10 de julio de 2008     Número 10

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

SABER
COMER

HAMBRE Y OBESIDAD

Comida basura o comida chatarra es un disfemismo para referirse a la comida poco adecuada por su valor nutritivo, no porque no contenga nutrientes (de hecho los contiene en exceso), sino porque los presenta de forma desequilibrada (...) La comida chatarra contiene, por lo general, altos niveles de grasas, sal, condimentos o azúcares (que estimulan el apetito y la sed, lo que tiene un gran interés comercial para los establecimientos que proporcionan ese tipo de comida) y numerosos aditivos alimentarios, como el glutamato monosódico (potenciador del sabor) o la tartracina (colorante alimentario). Potencialmente todos los alimentos son perjudiciales para la salud si se abusa de su consumo, pero los que se consideran comida basura lo hacen en mayor medida por necesitarse menores cantidades para producir efectos adversos, o por consumirse en mayores cantidades, dada su facilidad de consumo (comida rápida) o el prestigio social de su consumo (ligado a formas de ocio juvenil). Wilkilpedia

 

CHATARRIZANDO LA ALIMENTACIÓN POPULAR

  • Se generaliza negocio de la obesidad; compran con Oportunidades sopas Maruchan

Lourdes Edith Rudiño

La obesidad es un próspero negocio; la venta de refrescos, por ejemplo, significa comercializar el azúcar a 60 u 80 pesos el kilo. En México todos somos vistos como un gran mercado; ni los pobres se salvan: apenas entre 12 y 15 por ciento de la población está al margen del consumo de la comida chatarra; los demás, incluso en el medio rural, incluso los pobres y paupérrimos, han adoptado estos productos como un estilo de vida, afianzado por un proceso de penetración publicitaria que ha tomado décadas y que paradójicamente daña más a quienes menos recursos tienen para enfrentar las consecuencias de enfermedad.

Como claro resultado de la chatarra (papas fritas, botanas pizzas, hamburguesas, refrescos, jugos envasados, helados, sopas instantáneas, palomitas, cereales refinados y endulzados, pastelillos, caramelos), México es el segundo en el mundo, después de Estados Unidos, con obesidad y sobrepeso. “Siete de cada 10 adultos, uno de cada tres adolescentes y uno de cada cuatro escolares en México tienen un peso corporal excesivo que pone en riesgo su salud y disminuye su expectativa de años de vida saludable”, según el secretario de Salud, José Ángel Córdova. De acuerdo con datos oficiales, la diabetes mellitus –estrechamente ligada a la obesidad– es la primera causa de muerte en el país, con ocho a 10 millones de enfermos y 50 mil decesos al año, y representa costos de atención de salud de 430 millones de dólares anuales; sin contar con que 30 por ciento de los enfermos no saben aún de su padecimiento.

El doctor Abelardo Ávila Curiel, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, advierte la gravedad del problema, y subraya cómo se agudiza en el medio rural, en la población indígena, en los más pobres, en los que de niños sufrieron desnutrición.

Desde que México comenzó a perder su autosuficiencia alimentaria, en los años 60s, y se convirtió en importador neto –explica–, inició también un incremento en el consumo per cápita aparente de alimentos, que hoy es de 3 mil 200 kilocalorías diarias. Esto es “mucha energía, es un nivel de consumo europeo”, y contrasta con el requerimiento de 2 mil 100 a 2 mil 200 kilocalorías que sería lo racional, si fuéramos una población sana, activa, en desarrollo. Contrasta también con las 2 mil 600 o 2 mil 700 que deberían registrarse si consideramos no sólo el consumo sino inventarios y desperdicios.

En esa década de los 60s, los refrescos, frituras, panecillos empaquetados, eran de consumo urbano y de clase media hacia arriba. Pero ahora están presentes en todos los niveles y entran en el medio rural de forma muy importante; “ya empieza uno a detectar la penetración en el decil uno, el más pobre”; hay incluso evidencias de que beneficiarios de Oportunidades (población pobre y paupérrima) desvían parte del apoyo asistencialista a este tipo de consumo, al cual ven como aspiracional.

