Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de julio de 2008 Num: 696

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UN MAL EXTRAÑO Y CONTAGIOSO

JORGE BUSTAMANTE GARCÍA


El mal del ímpetu,
Iván Goncharov,
traducción de Selma Ancira,
Ediciones Fósforo/Ediciones sin Nombre,
México, 2007.

Iván Goncharov (1812-1891) es el menos conocido, pero no el menos interesante, de los grandes escritores rusos del siglo XIX. Tuvo la “mala suerte” de escribir una novela como Oblómov, que con el tiempo se convirtió en Rusia en una idea que denotaba toda una actitud ante la vida, una visión del mundo. Así como decimos “kafkiano” para referirnos a una situación absurda, “oblómovshchina” se refiere a la pereza, a la holgazanería radical y sin límites. Y digo que el escritor tuvo la “mala suerte” de escribir una novela así, porque desde que la publicó en 1859 ese árbol frondoso hizo invisibles tanto sus obras anteriores como las que publicó después. Si uno le pregunta a un ruso medio, incluso a alguien bastante educado, qué sabe de Goncharov, sin titubeos responderá que es el autor de Oblómov, pero con dificultades nombrará alguna otra obra de este autor, fenómeno que no sucede con otros escritores como Tolstoi, Dostoievsky, Turguéniev, Gógol, Pushkin, Saltikov-Shchedrin o Chéjov, para nombrar los más conocidos. A mi me pasó exactamente eso, hasta que hace apenas unas semanas descubrí en una librería de Ciudad de México una magnífica novela corta de Goncharov titulada El mal del ímpetu.

Goncharov publicó tres novelas, una gran cantidad de ensayos, un libro de viajes alrededor del mundo y varios relatos (sus obras completas abarcan trece volúmenes). Su obra jugó un papel importante en la historia de la literatura rusa del XIX, en el desarrollo del realismo crítico y en la consolidación de la novela realista de aquellos años. Su novela emblemática sobre el holgazán impúdico y superfluo Oblómov, que padece de una pereza ontológica y una abulia sin límites, fue publicada en 1859 con gran éxito y se convirtió en todo un acontecimiento entre el público lector. Sin embargo, los rasgos de este personaje ya aparecían, aunque de una manera más sucinta y menos radical, en su primer relato El mal del ímpetu, aparecido veintiún años antes, en 1838. En este relato, el perezoso y comelón empedernido Tiazhelenko, el haragán que a fuerza de pasar “la mayor parte de su vida tendido en la cama” y que por llevar tanto tiempo en posición horizontal adquirió un cuerpo que “se derramaba en dobleces, como el de un rinoceronte”, es el contrapunto y la antítesis de la familia de los Zúrov, sus amigos, a quienes acusaba de padecer de “un mal crónico… un mal extraño, muy extraño y contagioso”: la enfermedad de la celeridad y el dinamismo, de la adicción a la actividad a toda costa, el mal del ímpetu. Pero esto sólo a los ojos del ocioso Tiazhelenko podría ser un mal. El propio narrador en algún momento le recrimina: “Tú padeces un mal mucho más peligroso: te pasas la vida acostado en un mismo lugar. Eso sí que puede llevarte a la muerte. Debes estar bromeando.”

Los Zúrov son incapaces de quedarse tranquilamente en casa. Les gusta respirar aire limpio, descubrir nuevos paisajes. Les urge salir a caminar, a pasear, caminan de un lado a otro por las calles de Petersburgo, visitan las islas cercanas y cuando la ciudad se les acaba se alejan varios kilómetros a la redonda, organizan paseos por los bosques cercanos, suben pendientes y bajan barrancos, “se lanzan a vadear los ríos, se sumergen en los pantanos, se abren paso por entre tupidos matorrales cubiertos de espinas, trepan a los árboles más altos” y luego regresan a casa ateridos, hambrientos y exhaustos, sólo para después de algunos días volver a aventurarse en una nueva incursión. Este relato de Goncharov está atravesado por una sutil ironía y un intenso humor discreto, sobre todo en los momentos en que el narrador contrapone con cierta burla las actitudes y las metas tanto del perezoso, como de los hiperactivos Zúrov.

Para la época en que se publicó esta historia había una fuerte discusión en Rusia, entre críticos y escritores, sobre la inconveniencia de un cierto pseudorromanticismo que padecían muchos autores y la necesidad de alcanzar un realismo crítico que condujera a un diagnóstico más justo de la sociedad de su tiempo. El influyente crítico Vissarion Belinski, valuador auténtico de la obra de Pushkin y Gógol, pregonaba a todos los vientos la necesidad de las narraciones, los relatos y las novelas cortas, porque consideraba que en ellas y en ellos podía caber todo: el esbozo liviano del carácter, la punzante mofa sarcástica sobre el hombre y la sociedad, el profundo misterio del alma y el juego cruel de las pasiones. Y exigía que el relato fuera “corto y rápido, liviano y profundo al mismo tiempo”, porque así vuela de un objeto a otro, desmenuza la vida en sus detalles y extrae las hojas del gran libro de esa vida. Cuando Goncharov publicó El mal del ímpetu, llenó todas estas expectativas. Un joven escritor ingresaba con su primera obra y anexaba con voz propia inéditos contornos todavía no descritos, ni descubiertos, de la idiosincrasia de un pueblo, extendiendo los hallazgos de un Pushkin, que ya para entonces había escrito toda su obra, y de un Gógol en plena actividad. Y lo lograba con una dosis singular de ironía y humor, como rara vez se había visto en una literatura que apenas salía de los rígidos moldes del neoclasicismo.

Su relato corto y rápido, liviano y profundo al mismo tiempo, leído ahora en castellano y a la distancia, es un relato divertido y delicioso que denota la mano de un gran escritor trasladado con magia y rigor por una traductora experta, que ya ha explorado como los Zúrov por su tierra, vastas porciones de la extensa y telúrica literatura rusa. Selma Ancira ha realizado una obra de traducción realmente titánica y admirable: cuatro tomos de los diarios y las cartas de León Tolstoi, la obra en prosa de Marina Tsvetáieva, obras de Pushkin, Gógol, Bulgákov, Pasternak y muchos otros escritores, y ahora esta joya de su Goncharov, como ella misma lo llama, una verdadera recreación de una escritura que contribuyó a descifrar el alma de un pueblo y a consolidar la fuerza de espíritu de una gran literatura.



El amor intangible,
René Avilés Fabila,
Axial,
México, 2008.

Periodista cultural y profesor de tiempo completo en la UAM , Avilés Fabila es sobre todo un narrador de pluma incansable, autor de una extensa bibliografía y merecedor de muchos reconocimientos. En ésta, su más reciente novela, explora los alcances amorosos de ese universo etéreo, hiperpoblado y difícil de asir que es el ciberespacio