Usted está aquí: domingo 13 de julio de 2008 Opinión Miradas ocultas

Carlos Bonfil
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Miradas ocultas

El tema de la cámara de video como una extensión de la fantasía voyeurista tuvo un momento afortunado en Guy, cinta británica de Michael Lindsay-Hogg, exhibida brevemente en México hace poco más de diez años. En ella, el protagonista (Vincent d’Onofrio) aceptaba a regañadientes dejarse filmar las 24 horas del día por una realizadora aficionada (Hope Davis), quien jamás dejaba muy claro su propósito de espionaje artístico, quedando todavía menos claro el porqué Guy accedía a una continua violación de su espacio privado. Todo se combinaba con astucia en la experimentación de Lindsay Hogg: Guy parecía fascinado por la videoasta impertinente, y también por el acoso intelectual y erótico a su virilidad súbitamente vulnerable. En Miradas ocultas (Alone with her), el realizador debutante Eric Nicholas propone un espionaje parecido, pero esta vez a partir del anonimato absoluto. En un barrio de la ciudad de Los Ángeles, los movimientos de una joven aspirante a actriz (Amy/Ana Claudia Talancón), están continuamente vigilados en su espacio doméstico por un conjunto de seis cámaras minúsculas distribuidas en distintas habitaciones, conectadas todas por control remoto a la computadora de Doug (Colin Hanks), un admirador voyeurista que paralelamente, y con ayuda de la información así obtenida, procederá al cortejo directo de la joven.

Las primeras secuencias describen las manías voyeuristas de Doug. Una cámara pequeña, en el interior de una mochila entreabierta, será colocada en lugares estratégicos, o colgada distraídamente por debajo de la cintura del protagonista, para espiar a adolescentes en los parques o en la calle, atisbando debajo de las faldas o por encima de los escotes, capturando fragmentos de carne joven, con el fin de ordenarlos luego como patchwork erótico en la computadora. Cuando Doug descubre fascinado a Amy, decide afinar su técnica de espionaje: se concentra en la vida privada de la joven, irrumpe en su casa durante sus ausencias, filma cada detalle de sus rutinas más íntimas, y se presenta a ella, al tanto ya de sus conversaciones telefónicas y sus predilecciones en música y video, para diseñar las coincidencias en gustos que le facilitarán la tarea de seducción.

Una leyenda al inicio de la cinta advierte sobre el recrudecimiento de las prácticas de violación del espacio privado en Estados Unidos. Miradas ocultas será sólo un ejemplo de estas prácticas, descrito en forma semidocumental, con una trama apenas distinta de las múltiples historias de acoso sexual a cargo de personajes con oscuras perturbaciones mentales e instintos homicidas ocasionalmente satisfechos. Hay sin embargo aspectos que vuelven más interesante la historia del realizador Nicholas. Su protagonista no es un sicópata ni un villano, tampoco un seductor irresistible. Es un hombre de aspecto ordinario, algo torpe y sin mayor carisma, tan obsesionado por el sexo como por las técnicas audiovisuales que domina, y particularmente inofensivo tanto en un campo como en el otro, hasta que la frustración, o la mala suerte, lo obliguen a la violencia física. Sorprende la crueldad y sofisticación con que castiga a la joven cuando ésta incurre en infidelidades involuntarias. Doug es un hombre mediocre y frustrado que se refugia detrás del anonimato, de modo similar al que utilizan algunos usuarios de espacios públicos en Internet para ventilar sus fobias políticas o sexuales.

Las actuaciones de Colin Hanks y Talancón son eficaces a partir de una premisa obligada de perfil bajo, y destaca más la joven por su manera de sortear con profesionalismo situaciones delicadas como la exposición de su ejercicio sexual solitario, o su consternación ante las incomprensibles perturbaciones domésticas. Salvo algunas concesiones a las rutinas del género (una amiga castigada por su propia imprudencia, un novio de Amy sin mayor consistencia o interés dramático, o las formas muy obvias de presentar la faena de espionaje), el thriller de Nicholas ofrece de modo interesante el relato de una pasión neurótica no correspondida, protegida por el anonimato, entorpecida por una seducción fallida, y tan voluntariosa y lastimera como tantas otras historias de amor triste en la pantalla.

 
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