“Vi el caso de una indígena en una de las comunidades más pobres del país que, luego de recibir su apoyo de 300 pesos, compró cinco sopas Maruchan –a 10 pesos el vaso, o sea más caras que los 2.50 pesos que cuestan en el medio urbano al mayoreo– y refrescos para la familia. Pagó 100 pesos, y para ella ése fue un día de fiesta.” Así, con una enorme presión del mercado, de publicidad muy bien diseñada y engañosa, que utiliza en muchos casos personajes de ficción y penetra en la imaginación de los niños y manipula a las madres –con casos ejemplo de Kellog’s y Nestlé que ha documentado y denunciado la organización El Poder del Consumidor–, el medio rural indígena, marginal, resulta una gran víctima.

Pobres: obesos y desnutridos. En el medio rural, dice el doctor Ávila, “se sigue generando una masa muy grande de desnutridos durante los dos o tres años de vida (...) Pero antes un niño desnutrido se convertía en adulto desnutrido. Ahora hay un cambio radical. Un niño desnutrido al cabo de cinco, siete años, pasa a ser un escolar obeso. Caso crítico es Yucatán; en las familias pobres hay mujeres que hace 20 o 30 años sufrieron desnutrición y hoy son madres con obesidad extrema con hijos pequeños en desnutrición extrema.

La propia desnutrición tiene como secuela la propensión a la obesidad. Un niño que se desnutre en sus primeros años de vida no alcanza su desarrollo pleno (genera menos masa corporal, menos masa metabólica, menos músculo, menos estatura) y por tanto sus requerimientos de energía son menores. Cuando ese niño, ya escolar, come cantidades similares o incluso menos respecto de sus compañeros de la misma edad con desarrollo normal, empieza a tender a la obesidad.

Lo más grave es que –dado que las condiciones que presentan todos los seres en su nacimiento programan el metabolismo para el resto de su vida– los niños desnutridos, al enfrentar un ecosistema modificado, y empezar a recibir energía excedente respecto de su gasto, comienzan a sufrir trastornos metabólicos: acumulan grasa de manera patológica, presentan resistencia a la insulina, comienzan a sufrir diabetes, a tener grasa en las arterias.

“Los niños que fueron desnutridos tienen más propensión a la obesidad, pero también al daño metabólico de la obesidad, llamado síndrome metabólico, que implica diabetes, hipertensión, aterosclerosis, infarto. Hay estudios que muestran que el riesgo puede ser entre dos y ocho veces mayor en la población que fue desnutrida y que después desarrolla obesidad. Vemos niños de clases populares que fueron desnutridos antes y hoy obesos y que a los 13 años ya tienen problemas de síndrome metabólico. La diabetes antes le pegaba a los adultos a los 60 o 70 años; ahora está pegando a los 12 o 15 años”.

Y un agravante más para el medio rural. Allí predominann los genes amerindios –que son ahorradores de energía y que permitieron la sobrevivencia a la glaciación hace 20 mil años–. Estos genes enfrentan un ecosistema hoy muy diferente, con exceso de calorías, “y hay quienes dicen que los genes son diabetogénicos; no, la realidad es que el ecosistema es diabetogénico, y los genes no están funcionando para lo que están programados. Es como si a un motor de gasolina le ponemos diesel; el motor no es el culpable”.

Es entonces frecuente ver campesinos con diabetes a los 35 años de edad –gente con historial de consumo excesivo de refrescos– y si echa uno cuentas de lo que cuesta la enfermedad, preocupa y más porque en el ámbito rural no hay infraestructura ni recursos económicos para afrontar los costos.

“El tratamiento básico de un diabético cuesta 500 dólares al año, pero si se infarta, sube a 30 mil 500 dólares. Las tendencias al 2030 es que se van a estar infartando anualmente un millón de diabéticos. Además, habrá en el país unos 20 millones de diabéticos (...) Hay que considerar todos los costos, los directos, que son las medicinas, los indirectos, que son las incapacidades y lo que implica que una persona no pueda trabajar (desempleo, apoyo económico familiar) y los intangibles, que son incalculables, y que son los costos de sufrimiento personal y familiar. Y hablamos sólo de diabetes, hay que hablar de hipertensión, cardiopatías y problemas articulares”, afirma Ávila Curiel, quien ha coordinado encuestas nacionales de alimentación y nutrición, así como programas integrales de apoyo a la nutrición en Morelos, estado de México y Oaxaca.

