Usted está aquí: martes 8 de julio de 2008 Espectáculos El ballet exige actividad cerebral llevada al extremo: María Corsi

■ La catedrática de la Universidad Nacional estudia ese arte a partir de la neurosicología

El ballet exige actividad cerebral llevada al extremo: María Corsi

■ Planear secuencias de movimientos, integrar la música y expresar sentimiento, son algunas de las funciones

■ Además, causa placer a quien lo mira, pues activa las neuronas espejo

Rosario Jáuregui Nieto

Ampliar la imagen Realizar un grand jetté  implica conocer la distancia del recorrido, el tiempo, la fuerza, la aceleración y la altura requeridos, así como la correcta posición de cabeza, brazos y piernas. La orden para realizarlo sale de la región premotora. En la imagen, una bailarina del Ballet de Kiev, durante su actuación en el Teatro de la Ciudad, en el Distrito Federal, en mayo de 2003  José Antonio López Realizar un grand jetté implica conocer la distancia del recorrido, el tiempo, la fuerza, la aceleración y la altura requeridos, así como la correcta posición de cabeza, brazos y piernas. La orden para realizarlo sale de la región premotora. En la imagen, una bailarina del Ballet de Kiev, durante su actuación en el Teatro de la Ciudad, en el Distrito Federal, en mayo de 2003 Foto: José Antonio López

Una de las mayores cualidades de los grandes intérpretes mundiales del ballet es que al bailar parecen flotar sobre la música, en una fusión perfecta que depende del trabajo cerebral llevado al extremo, pues exige planear una secuencia de movimientos, integrar la información auditiva, activar la memoria de largo y corto plazos, pero también expresar sentimiento, es decir, traducir el movimiento en arte. Además de tener un cuerpo delgado, fuerte y flexible, el buen bailarín debe ser una persona inteligente, con un desarrollo neurosicológico superior.

La doctora María Corsi Cabrera, catedrática de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien además de practicar danza clásica estudia ese arte a partir de la neurosicología, afirma: “Me atrevería a decir que no hay una actividad que estimule el cerebro de manera más completa que el ballet. Un pianista, por ejemplo, utiliza sólo las manos para ejecutar su instrumento, mientras que el bailarín requiere de todo el cuerpo, ése es su instrumento, el cual tiene que aprender a mover con conocimiento de causa para proyectar en los espectadores la sensación que desea transmitir”, afirmó.

Acto desarrollado

–¿Por qué se dice que el ballet es un acto desarrollado?

–Porque es aprendido. Moverse, bailar, es una capacidad innata, pero también una forma de expresión de las culturas. Por eso el ballet requiere de entrenamiento, para refinar los movimientos mediante una técnica y así provocar emoción estética.

“Asimismo, se puede decir que es un acto desarrollado, porque bailar involucra muchas funciones del sistema nervioso, cuyo trabajo es decisivo en el control de los variados y complejos movimientos corporales que requiere la danza. El ballet es un arte que involucra la atención, la memoria, la voluntad, la sensibilidad, la emoción, y muchas modalidades sensoriales además del movimiento.”

Explica que la corteza cerebral es la capa de tejido nervioso que cubre los hemisferios. Allí se encuentran los lóbulos frontal, que contiene las neuronas, las cuales controlan los músculos, reproducen el habla, elaboran el pensamiento y modulan la emoción; parietal, el cual recibe información sensorial e influye en la ubicación espacial; temporal, que tiene que ver con los sonidos y la memoria, y occipital, que es el que interpreta las imágenes. Además está el cerebelo, que tiene relación con el control del cuerpo y el equilibrio, fundamental en la danza.

El cerebro realiza su compleja labor apoyado en la representación mental del cuerpo, en un mapa perfecto de la posición y ubicación de cada una de sus partes, para producir el movimiento mediante los músculos. En el caso específico de la danza, el lóbulo parietal interviene también en el desplazamiento sobre el escenario para lograr la integración entre el bailarín y el espacio –el cual es estático–, pero además debe calcular la relación espacial entre él y sus compañeros, quienes también están en movimiento. Todo esto requiere de un alto grado de concentración.

Ese mapa se encuentra en la corteza somatosensorial, localizada en el lóbulo parietal. Antes de iniciar un movimiento, lo primero que hace nuestro cerebro es planear la secuencia de movimientos con base en la información representada en ese mapa sobre el ángulo o grado de contracción y estiramiento para alcanzar el fin deseado.

Por ejemplo, y ya específicamente en el terreno de la danza, planear un grand jetté implica conocer la distancia del recorrido, el tiempo, la fuerza, la aceleración y la altura requeridos, así como la correcta posición de cabeza, brazos y piernas. Además, en la corteza motora frontal ya está representado otro mapa, por medio del cual el cerebro sabe qué músculo tiene que entrar en acción. La orden para realizar esto sale de una región anterior: la premotora; además, el lóbulo frontal tiene la tarea de monitorear y verificar que dicha orden se haya cumplido correctamente. Como puede verse, el trabajo cerebral es intenso y constante.

A esa planeación de secuencias que acaban siendo armónicas, el neurólogo ruso Alexander Luria, autor del imprescindible libro El cerebro en acción, llamó melodías cinéticas, “las cuales en la danza –agregó la doctora María Corsi– son llevadas al extremo, porque no son bruscas, como en una marcha, sino suaves y melodiosas”.

Una vez que el cuerpo se mueve al bailar, es necesario aprender esos desplazamientos, para lo cual entra en acción la memoria de largo plazo, donde quedarán grabados los pasos de ballet, para hacer un concierto con el cuerpo. Este aprendizaje es apoyado por la llamada memoria de trabajo, que es la capacidad del cerebro para guardar la información por periodos breves.

“Llegamos así –añadió Corsi– a la musicalización del movimiento. En esta etapa interviene el lóbulo temporal y la corteza auditiva, esta última permitirá integrar la información de los sonidos al resto de los sentidos.”

Equilibrio y temporalidad son elementos fundamentales, y éstos dependen del cerebelo que, junto con los ganglios basales, actúa de manera automática, es decir, independientemente de la voluntad, para ajustar y corregir los movimientos.

“La culminación de este complejo trabajo cerebral es lo que otorga la cualidad del sentimiento, que se expresa mediante el cuerpo. Ahí, en el sistema límbico, es donde residen las emociones, que son las que llegan a otorgar la calidad emocional y artística a la danza; porque se puede ser un gran virtuoso, pero no expresar nada.

“Se piensa que bailar clásico es muy fácil. Lo maravilloso de este trabajo es precisamente la apariencia de sencillez y naturalidad que proyecta el bailarín al ejecutar sus movimientos, pero eso sólo es posible cuando se alcanza el dominio de esos procesos cerebrales y de la técnica.”

El ballet también da placer a quienes lo miran, mediante la emoción estética, pues en ellos se activan las llamadas neuronas espejo, que hacen al espectador equipararse al bailarín. En su libro La inteligencia emocional, Daniel Goleman afirma que estas neuronas captan las emociones de las personas a quienes vemos y reditan en nuestro cerebro el estado detectado, creando un contagio emocional.

Para concluir, la doctora Corsi señaló: “el ballet, como otras actividades del arte, es un logro personal, alcanzado mediante la disciplina y el esfuerzo. Y, además de su valor artístico, promueve el desarrollo cerebral y el de la inteligencia”.

 
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