Usted está aquí: miércoles 2 de julio de 2008 Opinión Estanflación: regresa el fantasma

Alejandro Nadal

Estanflación: regresa el fantasma

Hace 30 años la economía estadunidense experimentó simultáneamente un proceso de estancamiento y de inflación. Por eso surgió el término estanflación, neologismo que permitía designar la coexistencia de los dos fenómenos.

La estanflación de los años 70 en Estados Unidos estuvo asociada con desequilibrios en las finanzas públicas (debido al costo de la guerra de Vietnam) y en las cuentas externas. La debacle del dólar como la piedra de toque del sistema de Bretton Woods y las alzas en el precio del petróleo después de la guerra del Yom Kippur (1973) agravaron las cosas.

Para todos los agentes económicos, la combinación es funesta: implica un aumento en costos (incluyendo el costo del dinero) y, al mismo tiempo, una caída en el ingreso (o en las ventas, si se trata de una empresa). Por esa razón la estanflación es difícil de revertir: marcó la década de los 70 y la acción de los bancos centrales en todo el mundo. Hasta la teoría económica sufrió un fuerte impacto, con la debacle de la criatura en que se había convertido la obra de Keynes y el surgimiento de la ortodoxia neoliberal.

Hoy regresa el fantasma de la estanflación. Estados Unidos se encamina a una fuerte recesión: el crecimiento del último año deja mucho que desear y la caída en el empleo alcanza niveles alarmantes. Coincidentemente, el índice de precios experimenta aumentos inquietantes. Para mayo la tasa anualizada en el índice de precios al consumidor había alcanzado 6.8 por ciento.

La eurozona también se aproxima a un escenario de estanflación, con una contracción fuerte y tasas de inflación a su nivel más alto en 16 años. El Banco Central Europeo incrementó la tasa de interés a 4.25 por ciento, lo que podría difundir el fenómeno a escala mundial.

Pero aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Después de 20 años de un régimen de política monetaria en el que la estabilidad del nivel general de precios debía ser, si no la única, por lo menos la principal prioridad del banco central, se redescubre la presión inflacionaria por costos, básicamente por las alzas en los precios de petróleo y alimentos. ¿Dónde quedó la inflación como fenómeno exclusivamente monetario?

Es cierto que en Estados Unidos las presiones inflacionarias podrían agravarse por una política monetaria relajada, motivada por el miedo del banco central a la recesión y por la necesidad de entrar al rescate del sistema financiero después de la debacle del mercado hipotecario. Por el momento, la Reserva Federal se inclina por mantener tasas de interés bajas para evitar caer en una recesión más profunda. Habrá que ver si eso permite esquivar el monstruo de la recesión y alcanzar la estabilidad en los próximos meses.

Pero hay dos cosas que molestan en este escenario. Primero, la depreciación del dólar. Con ella se busca atenuar el desequilibrio externo, pero esa devaluación conlleva un efecto inflacionario adicional al encarecer las importaciones (su precio aumentó 17 por ciento en el año que concluyó en mayo). Segundo, las estructuras de mercado altamente concentradas que permiten manipular precios. Esto genera no sólo distorsiones en el sistema de precios relativos, sino que su proyección a nivel macroeconómico presiona el rango general de precios. Hoy, la concentración y poder de mercado en el mundo del petróleo y la industria agroalimentaria permiten a algunos agentes manipular y trasladar incrementos de precios a toda la economía.

Esto nos lleva al tema de la economía política de la estanflación. Es verdad que la inflación se relaciona con las expectativas inflacionarias frente a un cambio de régimen monetario, pero también con la fuerza económica y política de diferentes grupos y agentes económicos. Cuando el régimen monetario genera expectativas inflacionarias, algunos agentes pueden aumentar su participación en el ingreso nacional manipulando precios y trasladando los aumentos a los consumidores.

Desde este ángulo, las consecuencias de la estanflación sobre la distribución del ingreso también dependerán de la capacidad de lucha de obreros y campesinos en el mundo. Su movimiento ha sido golpeado por la ofensiva neoliberal de las últimas décadas y una recesión podría debilitarlo todavía más. Pero la estanflación a principios del siglo XXI puede marcar el hartazgo con las políticas neoliberales y constituir un incentivo para encontrar nuevas formas de organización y de movilización.

 
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