Negocios hipercalóricos. Pero, ¿por qué responsabilizar a la comida chatarra de los problemas de obesidad?, si el Consejo Mexicano de la Industria de Productos de Consumo (ConMéxico) que agrupa entre otros a Bimbo, Barcel, Coca Cola, Gamesa, Pepsico, Nestlé y Jugos del Valle, demanda en principio que se elimine el calificativo de “chatarra” y afirma que la obesidad es un problema individual, de sedentarismo, y rechaza cualquier iniciativa para retirar esa comida chatarra de las escuelas pues dice que son las tortas y tacos no nutritivos e insalubres lo que más se vende allí además de que en las escuelas no hay condiciones de infraestructura física, como en Europa, que permitan ofrecer a los niños alimentos sanos, como ensaladas y agua potable.

Pues resulta que la comida chatarra es hipercalórica. Pequeñas raciones generan exceso de energía. Un análisis publicado hace dos años por National Geografic mostraba que una hamburguesa, unas papas fritas y un vaso de refresco cubrían el total de calorías que un adulto requiere para todo un día.

Los consumos son excesivos. Un estudio sobre el mercado de bebidas no alcohólicas en México, realizado por la empresa española organizadora de la Expo Alimentaria, señala que el consumo per cápita de sodas es de 150 litros anuales. Cada familia eroga al menos 340 euros anuales (más de cuatro mil pesos). “Los mexicanos consumen 300 millones de cajas de refrescos al año y de éstos sólo 10 por ciento son bajos en calorías”, dice.

Además del efecto calórico hay que considerar el económico; para la industria es un gran negocio. Una botella de un litro de Coca Cola (con unos 140 gramos de azúcar) cuesta en la tienda nueve pesos. El refresco es sólo azúcar y agua (que el Estado casi regala a las empresas); así el kilo de azúcar cuesta, convertido en soda, 64 pesos, pero según sea la presentación la cifra puede subir a 80 pesos.

Ávila Curiel destaca que la población, sin importar su estrato socieconómico ni medio, está consumiendo cada vez más cantidades de azúcar, sal y grasas saturadas (estas últimas en los cárnicos, muchos importados). El 15 por ciento de las kilocalorías que consume la población es azúcar refinada, por la vía de refrescos, pastelillos y caramelos disponibles en cualquier tienda.

Recomponer producción
y consumo, pide FAO

En las décadas recientes muchos países en desarrollo han modificado su estructura de consumo, abandonando sus cultivos tradicionales a favor de alimentos subvencionados del hemisferio norte o de otros cultivos de Asia como el arroz y han favorecido la producción de rubros para exportación (commodities). La crisis alimentaria abre la oportunidad de sustituir el consumo de algunos alimentos cuyos precios han subido por otros más económicos y reemplazar los alimentos altos en grasa, carbohidratos, etcétera, por otros más nutritivos, lo cual serviría también para afrontar la obesidad. A escala mundial en 2006 el exceso de consumo por parte de los obesos ascendió a unos 20 mil millones de dólares. La crisis alimentaria también llama a reflexionar sobre la protección y la gestión sabia de la biodiversidad: la naturaleza nos ofrece unas 80 mil especies vegetales comestibles, pero se cultivan intensivamente sólo unas 150. La mayoría de los habitantes de la Tierra se alimenta hoy con sólo 20 especies.

Luis Gómez Oliver, consultor internacional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en presentación en la Cámara de Diputados, 17-junio-08.

 

Al mismo tiempo que ocurre esto, y que por la vía del sentido del gusto se está condicionando a los niños desde pequeños a creer que el azúcar industrializada es mejor que la fruta, hemos dado la espalda a toda una cultura alimentaria, a la comida tradicional mexicana, que es muy valiosa en términos de sensatez nutricional y ecológica, y que implica tortilla, frijol, frutas, verduras y un consumo moderado de productos de origen animal.

El frijol, imprescindible; gran alimento. El frijol –cuya producción además ha sido desestimulada por el desinterés de la política pública y por la falta de ligas en la gestión gubernamental entre agricultura y nutrición– aportaba hace 25 años entre 12 y 15 por ciento de la energía del mexicano y 30 por ciento de las proteínas; hoy sólo aporta el 5 por ciento. Y es una lástima, pues el frijol tiene un “tremendo efecto protector frente a todas las enfermedades del síndrome metabólico.

“En Estados Unidos la soya ha sido muy promovida desde el aparato gubernamental, a tal grado que en los años recientes su comercio pasó de 200 millones de dólares a 40 mil millones; se difunden sus propiedades de prevención de infartos, de cáncer. Sí, es un buen alimento, pero todo lo que se dice de la soya se puede decir del frijol. En México el frijol es despreciado y sustituido por azúcar y cárnicos, cuando debería ser objeto de una política estratégica nacional, de estímulo de su producción. Hoy se permite que el frijol se vea como prescindible. En términos biológicos y nutricionales no es prescindible”, señala el doctor Ávila.

