Usted está aquí: lunes 14 de julio de 2008 Opinión Jazz

Jazz

Antonio Malacara
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■ Se realiza en Mérida el primer festival de improvisación

Ampliar la imagen HANCOCK EN MONTREUX. El pianista Herbie Hancock, durante su actuación del sábado pasado en el 42 Festival de Jazz de Montreux, en Suiza HANCOCK EN MONTREUX. El pianista Herbie Hancock, durante su actuación del sábado pasado en el 42 Festival de Jazz de Montreux, en Suiza Foto: Reuters

Como necia agua que corre y se mete hasta donde no le llaman, como algo bueno que no pides y te dan, diría Pedro, el free jazz y la música libre se van abriendo paso entre las yerbas (las buenas y las malas); mientras en la ciudad de México hay todavía dos o tres foros de jazz que no los admiten (“porque nos espantan la clientela”), estos rituales de imaginación y creatividad desbordadas a placer encontraron una buena pista de despegue en la ciudad de Mérida.

Hasta aquella punta del sureste mexicano llegaron 32 músicos de aquí, de allá y de todos modos para intervenir en el primer Festival de Improvisación Libre Cha’ak’ab Paaxil (música libre, en lengua maya), del 3 al 6 de julio; todo, gracias a un esfuerzo descomunal, comprometido y admirable de Gerardo Alejos para convertir en realidad las obstinaciones y los convencimientos que giran alrededor de la cultura del riesgo.

El festival resultó todo un éxito al convocar alrededor de 150 escuchas cada una de las cuatro noches, pero sobre todo, y según testimonio del propio Alejos, un personaje que sabe de música, que escucha mensualmente entre 12 y 15 discos de free de todas partes del mundo, “lo más positivo es saber que con este festival se afianza la escena de free jazz e improvisación libre mexicana como una de las más sólidas a escala mundial. Ni el Vision Fest tenía ese nivel y esa continuidad”.

Esta concelebración eucarística de 32 oficiantes es una victoria de la sensibilidad y la inteligencia, es un ejercicio de dignidad artística que debe encontrar el secreto de la continuidad, aunque Gerardo se vaya en un mes a Monterey, California, para hacer una maestría en traducción e interpretación. Alguna fórmula habrá de encontrar en medio de su terquedad.

En la ciudad de Oaxaca, el 10 de julio, se presentó el Cuarteto 4.0, grupo local de reciente formación con una buena dosis de bop y energía (y que valga el pleonasmo). Julio García está en la guitarra, Ricardo Fernández (que deambuló en el Distrito Federal con el grupo Toxígeno) en la batería, Roberto Ramírez le da bien al saxofón y Pedro Ruiz se encarga del bajo eléctrico.

Un tanto precipitados y nerviosos, iniciaron con Billy’s Bounce y Scrapple from the Apple, de Charlie Parker, aunque los niveles de la guitarra eléctrica eran evidentes. Siguieron con algo de Miles Davis, y cuando el cuarteto se había encarrilado y llegaba a su mejor momento, con la celebérrima Night in Tunisia, de Gillespie, el concierto se acabó, a pesar de algunas voces que pedían otra. Y es que 4.0 tenía que tocar en un bar del centro.

La actividad jazzística estaba fuerte en esa noche oaxaqueña, pues antes del concierto del Cuarteto 4.0 se había presentado el libro Viaje al fondo del jazz ante un Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca totalmente lleno, con unos 50 jazzófilos de pie ante la falta de más sillas. Óscar Xavier Martínez, percusionista y productor de radio, uno de los comentaristas, tuvo que retirarse casi de inmediato, pues su grupo, el Nunduva Yaa, iba a presentarse en otro foro a las 23 horas.

Ana Díaz se acercó al final y me obsequió su nuevo disco, Lo mejor de Ana Díaz, en el que se reúnen temas de sus producciones anteriores (Recuerdos, Nube de junio y La vida que comienza) y algunos tomados de un concierto de 2007 en el teatro Juárez.

Esta enorme vocalista deberá ser incluida en la segunda edición del Catálogo casi razonado del jazz en México, pues aunque su eje central no es propiamente el jazz, sus canciones se sirven y abrevan continuamente de las dinámicas y los colores y los sabores jazzísticos, al igual que los músicos que la acompañan, destacando en estos planos las dinámicas de Julio García, Oxama y Steven Brown.

Entre lo mejor de este disco está una composición de la propia Ana, Nubes de junio, una pequeña y delicada catedral que debería ser escuchada y degustada por todo mundo, y no sólo por los que tenemos la suerte de aterrizar un día junto a esta bella mujer. Ríos de agua dulce mal distribuidos.

En la entrega anterior, hablando del grupo de Beto Cobos, tuve un lapsus estúpidus y puse el nombre de Gerry López, cuando debí haber puesto el de Cristian Mendoza, que es quien en ese momento acompañaba con su tenor. Afortunadamente, Luis Mario Rivera tuvo tiempo de ponerme un zape desde Nueva York para sacarme del error. Salud.

 
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