Usted está aquí: domingo 13 de julio de 2008 Opinión Bordar la voz

Bárbara Jacobs

Bordar la voz

Mientras intentas imaginar cómo arreglártelas en la vida diaria, la poeta, la artesana Myriam Moscona, comentarista, conferenciante, narradora de documentales, locutora, entrevistadora, conductora de noticieros culturales por televisión, ponente, traductora, columnista, ensayista, calígrafa, te cuenta con los ojos entrecerrados, pero con una dicción alerta, en palabras pronunciadas con las tonalidades tornadizas grisazuladas del pavor que provoca el laberinto, la incógnita, el asomo al misterio, que la frecuenta el sueño de creer que está soñando o es el de temer que está despierta o es el de pretender que dormida vislumbra un poema para simultáneamente confirmar que la iluminación se le ha apagado, que en el fondo del pozo que es dormir sufrió una fuga de imágenes poéticas y que la denuncia y la protesta que a gritos impotentes y desesperados emite a todo volumen oníricamente, en la realidad de acá se traducen apenas, y si acaso en gemidos sofocados y todavía más exasperantes e ineficientes.

En lo mínimo es ésta una manera sobrecargada de registrar un momento leve de veintitantos años de esporádicas citas y conversaciones con Myriam, “Mi nombre se escribe Myriam. El primer sonido ‘i’ es ‘ye’ o i griega, el segundo es ‘i’ o i latina”, ha insistido resignada, no altiva. Parecería que quienes confunden el orden de la ‘ye’ y la ‘i’ de su apelativo no supieran ni siquiera distinguir la grafía diferente en la portada de cualquiera de sus libros, en la tarjeta que la identifica ante el espectador, en el programa de una presentación, en los medios visuales e impresos en general. Aún al más bohemio de los artistas, al más desapegado, al menos vanidoso o ambicioso lo persigue el terror de la ambigüedad previa a la amenaza del desvanecimiento final; aún él tiene una identidad que con legítimo derecho lucha por precisar y por fijar previsoramente contra el olvido. A pesar de su exposición continua ante el público, de los premios y reconocimientos nacionales e internacionales que ha recibido, Myriam Moscona es discreta y hasta tímida; exploradora de la noche por su silencio más que por su oscuridad; por sus ausencias más que por sus distancias. Busca el origen y las ramificaciones de su ascendencia búlgara sefardí; busca en la historia, en los mitos, en la lengua.

Entre su bibliografía destaco La poesía mexicana, o seis poemas visuales, libro de artista y de bibliófilo, editado a mano y acompañado de una lupa, que en tinta negra sobre papel blanco liso y grueso delinea el contorno geográfico del mapa de la República, o algunas de sus zonas o puntos determinados, mediante trazos elaborados con una caligrafía diminuta y cuidadosísima de los nombres de los poetas del país; objeto ingenioso y bello; tan sugerente, que se prende a la memoria y, aunque perdedizo por su delgadez material o su sutileza metafórica, siempre se hace encontrar como una obsesión, repleta de significados por más que elusivos, inagotables. O Negro marfil, poema alternado con dibujos de la propia autora que recuerdan al mar a través del que surgen medio veladas y casi hasta la superficie las palabras que disponen las líneas que conforman los versos que nadan y se mantienen entre las olas, que se fusionan con El que nada y con Vísperas y en la coreografía conjunta que resulta, terrenal y religiosa, evitan el torrente de la espuma al cruzar la frontera desintegrara y los diluyera entre la arena humedecida de la orilla.

En De frente y de perfil: Semblanzas de poetas, Myriam Moscona despliega su talento como entrevistadora y conforma un volumen de ensayos íntimos o de retratos en prosa poética. Se guarda a sí misma mientras entrega su oído y su corazón a los poetas. Gracias a su intuición sicológica, a su tacto, a su habilidad para implantar entre ella y el poeta en turno una atmósfera de interés y de confianza, crea una biografía múltiple informada y conmovedora imprescindible en la biblioteca del buen lector.

 
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