Recomendaciones de Salud dicen
¡No! a los refrescos

  • La industria frena difusión y pretende educar a la población

Por petición de la Secretaría de Salud, un comité de científicos nacionales e internacionales especializados en nutrición y en enfermedades relacionadas elaboró las Recomendaciones de Consumo de Bebidas para una Vida Saludable (RCBVS) las cuales se anunciaron en febrero pasado..

Este esfuerzo es el más encomiable de política nutricional de las dos décadas recientes y sin embargo su difusión está frenada. Sin hacer ruido, la industria agroalimentaria, liderada por ConMéxico –que preside Jaime Zabludowsky, quien fue subsecretario de Negociaciones Comerciales Internacionales Ernesto Zedillo y quien participó activamente en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)–, ha logrado que las RCBVS queden archivadas en los escritorios de la burocracia.


Fuente: RCBVS

Las Recomendaciones –que debieran estar en carteles en las clínicas y hospitales del sector salud, en consultorios privados, en las escuelas y en edificios públicos y que tendrían que difundirse en los medios de comunicación escritos y electrónicos, tal como lo propuso el comité de científicos–, establecen que el consumo de refrescos y aguas de sabor (industrializadas) debe ser cero o esporádico, mientras que el de agua potable, de seis a ocho vasos, y también establece medidas aceptables para leche semidescremada y bebidas de soya sin azúcar, así como para té y café sin azúcar, y limita las bebidas no calóricas con edulcorantes artificiales y los jugos cien por ciento de frutas, la leche entera y las bebidas deportivas y las alcohólicas.

Los autores de las RCBVS, entre quienes está el más reputado experto en nutrición de Estados Unidos, Walter C. Willet, señalan que México enfrenta epidemia de obesidad y diabetes. Que el consumo de bebidas con aporte calórico en el país es de los más elevados, sin precedentes en el mundo (en 1989 los refrescos aportaban 96 kilocalorías diarias per cápita, en 1999 subieron a 130 y para 2006 a 153, mientras que en los mismos años la leche pasó de 176, a 173 y a 134 kilocalorías. El refresco aporta hoy más energía que la leche.

Este consumo de bebidas calóricas “es un factor importante en el desarrollo de la obesidad en México”, afirman las RCBVS.

La industria alimentaria tiene mucho peso, mucha influencia. Con cabildeo intenso en el Congreso y con apoyo de las fracciones priista y panista, ConMéxico ha logrado parar iniciativas legislativas, como la promovida en 2006 y 2007 para reformar las leyes General de Salud y de Protección al Consumidor, a fin de regular la publicidad de la comida chatarra. Sus aliados dieron argumentos de risa, por ejemplo, la panista presidenta de la Comisión de Economía de la Cámara baja, Adriana Rodríguez Vizcarra, dijo que la comida chatarra no es responsable de la obesidad, pues los albañiles toman Coca Cola y comen papas Sabritas y no están gordos.

Para el próximo periodo de sesiones del Congreso, que inicia en septiembre, los presidentes de las comisiones de Salud de los diputados y los senadores –los mismos que impulsaron la polémica Ley General para el Control del Tabaco– prevén promover una ley general de nutrición. Ya ConMéxico está cabildeando para defender sus negocios, y pretende que se sostenga el estado de cosas actual, en que cualquier norma de calidad de los alimentos debe ser consensuada, y en donde la industria se autorregula.

Ello, amén de los “esfuerzos” que los empresarios están haciendo por educar a la sociedad por medio de fundaciones como la Nestlé, la Kellog’s o la Pepsico. Esta última, con su Programa Vive Saludable Escuelas, con el que difunde desde septiembre del año pasado supuestas prácticas de alimentación y deportivas en las escuelas, al tiempo que publicita su chatarra de Sabritas, Sonric’s, Pepsicola, Quaker y Gatorade. Coca Cola también hace lo suyo, con su campaña Movimiento Bienestar, con el cual introduce la venta de sus productos en las escuelas con la fachada de inducir el ejercicio físico en los niños de cuatro mil escuelas públicas. (LER)

Engañando al Hambre: Políticas Chatarra

  • Lista presidencial de alimentos, logro publicitario de la industria

Alejandro Calvillo

El aumento del precio de los alimentos viene a agudizar el deterioro de los hábitos alimentarios en México, convertidos hoy día en el mayor problema de salud pública.

