Usted está aquí: domingo 13 de julio de 2008 Opinión Tristeza en do mayor

Ángeles González Gamio
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Tristeza en do mayor

Hace unos días nos enteramos con enorme tristeza del fallecimiento de don Daniel García Blanco, hombre excepcional que dedicó su vida a la música de nuestro país con una notable pasión y entrega. Lo conocí hace 17 años, en La Casa de la Música Mexicana, en donde tras realizar un recorrido, ya en su oficina, frente a un buen café de su tierra natal, Chiapas, se sentó en un pequeño teclado a interpretar con maestría Ventanita morada, la deliciosa canción de Joaquín Pardavé, que le había comentado que me gustaba mucho.

Músico connotado, se pagó sus estudios de maestro de estas artes tocando la marimba y por años albergó el sueño de que hubiese un centro donde se enseñara la rica música de nuestro país y sus distintos instrumentos, algunos ya casi desaparecidos. En 1991 finalmente logró que se materializara su deseo en una antigua construcción fabril, situada por los rumbos de La Lagunilla.

El predio tiene vida desde la época prehispánica, como lo constatan los vestigios arqueológicos hallados en excavaciones recientes: entierros tlaltelolcas con restos humanos, utensilios de barro y restos de habitaciones de esos tiempos. Estas evidencias forman parte actualmente de un pequeño museo de sitio, que comparte el lugar con uno sobre la música de México.

En el siglo XIX se construyó en ese lugar una fábrica fundidora de metal. En la década de los años 20 de la centuria pasada las instalaciones albergaron una factoría de hilados y sedas estampadas, misma que cerró sus puertas en 1987. La añeja construcción pasó a ser propiedad del entonces Departamento del Distrito Federal, que en 1991 la acondicionó para alojar la Casa de la Música Mexicana, que dirigió con amor, eficiencia y gran éxito el maestro García Blanco, a pesar de que siempre padeció carencias económicas, principalmente por la insensibilidad de la Secretaría de Cultura del gobierno capitalino.

Don Daniel manejaba prácticamente todos los instrumentos ante el gozo y admiración de los alumnos, cuyas edades fluctúan entre los 8 y los 80 años, procedentes de todos lados de la ciudad y de todos los sectores socioeconómicos. La escuela enseña prácticamente cualquier instrumento que se le ocurra: mandolina, salterio, violín huasteco, marimba, guitarra, congas y batería para las percusiones afroantillanas; trompeta, sax y clarinete que según explicaba el maestro García Blanco “son muy útiles para hacer ensambles” y el taller de canto que ofrece: romántico, ranchero, lírico e indígena, satisface la inquietud de todos los que han soñado con cantar entonadito, aunque sea en la regadera. También puede aprender teclados y danza regional o estudiar la carrera de tres años, como técnico promotor en música popular mexicana.

Es indudable que la labor que lleva a cabo la Casa de la Música Mexicana tiene gran trascendencia, por lo que debería de contar con todos los apoyos y ser paso obligado para los jóvenes como parte de su formación, ya que les proporciona una herramienta extra en la vida, el placer que brinda tocar un instrumento, incluida la voz y el disfrute de apreciar nuestra música.

La música tradicional mexicana refleja también nuestra historia; ahora que se preparan los festejos para el bicentenario y el centenario, sería muy oportuno darle un auténtico apoyo a este lugar y desde luego bautizarlo con el nombre de su amoroso fundador, Daniel García Blanco, quien seguro está dirigiendo en las nubes el mejor de los coros.

Por cierto que don Daniel gustaba del cercano restaurante El Jorullo, ubicado en la calle de Libertad 119, que ofrece de las mejores carnitas de la ciudad, que preparan cotidianamente desde hace 40 años, acompañadas con un sabroso chicharrón. Puede iniciar con un consomé de birria y si prefiere algo ligero, pida un molcajete con nopales, queso y carne asada. De postre pida el de frutas de la temporada; estos días hay uno rico de membrillo.

 
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