Usted está aquí: miércoles 23 de julio de 2008 Opinión A 40 años de la Humanae vitae

Bernardo Barranco V.

A 40 años de la Humanae vitae

En pleno posconcilio, la promulgación de la encíclica, el 25 de julio de 1968, fue uno de los hechos decisivos del pontificado de Pablo VI. A 40 años de la carta encíclica Humanae vitae del papa Paulo VI, las polémicas sobre valores y principios éticos entre la Iglesia y la sociedad contemporánea siguen vivos. Originalmente el texto suscitó sorpresas y desencantos, el progresismo católico desencadenado por el concilio vaticano segundo contempló el rechazo de la anticoncepción, su negativa al control natal, la afirmación de la familia monogámica como única portadora de vida, el cuestionamiento a la ciencia y a las políticas gubernamentales que inhiben la procreación, y al papel de los medios de comunicación que mercantilizan el sexo e incitan a la infidelidad y a la confusión ética. Aun frente al alarmante crecimiento demográfico que entonces ya preocupaba, el papa Montini revira sentenciando: “no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien”. Si bien el Papa recrea y se alinea a la tradición eclesial, también es cierto que desilusionó las expectativas de los sectores progresistas y aperturistas dentro de la Iglesia católica. El espíritu del 68 que se había enclavado en las estructuras eclesiales no tardó en reflejar frustración y contestación a las posturas romanas. El propio Paulo VI admitió que no siguió las recomendaciones de la “comisión de estudio” que había sido conformada desde 1963 por Juan XXIII, integrada por teólogos, especialistas, científicos y laicos; el papa Montini explicó que no podía considerarlas “definitivas”, más aun cuando sus integrantes no habían alcanzado “plena concordancia” (HV, no. 6).

En la misma carta encíclica reconoce por adelantado las airadas reacciones que de hecho suscitó, advirtiendo: “Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces –ampliadas por los modernos medios de propaganda– que están en contraste con la Iglesia. A decir verdad, ésta no se maravilla de ser, a semejanza de su divino Fundador, signo de contradicción” (HV, no. 18). Paulo VI con abatimiento marcó límites al espíritu renovador del concilio; cuando parecía que la apertura al mundo moderno era indiscutible surge la Humanae vitae como clara señal de que la Iglesia se abría a la cultura moderna de la posguerra siempre y cuando su identidad no se viera amenazada.

Así la Iglesia se vuelve a colocar a contracorriente de los movimientos libertarios de los años 60, especialmente frente al papel de la mujer más protagónica en la vida social, portadora de movimientos feministas y frente a las nuevas aristas que se elevaron ante el lanzamiento al mercado de la píldora anticonceptiva en torno a la sexualidad.

Mientras los países ricos noratlánticos se debatían en controversias culturales con la Iglesia, en especial Estados Unidos, en América Latina no se valora suficientemente dicha señal, que preanunciaba un retorno disciplinario. La razón se debe a que se vivía en aquellos años la efervescencia social de lo religioso; tanto la encíclica Populorum progressio (1967) como el encuentro episcopal de Medellín, Colombia, de agosto de 1968, eclipsaron los patentes signos de que el ciclo de apertura estaba cercano a fronteras infranqueables. Incluso líderes eclesiales hacían lecturas políticas de la encíclica en torno a denunciar los intereses trasnacionales de empresas “imperialistas” que comercializaban los nuevos métodos anticonceptivos. Sin embargo, el endurecimiento apenas se iniciaba; no es casualidad que las primeras condenas del pontificado de Juan Pablo II recayeran sobre teólogos que habían sido llamados por Juan XXIII como peritos del Concilio Vaticano II. Por ejemplo, el redentorista alemán Bernhard Häring (1912-1998), quien se enfocó a trabajar temas de la moral católica, tras un largo proceso, que duró más de 10 años, fue llamado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1979 para exigirle el compromiso solemne de no volver a criticar la Humanae vitae; el acusado se negó y recibió la hostilidad del aparato eclesiástico hasta su muerte, en 1998. Sin duda el texto inspiró a la conformación de numerosos organismos y militancias conservadoras en la Iglesia, como Pro vida y tantos otros movimientos antiabortistas.

A la distancia, el papa Benedicto XVI cataloga a la encíclica como una posición valiente: “Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción. Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. Ese texto, a menudo mal entendido y tergiversado, suscitó un gran debate, entre otras razones porque se situó en los inicios de una profunda contestación que marcó la vida de generaciones enteras. Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema” (Discurso de Benedicto XVI en Sala Clementina, 10/5/08). Miembros de la curia romana como el fallecido cardenal López Trujillo lo calificaron de “profético”, mientras Lombardi, vocero del Vaticano, recientemente lo resumió como “verdad inmutable”.

Sin embargo, otros miembros del alto clero, como el cardenal Martini, candidato pontifical del ala progresista en el pasado cónclave, declaró que la Humanae vitae tuvo “consecuencias negativas” y destacó que quien dirige la Iglesia hoy puede “indicar una vía mejor que la Humanae vitae”.

En cuanto a la homosexualidad afirma: “Entre mis conocidos hay parejas homosexuales, hombres muy estimados y sociales. Nunca nadie me pidió, ni jamás se me habría ocurrido, condenarlos” (El País, 25/5/08).

A 40 años la posición de la encíclica de Paulo VI sigue estando desgarradoramente en debate cultural actual y en la definición de las políticas públicas.

 
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