No es coincidencia que nuestro país sea el segundo en sobrepeso y obesidad y a la vez el segundo en consumo de refrescos y el primero en consumo de Coca Cola per cápita. Tampoco es coincidencia que seamos el país en que se ha presentado el crecimiento más acelerado del índice de sobrepeso y obesidad en el mundo durante los años recientes y al mismo tiempo haya caído el consumo de frutas y verduras en 30 por ciento en un periodo de 14 años, además de que en ese mismo lapso las familias más pobres aumentaron su consumo de refrescos en 60 por ciento.

La comida chatarra, industrializada y no industrializada, no sólo causa sobrepeso y obesidad sino también desnutrición. Los desnutridos gastan lo poco que tienen, por ejemplo, en la compra de refrescos, que significa hasta el 7 por ciento de sus ingresos.

“Precios congelados”. En medio de estas circunstancias y frente al aumento de precios en los alimentos, el presidente de la República, flanqueado por líderes de la industria procesadora de alimentos, anunció el control de precios de 150 productos hasta diciembre de 2008. El listado no incluyó granos, ni frutas ni verduras; tampoco huevo, pollo o leche. El listado estaba formado, entre otros productos, por 15 diferentes tipos de té, 35 bebidas previamente endulzadas, mermeladas, chiles, salsas para espagueti, una gelatina, un flan, 13 diferentes tipos de sopas enlatadas y otros productos que no forman parte de la canasta básica. Los únicos productos de esa lista que pueden considerarse de valor nutrimental son el atún y las sardinas. El caso del atún corresponde a una de las marcas y presentaciones más caras en el mercado.

El listado lanzado desde la residencia oficial de Los Pinos es, sin duda, más el logro del cabildeo de la industria procesadora de alimentos para que el presidente de la República publicitara una serie de productos y marcas, que una iniciativa efectiva para la protección del gasto en una alimentación sana.

Necesario, consolidar avances. La oportunidad que el gobierno federal tenía, y tiene aún, para responder al aumento de precios y al deterioro de los hábitos alimentarios parece perderse debido al cabildeo de las empresas y la falta de una política integral. Sin duda, la Secretaría de Salud ha dado importantes pasos al dejar atrás la sacrosanta frase empresarial de que “no hay alimentos buenos y malos”, que repitieron funcionarios de Salud sexenio tras sexenio. Frase creada por las empresas para que no se “estigmatizara” ningún producto. La dicotomía impuesta por las empresas había evadido la dicotomía real del problema: hay alimentos recomendables para consumo habitual y alimentos no recomendables para su consumo habitual.

En esta lógica la Secretaría de Salud presentó en febrero pasado la recomendación sobre bebidas donde claramente establece que los refrescos no son aceptables, que si se beben debe ser de manera esporádica. Sin embargo, en el listado presentado por la Presidencia, todas las bebidas incluidas no son recomendables para consumo habitual, por su alto contenido ya sea de azúcares o de sodio.

Otro paso importante de la Secretaría de Salud fue la modificación de los desayunos escolares. Pero en materia de salud alimentaria, aunque se han dado pasos importantes, las medidas no pueden quedar en recomendaciones y debe pasarse a la aplicación de regulaciones: sólo alimentos sanos en las escuelas, prohibir la publicidad de comida chatarra dirigida a niñas y niños, volver obligatoria la instalación de bebederos de agua potable en las escuelas y plazas públicas y lanzar una campaña nacional de orientación nutricional.

De la misma manera, en cuanto al encarecimiento de los alimentos, debemos poner en marcha una política que nos dé seguridad y soberanía alimentarias, que apoye a los pequeños y medianos productores del campo. Ante el alza del precio de los agroquímicos, promover la producción y el uso de abonos orgánicos que ya han demostrado ser más productivos y que ahora tienen mejores precios que los provenientes de la industria minera o el petróleo. Impulsar la producción de granos como arroz y frijol, que tras la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte se vino abajo. La crisis de los energéticos y los impactos del cambio climático nos llevarán a escenarios de crisis de alimentos difíciles de imaginar si no actuamos a tiempo. Se requiere una política de fondo, urgente, encaminada a garantizar la seguridad y la soberanía alimentarias basada en productos sanos y en formas de producción que no degraden aún más la Tierra.

El Poder del Consumidor