Usted está aquí: domingo 20 de julio de 2008 Opinión A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

■ Siete veces siete velos

Ampliar la imagen Además de llamar capos a los jóvenes turcos de Calderón, Manuel Espino levanta el velo y deja traslucir sospechas, no de la capacidad, sino de la honradez de Juan Camilo Mouriño Además de llamar capos a los jóvenes turcos de Calderón, Manuel Espino levanta el velo y deja traslucir sospechas, no de la capacidad, sino de la honradez de Juan Camilo Mouriño Foto: José Carlo González

La recesión revela los deslumbrantes espejismos del inmortal Alan Greenspan. Llega al imperio de la globalidad al ritmo oriental que levanta uno a uno los siete veces siete velos con que disfrazaba su desnudez la economía de mercado elevada a fetichismo de los satisfechos; clave de la riqueza creada y su imposible distribución equitativa, amparadas por el becerro de oro y el armamentismo del capital que conserva fuente y origen en la globalidad. Permanencia del Estado-nación que pretenden ido, desvanecido en el juego de abalorios.

El secretario del Tesoro acude al Capitolio y explica a los legisladores por qué va a intervenir el Estado para capitalizar las grandes hipotecarias y sus bancos. Si fuera venezolano, pedirían los neoconservadores que lo quemaran en leña verde. En Washington se preparan para firmar la legislación que rescate con dinero público a dichas instituciones, tal como lo hicieron cuando Papá Bush padeció la quiebra de los Savings and Loans y utilizó al erario para rescatarlos. Entre ellos, Silverado, institución de brillante blindaje, porque la presidía un hijo del Bush que entonces despachaba en la Casa Blanca, hermano del que hoy deja la economía en quiebra y la deuda nacional desorbitada, más allá de la imaginación infértil de nuestros fieles del Acuerdo de Washington.

Aquel Bush recibió castigo acorde a su condición de oligarca, miembro de eso que eufemísticamente llaman “dinastías” en la tierra de Jefferson y de Lincoln: le prohibieron presidir empresas financieras durante algunos años. Las cárceles se hicieron para los pobres, decimos acá de este lado, desde el virreinato y hasta las horas amargas del encueradero en que Marcelo Ebrard tira el velo de la criminalización de los jóvenes pobres en el Distrito Federal (atención al orden, porque el adjetivo pobres puede también ser sustantivo calificado por jóvenes) o deja caer Manuel Espino el que cubría la virginal visión panista del ejercicio del poder. Como el sexo de la hora cristera: “no por vicio ni por fornicio, sino por hacer un hijo a tu santo servicio”. Ponga silicio si es su inclinación; déjelo en sacrificio en aras de la teocracia que viene, si quiere.

Denso velo de discreción cubría los hechos del Espino que hoy denuncia colusión de “los capos” de Felipillo santo; con el peligroso Manlio Fabio Beltrones, al que Espino conoció en Sonora, donde seguramente enfrentó las tentaciones propias de un profeta en el desierto. Y a lo mejor cayó. En todo caso, el líder panista que condujo al Macabeo abajeño hacia la salida y con rumbo a un cargo a la medida de la democracia cristiana velada discretamente por culpa de la encuerada que les puso la gran campaña de Manos limpias, en la Italia de Vico, de Maquiavelo, de Gramsci, destapó un nido de víboras. En Italia volvió Berlusconi, il signore, un sinvergüenza que ha sabido sumar el poder mediático al de las nostalgias fascistas, para tomar el poder político y desde ahí maniatar por decreto al Poder Judicial ante el cual es indiciado de robos y rapiñas, fraudes y despojos.

