Usted está aquí: martes 8 de julio de 2008 Opinión Marquetalia

José Blanco

Marquetalia

Durante los años 70 del siglo pasado comenzó el declive en picada de la idea de la revolución social armada para derrocar al gobierno burgués como vía para echar abajo la increíble injusticia social que reina en el planeta. La necesidad de un cambio radical de la organización de la sociedad sigue siendo una obvia, evidente, imperiosa necesidad social, pero la vía armada como método de los inconformes para cambiar el mundo no tiene posibilidad ninguna de ser un camino para alcanzar un estatus en el que la justicia social sea el eje que organice el futuro humano.

Fidel Castro, en una clarísima tesis con tal sentido, ha condenado explícitamente los secuestros ejecutados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y ha pedido al grupo que libere sin condiciones a sus rehenes, aunque ha advertido también, extrañamente, que no le está sugiriendo a ese grupo deponer las armas, como si hubiera algún parentesco político entre la revolución cubana y la gavilla colombiana.

El proceso cubano comenzó el 25 de noviembre de 1956, cuando 82 guerrilleros partieron de Tuxpan, Veracruz, en el Granma, encabezados por Fidel Castro y –luego se vería– el Che Guevara. Siete días después estaban desembarcando en los manglares de Playa Las Coloradas en las costas orientales de la isla. Los guerrilleros sufrieron una terrible derrota inicial en Alegría del Pío por un cruento bombardeo, tras lo cual apenas 20 hombres de los 82 iniciales pudieron internarse en Sierra Maestra.

La guerrilla avanzó con triunfos y retrocesos en línea ascendente, frente a un gobierno sumido en la corrupción y el desprestigio internacional. Fidel encabezó una revolución social con un inmenso consenso internacional que hoy resulta incomprensible para las nuevas generaciones. Desde luego que, durante el proceso revolucionario, nadie sabía –ni los propios guerrilleros-, que al término de su terrible esfuerzo por echar a Batista del gobierno, iban a ser orillados a instaurar un gobierno socialista. Qué duda cabe que hoy es indispensable volver sobre aquellos acontecimientos inéditos y buscar un nuevo entendimiento sobre qué fue lo que ocurrió en la isla.

Es claro que se trataba de un heroico grupo genuinamente justicialista, que terminó por instaurar un gobierno totalitario, que impuso la justicia social por la fuerza, que esa imposición le acarreó una legitimidad duradera, y que terminó creyendo que había llegado la hora de la revolución socialista en todo el entonces llamado “tercer mundo”.

A partir de los años 70 y 80, la historia del planeta empezó a andar caminos sumamente distintos, aunque los cubanos continuaron creyendo por varios lustros que la hora de la revolución socialista había llegado. El internacionalismo cubano era financiado por la URSS, pero la URSS y el socialismo soviético se despeñaron como ocurrió con su símbolo por excelencia: el tristemente famoso Muro de Berlín.

Es incomprensible que Castro, al tiempo que reprueba los secuestros de las FARC y celebre la liberación que aparentemente llevó a cabo en una operación hollywoodesca el ejército colombiano, diga a una banda inclasificable, como son las FARC, que no les está sugiriendo que depongan las armas, y que asocie esta opinión a su desacuerdo con la “política de fuerza que Estados Unidos pretende imponer” en Colombia. Como si las FARC representaran algún tipo de garantía de independencia o autonomía de Colombia respecto al imperio estadunidense.

Las FARC es la ¿guerrilla? más antigua de América Latina; derivan de los procesos de la “violencia bipartidista” que Colombia padeció desde épocas anteriores al asalto al cuartel Moncada (1953) realizada por la pandilla de chavos audaces que entonces encabezó Fidel en Cuba. Nada tienen que ver con la teoría del “foco guerrillero” teorizado por el Che Guevara, sino que fueron parte del Partido Comunista Colombiano que fundó la llamada República de Marquetalia. Este lugar, que sí existe, es una zona rural apartada del sur del departamento de Caldas, incrustado en una cordillera de acceso casi imposible. Refugio de guerrilleros liberales y comunistas que no entregaron las armas luego de la violencia bipartidista de los años 50 y que se establecieron en la zona, ahí iba el hoy recientemente occiso Pedro Antonio Marín o Manuel Marulanda o Tirofijo. Lo que en Marquetalia sucedió y lo que de ahí derivó, si no hubieran sido hechos históricos reales, podría haberlos imaginado García Márquez. Realismo mágico por antonomasia; éste, uno hecho de brutalidad, de violencia, de locura, de asesinatos, de secuestros, de revoltijos con el narcotráfico, en nombre de una justicia social ya nunca invocada por esta inmensa banda de zafios expertos en la sobrevivencia de la guerra de la selva.

Ahora Fidel, hasta ahora, emite juicios críticos sobre esta banda sin nombre, perseguida y envejecida, cercana a su muerte final, odiada por el planeta. Cuando haya sido dispersada y desaparecida, quedará la sociedad colombiana felizmente liberada de una pesadilla, para quedar a merced de la pesadilla de la derecha que tan bien representa Álvaro Uribe Vélez. Vélez era también el segundo apellido de Pedro Antonio Marín.

 
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