Usted está aquí: jueves 17 de julio de 2008 Opinión El evangelio según Clark

Olga Harmony

El evangelio según Clark

Es siempre un placer confirmar el talento de un joven creador que se va imponiendo con gran confianza en sí mismo en nuestra escena. Richard Viqueira, que ya obtuvo un merecido éxito por Vencer al Sensei de su autoría y bajo su dirección, acomete ahora la arriesgada empresa de poner en solfa tradiciones, legados y creencias del mundo llamado occidental y lo hace con inusitada solvencia y gran desenfado, que en algún momento me trajo el viejo recuerdo de La vida de Brian del grupo británico Monty Python, cercano en su descarado impulso desmitificador, pero con grandes diferencias. En El evangelio según Clark no sólo se encuentran atuendos y pelucas que recuerdan la pasión de Iztapalapa aunado a la decisiva intención del comic, sino que el autor da un significado político y social a su propuesta. En entrevista con Carlos Paul (La Jornada, 3/7/08) el autor declara que “es una crítica a esa historia oficial que sirve para perpetuar en el poder a los grupos hegemónicos, tanto del ámbito ideológico como el económico y el religioso”. Y se sigue de largo contra el neoliberalismo y contra la religión que permite que el capitalismo y sus excesos se perpetúen al ofrecer el consuelo de que la pobre gente alcanzará la dicha eterna en otra vida, aunque en ésta deba aguantar injusticias y toda clase de tropelías.

En este texto, Supermán representa el neoliberalismo como el gran superhéroe estadunidense y del mundo libre y Jesús a la religiosidad que ofrece la esperanza de un cielo a los pobres de espíritu, en un enfrentamiento que en un momento dado se vuelve complicidad y que altera la historia del mundo al negar el misterio mayor del cristianismo que es la resurrección del Mesías, lo que no es una mera puntada, a pesar de lo jocoso de lo que se nos cuenta y de la manera en que está contado, sino la afirmación de la tesis que sostiene Viqueira. Si Supermán ha hecho que el mundo gire al revés y el tiempo retroceda, por amor a esa Luisa Lane descendiente directa de la Magdalena que ha muerto y para encontrarla viva (lo que ya no sucede ante el espectador, dejando la obra abierta), el primer enfrentamiento con Jesús ocurre en el episodio de los mercaderes en el templo, a los que el superhéroe recién llegado defiende y da la tónica de toda la acción dramática.

Viqueira tiene el gran acierto de conjuntar el humor, muchas veces grueso y siempre iconoclasta, con una idea social y políticamente comprometida, además de gracejadas intelectuales como es ese Clark Kent, interpretado por un actor diferente a Supermán, lo que lo dota de autonomía, que sufre grandes crisis de identidad. Al mismo tiempo, Kent que relatará el evangelio, va precisando en que sección de un periódico –sociales, espectáculo o finanzas– se ubicará cada episodio, lo que añade una nueva humorada al texto general en que se mezclan los personajes bíblicos y los del cómic representados por cuatro actores, dos de los cuales doblan papeles. El dramaturgo y director es, asimismo, actor en los personajes de Lutor y Judas y creador del espacio escénico que consiste principalmente en un columpio para tres personas, que baja del telar al principio, y un ambiente de llantas de donde se tomarán los diversos implementos y ropajes, con la iluminación de Gustavo Ulloa. Los columpios se convierten en camas, barco, lugar de la crucifixión. Con asesorías de Gabriela Melgoza en table dance, de Los Caneca Nando y Blito en pulsadas y técnica de mano a mano, de Armando Lizárraga en mástil chino y de Marcela Lizárraga en trapecio fijo, con el vestuario de Javier Moreno, los actores dan cuenta de su gran entrenamiento corporal, con verdaderos actos circenses y, en el caso de Carlos Valencia –que interpreta a Clark, Luisa y Magdalena– cuando es de Magdalena realiza un sinuoso baile de table dance. Super es Mauricio E. Galaz y Jesucristo es Marco Aurelio Nava quienes, junto a los actores mencionados realizan un teatro del cuerpo lo mismo en poses fijas que recuerdan al cómic que en su desempeño en los columpios y la barra que añade una dimensión escénica a las que tiene el texto.

 
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