Usted está aquí: viernes 18 de julio de 2008 Opinión Por una ley nacional de la juventud

Jaime Martínez Veloz/ I

Por una ley nacional de la juventud

Después de la tragedia del News Divine, las reacciones de los diferentes sectores involucrados tuvieron el sello de la casa. El tema no fue el futuro y la circunstancia de la juventud mexicana, sino la utilización de la tragedia para el ajuste de cuentas o búsqueda de justificaciones para evadir responsabilidades.

Quienes omitieron cualquier referencia a la acción canalla del Estado en las matanzas del 2 de octubre, el jueves de Corpus en 1971, en una actitud ramplona desde las cómodas butacas televisivas se autonombraron paladines de la justicia y se convirtieron en los jueces interesados para torpedear a la administración perredista del Distrito Federal.

Las televisoras mexicanas no tuvieron contemplación contra sus adversarios ideológicos, sólo que su autoridad moral es nula. Basta dar una revisada al pasado para que Televisa nos muestre qué fue lo que informó respecto a los hechos del 68, o darle una revisada a sus recientes contenidos en los que pulula la banalidad. Salvo honrosas excepciones, los comentaristas de Tercer grado requieren un tratamiento contra el Alzheimer.

El desarrollo de los jóvenes y su formación se han visto marcadas por una cultura donde importa “estar bien”, el culto a lo individual y una deformada percepción de que el progreso se basa en la competencia y no en lo que es en realidad: la cooperación, la ayuda mutua, la solidaridad, las manifestaciones más virtuosas del hombre como ser social por naturaleza.

Estos fenómenos se generan en un escenario donde gran parte de los contenidos de las televisoras explotan la violencia, el consumismo, la alienación, la evasión del mundo, y ejercen prácticas muy distantes de una racionalidad ética sobre el mundo y la nación. Se trata, en muchos casos, de fomentar una mentalidad que hace un negocio de la fuga ante la realidad, y que lleva a aceptar las cosas como son, minando el potencial crítico no sólo de los jóvenes, sino de grandes capas sociales, además de fomentar el egoísmo como modelo conductor en la vida. Ésa ha sido la contribución de los medios electrónicos para las nuevas generaciones.

Por otro lado, la administración del Distrito Federal, en el remolino de los asuntos cotidianos, los pleitos grupales, las disputas partidarias, las contradicciones intergubernamentales, el arribo de cuadros diestros en contiendas políticas, pero inexpertos en la función pública y el abandono de las convicciones que han nutrido las luchas de la izquierda mexicana, crearon el caldo de cultivo que permitió la horrible tragedia del News Divine. Hubo negligencia, prepotencia y autoritarismo entre las fuerzas policiacas.

El jefe de Gobierno capitalino, acorralado por las circunstancias y la aparición de un hecho que no estaba en el cálculo de las probabilidades, tuvo que tejer, casi a solas, una respuesta para encarar los hechos, el dolor de los familiares de los jóvenes fallecidos y el acoso de los nuevos torquemadas televisivos. La consigna de la derecha no fue encontrar las causas y razones del olvido en que el Estado mexicano ha mantenido durante décadas a la juventud, sino utilizar la circunstancia para linchar al adversario político.

La izquierda, acostumbrada a la denuncia como forma de hacer política, no ha atinado en la manera de enfrentar estos hechos. No se trata solo de dar respuesta en la coyuntura con destituciones o remociones de los responsables de los hechos, se trata de construir una respuesta integral a una demanda postergada por el Estado mexicano frente a su juventud. Las salidas cortoplacistas, no resuelven los problemas estructurales.

En la izquierda la autocrítica no ha sido una herramienta que se utilice últimamente como forma de corregir errores. Para algunos compañeros, se es más de izquierda en la medida en que digan más leperadas o se realicen acciones vandálicas, como romper en público las ediciones de La Jornada o insultar al obispo en la catedral, aunque todo ello nos lleve cada vez más al descrédito y distanciamiento de los electores.

Los cuadros de la izquierda en los gobiernos deben recuperar la mística de los viejos luchadores sociales, como Heberto Castillo y Valentín Campa, para convertir sus acciones en formas convincentes para atraer la simpatía ciudadana hacia una forma de ser y de pensar, que es la alternativa para un país como el nuestro. Por ello, ante la tragedia en que murieron jóvenes mexicanos tenemos que recuperar nuestros sueños como forjadores de un país distinto. Es hora de que se diseñe una nueva política para la juventud, la cual hasta hoy, por desgracia, no cuenta con el marco jurídico nacional que respalde sus sueños y aspiraciones.

Al margen de su situación económica, los jóvenes son vulnerables, ya que están expuestos al desempleo, el subempleo, a la deserción escolar, a la carencia de oportunidades, de capacitación, a la desnutrición, a las enfermedades y la migración forzosa.

Porque las carencias de la juventud son múltiples, el marco normativo que se diseñe para atenderla debe dar una respuesta integral y contener los puntos fundamentales de coincidencia de cualquier joven mexicano, independientemente de su ubicación en la nación y en la vida.

 
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