Usted está aquí: viernes 11 de julio de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ El News Divine y la información privilegiada

■ Al final, histrionismo y afanes protagónicos

La renuncia de Joel Ortega al cargo de secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal ya estaba en el escritorio de Marcelo Ebrard desde el día después de la tragedia del antro. La del procurador Félix Cárdenas llegó después, pero antes incluso que su propio informe, provista de un argumento que no parecía rebatible: el asunto ha escalado niveles políticos que yo no manejo, explicó, más o menos, el jefe del aparato judicial. Ambas decisiones se conocían en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, y no provenían del chisme, así que matar al muerto no era cuestión de valentía, pero abría la puerta dorada por donde transitarían las ambiciones de quien busca escalar puestos a nivel nacional.

Antes del fatídico 20 de junio, en la CDHDF nadie podía imaginar que el propio Marcelo Ebrard sería quien pondría en manos del organismo los segundos de gloria por los que trabajó y se arriesgó, incluso, durante toda su vida profesional, y por fin, en la cúspide de su histrionismo, con el moño negro sobre la solapa –que solo usó para es mañana–, pretendió, aunque no pudo lanzar un grito de ya basta, que se ahogó en su protagonismo.

A eso de las 10 de la mañana, cuando Ebrard llegó al edificio de la comisión para recoger el informe que una hora después se daría a conocer, ya se había levantado la escenografía con los nombres y las edades de los doce muertos en el News Divine, incluidos los de los policías. Era una mampara alta, ancha, frente a la cual caminaría para que la foto explicara a la posteridad el homenaje del organismo a los caídos en el antrazo.

Y todo eso –el moño, la mampara, el grito ahogado– ¿era necesario para establecer la hipótesis de culpabilidad que ya hasta sentencia tenía? No, pero independientemente de quien lo dirija y de sus afanes protagónicos, el organismo fue creado para impedir el abuso de las autoridades hacia la sociedad civil, y debía y tenía que cumplir con la tarea, que esta vez, además, era una exigencia de la propia autoridad.

Esto, desde luego, sin menoscabo de su obligación, que le impone seguir estos casos de oficio, es decir, sin necesidad de que nadie se lo pida, y así, con todo eso, se leyó el informe que coincidió en la mayor parte con lo que había dado a conocer la procuraduría un día antes, y con lo que durante dos semanas se publicó en los todos medios.

Pero en la euforia del momento glorioso se olvidaron datos importantes que tendrían que formar parte de la hipótesis, o mejor dicho del juicio que se levantó en contra del gobierno de la capital. Por ejemplo, nada se dijo de que las denuncias ciudadanas daban certeza de que en el antro se cometía una serie de ilícitos que para la CDHDF no existieron, aunque otros videos, hoy a la vista de quien quiera, en Internet, que no fueron grabados por ninguna autoridad ni editados por alguna mano que pretendía esconder al organismo datos precisos, muestran a las casi niñas desnudándose dentro de una jaula impelidas por un cartón de cerveza que recibían como premio a la diversión, como llama la CDHDF a esas prácticas.

Desde luego no es competencia de ese organismo culpar a los particulares de ninguno de eso asuntos, pero tampoco de exculparlos. Total, la Comisión de Derechos Humanos se ha llevado el aplauso generalizado de unos y otros. Ha servido, voluntaria o involuntariamente para, como dijimos ya en este espacio, despertar el hambre política de quienes no soportan un gobierno de izquierda en la ciudad, pero en fin, el momento de gloria ya se dio. La semilla está sembrada.

 
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