentierre los huesos de la memoria.


QUÉ ES SER ARGENTINO

ANDREA COBAS


República de viento. Un país sin memoria,
Rodolfo Alonso,
Leviatán,
Buenos Aires, Argentina, 2007.

A primera vista, sobre un fondo de azul intenso, se recorta la figura de una Argentina dibujada con palabras. Así se presenta ante sus potenciales lectores República de viento. Un país sin memoria de Rodolfo Alonso. Desde el diseño de su tapa, el sentido emerge sugiriendo un entramado de problemáticas que se abordará una y otra vez: lengua, patria, identidad, inmigración son algunos de los ejes que recorren los textos que componen el libro.

Alonso no es prescriptivo: no obliga a una lectura cuyos sentidos nos brinda digeridos. Los ensayos, las crónicas, los fragmentos literarios que componen el libro van más allá: asumen el desafío de invitar al lector a poner a prueba categorías tan centrales que adoptamos sin cuestionar. El interés por esos temas no es casual: hijo de inmigrantes gallegos, Alonso asume su doble origen, su bilingüismo, sus dos orillas. A un tiempo, su tradición son los versos gallegos de Rosalía de Castro y también lo son las Aguafuertes gallegas de Roberto Arlt. Pero Alonso no se queda allí, también hace suya la poesía de Atahualpa Yupanqui, recreador de esa otra herencia que Alonso busca recuperar incansablemente: la de aquellos aborígenes, primeros pobladores de estas tierras. Los complejos dibujos que nacen del encuentro entre las tres aristas de la nacionalidad argentina –pueblos originarios, inmigrantes, criollos– motivan reflexiones que establecen nexos ineludibles entre los textos de su libro: desde la colonización hasta nuestros días, Alonso disloca para explicarlos los procedimientos que contribuyeron a instaurar la república de viento que hoy llamamos “Argentina”.

Trazando una línea que va desde la conquista de América a la conquista encabezada por Julio Argentino Roca, Alonso aborda la primera de las tradiciones nacionales desarticulando frente al lector las operaciones discursivas implícitas en la histórica metáfora del desierto argentino: la lengua –al nombrar– no es inocente. Armazón de ejercicios de índole política, la mirada que –en el siglo XIX– organiza la construcción de la “patria argentina” surge de un proyecto cultural y nacional que encuentra en la homogeneización y en el borramiento la clave de su éxito. Instaurando la idea de un vacío que es imperioso poblar, se emprende la búsqueda de una “nación para el deserto argentino”. No extraña que ese vacío se llene, en primer término, con palabras. Por eso, Alonso recupera la veta más claramente política de la etapa fundacional de la literatura argentina, la porción del corpus que busca intervenir en la construcción de la nacionalidad: Echeverría, Alberdi, Sarmiento, Hernández, Mansilla: nombres propios que evocan textualidades en las que indio, patria, inmigrante, son palabras que representan ideas medulares. Aquel paradojal vacío que delinean los románticos –y que materializan con sangre algunos de los hombres de la generación del '80– cobrará espesor en el imaginario nacional en la figura del inmigrante, esa presencia que con el paso de los años se transfigura de promesa en peligro. Si para los románticos la figura del inmigrante condensa los sueños de construcción de una verdadera república, la generación del '80 pondrá en escena el rostro de una xenofobia intransigente que, bajo la máscara de la defensa de una pretendida identidad argentina, oculta el rostro de los que buscan preservar ciertas prerrogativas de clase amenazadas por el avance social, económico y cultural de los inmigrantes y de sus hijos. Alonso también nos presenta una cara más actual de este modo de entender lo argentino: la supervivencia del estereotipo que aflora en el chiste de gallegos; en la suspicaz mirada hacia el “ruso”; o en la xenofobia desplazada hoy hacia las figuras de bolivianos, peruanos o paraguayos.

La cuestión de fondo que vertebra República de viento tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre qué significa ser argentino. Alonso responde ese interrogante y lo hace rechazando la decimonónica idea monolítica de la argentinidad como un constructo homogéneo y sin fisuras: pensar las inflexiones de la identidad argentina es un ejercicio de apertura, es la elección de un camino que encuentra su razón de ser en la diversidad, en la pluralidad, en el cruzamiento. Alonso cita la frase de Rilke en la que afirma que la verdadera patria del hombre está en su infancia. Esta referencia ilumina República de viento: para Alonso su patria infantil tiene partes iguales de Galicia y de Argentina; de allí que para él, su bilingüismo sea pura riqueza, sea la llave de acceso a un universo en el cual, lejos de motivar el autoodio, la diferencia es pura positividad.

Rodolfo Alonso parece decirnos que es desde el presente que el argentino debe interrogar su modo de entender la argentinidad impresa en las marcas de una variedad étnica que todavía hoy pervive en rostros, lenguajes, edificios e instituciones colectivas: las hendiduras del presente argentino tienen mucho que ver con un pueblo que eligió olvidar sus orígenes, que suele estigmatizar lo que no comprende, que muchas veces elige la burla como un pobre ejercicio para conjurar el miedo.



Rondas de la niña mala,
Elena Poniatowska,
Era,
México, 2008.

Ilustrado por Leonora Carrington y Pablo Weisz Carrington, nuestra colaboradora y amiga Elena publica este libro “inclasificable”: canciones infantiles, rondas, ritmos afincados en el recuerdo, cercanos a, o emanados del mismo mundo de donde procede Lilus Kikus, “pero visto ahora desde la distancia de los años que han transcurrido”, esta es una de las muchas voces entrañables de la polifónica Poniatowska.



Hotel limbo,
Mónica Lavín,
Alfaguara,
México, 2007.

Narradora por los cuatro costados –sin que ello obste para que sea también una estupenda profesora, antologadora e investigadora–, a Lavín se le deben las novelas La más faulera y Café cortado, entre otros libros insoslayables de la narrativa mexicana actual. En esta nueva novela, Mónica explora los universos del deseo y sus infinitas ramificaciones.



Río,
Carmen Leñero,
Era/Conaculta,
México, 2008.

De arriesgado y propositivo se ha calificado a este nuevo poemario de Carmen Leñero, “a la vez un libro de muchos poemas de tres versos apenas, y un solo poema largo compuesto de estrofas breves”. Nacida en Ciudad de México en 1951, además de poeta, Leñero es ensayista, narradora y cantante.


Antología. Premio de Poesía Aguascalientes, 1968-2007, 40 años,
Juan Domingo Argüelles (selección, prólogo y apéndices),
Instituto Cultural de Aguascalientes,
México, 2007.


Aunque no lleve más el adjetivo “nacional” y a pesar de los contratiempos hace poco sucedidos, el Premio de Poesía Aguascalientes sigue siendo el más importante en cuanto a poesía mexicana se refiere. Nacido hace cuatro décadas del vientre de los juegos florales hidrocálidos, a iniciativa del poeta Víctor Sandoval, el Aguascalientes refleja en esta antología dos vigencias: la suya propia y la de quienes lo han obtenido.


  


Luvina , revista literaria,
núms. 50 y 51,
Universidad de Guadalajara,
primavera y verano México, 2008.

“El pulso de la ira” es el título del número con el que esta publicación cumple medio centenar de entregas en doce años ininterrumpidos, celebración a la que, como autores, se suman entre otros Salah Al Hamdani, Alonso Cueto, Elmer Mendoza, Ida Vitale, Guadalupe Nettel y Vicente Rojo. El siguiente número, 51, se titula “El cuerpo en juego” e incluye textos de Elfriede Jelinek, Fabio Morábito, Ana García Bergua, Esther Seligson, Poli Délano y varios más.