Usted está aquí: lunes 7 de julio de 2008 Deportes Lejarza indultó y se despidió en la México

TOROS

Lejarza indultó y se despidió en la México

Lumbrera Chico

Sergio Lejarza nunca olvidará la tarde que vivió ayer en el ruedo de la Plaza México. Por la puerta de toriles le salieron, para que se recreara, los dos mejores novillos que han saltado al coso de Mixcoac en lo que va de la temporada chiquita. Con el primero, como lo detalla la crónica de Leonardo Páez, no supo qué hacer. Con el segundo, que recibió el merecido premio del indulto, el aprendiz que no aprende sintió ganas de no haber nacido, o por lo menos de no haberse vestido de luces.

Paradojas de la gloria: Gordo, novillo cuyo nombre era un homenaje al apodo de uno de sus criadores, lo puso en vergüenza a las primeras de cambio. Iba y venía metiendo la cabeza en los vuelos de la muleta, así como había revoloteado con los mechones del rabo en la suerte de vara, señal inequívoca de su bravura, pero en ningún momento de una lidia que pudo haberlo catapultado a las cumbres de la gloria, supo embarcarlo, templarlo, mandarlo ni despedirlo al final de cada serie como los poetas rematan sus versos, es decir, haciendo música.

“Qué bonita bravura”, exclamó el matador Rafael Gil Rafaelillo, emocionado y contrariado a la vez porque no le hubiese tocado ese dije a su amigo, el también novillero Salvador López, un muchachito que se conformó pronto con la oreja que le cortó a su primer enemigo y que, amparado en ese nimio triunfo, salió echando la pata atrás en cada capotazo ante su segundo, cuya muerte brindó al gran matador José Mauricio.

En una tarde en que el oscuro y frío verano se hizo a un lado para darle la bienvenida al sol, el público, escaso pero emotivo, presenció el desfile de un bravo sexteto de cornúpetas que merecían mejor tratamiento. Sin embargo, cuando Lejarza sucumbió ante las bondades de Gordo, los olés en favor del peludo y las rechiflas en contra del torero marcaron la diferencia.

Parecía, por momentos, la venganza de los animalistas, que pedían el indulto del cuadrúpedo y la hoguera para el del traje de luces. La prudencia del juez, que aquilató las cualidades del bovino, vibró finalmente en los metales de los clarines que ordenaron perdonarle la vida a la res, para que vuelva a los potreros y mezcle su sangre con las vacas de vientre para reproducir su encastada naturaleza.

Sin embargo, habiendo llegado así al momento que anhelan todos los que se ponen la montera, Lejarza recibió una escandalosa rechifla en repudio a su limitado desempeño y, para que el abucheo perdiera intensidad, fue a refugiarse al palco de los ganaderos, a quienes invitó a dar la vuelta al ruedo mientras la gente lo olvidaba para siempre.

 
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