Perdón por la larga digresión italiana. Pero el retorno de Berlusconi y los devaneos chovinistas de Sarkozy en Francia han movido a la Unión Europea hacia la criminalización de los inmigrantes. Dura la mano de la derecha extrema en la era del nomadismo universal, de las grandes migraciones y la amenaza de hambrunas en las naciones marginadas del subdesarrollo. Y además, porque Berlusconi triunfa a fuerza de votos, bajo el signo de la democracia sin adjetivos que aquí hemos elevado a los altares de una transición en presente continuo; al ritmo de una danza de los siete veces siete velos, que exhibe las miserias y desnudeces de nuestra pluralidad oligárquica; sillas musicales con alternantes intercambiables y chaqueteros que escupen para arriba y presumen haber sido actores del monólogo milagroso de alguna interpelación que borró de golpe las siete décadas de cesarismo sexenal.

Manuel Espino da la voz de alarma con espeluznante descaro; afirma saber más de lo que dice, callar para no dañar a su partido. Y apunta sin decoro alguno al pago por ese silencio: volver del ostracismo simbólico, el retorno a las nóminas dignas de la sofística premisa del Tlacuache Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.” Pero además de llamar capos a los jóvenes turcos de Calderón, levanta el velo y deja traslucir sospechas, no de la capacidad sino de la honradez de Juan Camilo Mouriño. Un clavo saca otro clavo: elogia a Germán Martínez. Queda velado lo de su quehacer bajo el mando de Alfonso Durazo; sus tareas a cargo de las giras de Vicente Fox y el escándalo penal de su protegido Nahúm Acosta, encarcelado por un procurador panista, bajo el cargo de servir al narcotráfico; de haber sido incrustado en Los Pinos, nada menos, por un capo de veras: uno de los Beltrán Leyva, quien le dejaba mensajes telefónicos sobre el pronto arribo de sus regalitos.

Los del velorio foxiano gozan de cabal salud y laboran, desde luego, en dependencias oficiales, del gobierno que preside Felipe Calderón, motivo de la gran lanzada a moro muerto de un dirigente que perdió el tiempo. El que vuela y revela la peligrosa fragilidad del Estado mexicano; la indefensión institucional ante el poder mediático y los del gran capital que ni paga impuestos ni tolera el menor asomo de reforma fiscal progresiva y de la indispensable, vital, política social de Estado, sin la cual, lejos de ser la cuarta economía del mundo, formaremos entre los marginados de la hambruna, el nomadismo y el poderío tribal de las armas. Y no tan sólo las del narcotráfico, que cruzan la frontera de norte a sur sin traba alguna. País que no controla sus aduanas en plena guerra contra el narcotráfico. Y con la amenaza de guerra civil a las puertas.

Muertos los jóvenes del antro divino, Marcelo Ebrard y Felipe Calderón intercambian gestos de grandilocuente tolerancia, donde hay única y exclusivamente ejercicio de las funciones que a cada uno de ellos asigna la norma. Y el pentatleta doctor Mondragón anuncia que la policía tendrá funciones de inteligencia bajo su mando; las mismas que la ley ya le asigna y que alguna vez le quitó ante el clamor de la sociedad amedrentada y expoliada por la infame “policía secreta”. Nadie se mueva: el del gusto por los uniformes y ejercicios paramilitares, declaró en estos días su absoluta confianza en la tolerancia cero que les vendió Giuliani a tan alto precio y con tan pobres resultados: es que no se entendió bien, aclara el doctor Mondragón. ¡Va de nuevo!

Y al centro del escenario, la pastorela del desencuentro entre el legítimo y el espurio. Guillermo Valdés (director del Cisen), como San Miguel, incendia con su espada flamígera los frutos del árbol de la verdad. No denuncia al Financial Times, sino enuncia que pue’que se hubiera infiltrado dinero del narco al Congreso de la Unión. Más allá del torpe contratismo, o no sabe el señor Valdés lo que hace ahí, o lo hace a contrapelo del discurso de la alternancia democratizadora. Levantó las hojas de parra y exhibió las vergüenzas de la CIA criolla que suplió a nuestra Gestapo.

Siete veces siete velos ocultan todo rastro de inteligencia en plena danza macabra del estado de excepción, por la incapacidad de distinguir entre seguridad pública y seguridad nacional.

 
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